TERUEL
Sólo me parece que se muestra como un hombre bastante normal, su conducta muestra cierta desdivinización del cargo. Hacía falta. Se comprende que de todas formas la estructura sigue en pie y estaba antes de que él llegara, y estos no se han ido. Ya sabemos que no es del gusto de todos los amantes de lo superdivinísimo inalcanzable
que también casa con sus propósitos. Hay que dejar hacer, y a veces se hace más callando. El mensaje que da su persona, aunque no hable mucho apretando las tuercas, es completamente distinto.
Los carrieristas siguen subiendo, por aquí ha habido cierto nombramiento. Yo no estoy al corriente de esa persona, pero alguien que de cerca lo conoce así me lo definió. Hay gente en la iglesia muy de iglesia, herida y maltratada, no sólo los del Opus Dei, hay más que cuando van a buscar apoyo en los que tienen una posición se encuentran con la puerta en las narices. Son por tanto carrieristas, ya que no ven a su prójimo necesitado.
No se desmontan los vicios nada más llegar.
Hacemos esfuerzos ímprobos por justificar a todo el mundo, pero la realidad es que hay cientos de ex que están "comodicos" en su saneada y desahogada situación, bien lejos de opuslibros.org y de las reivindicaciones de justicia. No va con ellos. Es de pobres y de mal gusto andar reivindicando. Y estoy segura que no se jugarían nada si pusieran su firma. Pero no quieren desentonar del silencio cómplice que ha sido la tónica general de su vida.
TERUEL
Provincia española de poca densidad de población en la que la pequeñísima guarnición rebelde se hizo con el poder. A pesar de ser una zona sin conflictos sociales de interés como sí lo era Badajoz, las detenciones comenzaron de inmediato. Sed de sangre.
Las primeras víctimas: sindicalistas, políticos, funcionarios republicanos.
En marzo de 1937 se inición una segunda oleada de violencia, con la entrada de los rebeldes en la zona este de la provincia antes en manos de la República. En Calanda alrededor de 50 personas fueron asesinadas, entre ellas una mujer hasta la muerte apaleada y numerosas violaciones.
Al final de la guerra, los que habían escapado de la provincia tuvieron que elegir entre el exilio o volver a casa. Creyendo que, al no haber cometido ningún crimen no tendrían problemas muchos regresaron. Quienes volvieron a Calanda fueron apresados nada más bajarse del autocar.
25 años de paz dirían luego en 1965, de ahí el Hospital La Paz.
El jefe local de Falange, Miguel Gascón y el secretario del ayuntamiento, José Román Rodríguez Sanz, organizaron torturas, palizas, agresiones sexuales y asesinatos que siguieron. Tal escándalo se causó que el gobernador civil dio parte a las autoridades del ejército, y a raíz de la denuncia, los que habían cometido las tropelías fueron juzgados y 8 años de cárcel. En ninguno de estos estallidos represores se se registraron formalmente todas las muertes. Sin embargo, se conocen los nombres de 1030 personas ejecutadas en Teruel, 889 en el curso de la guerra y 141 después.
A esta cifra se añaden 258 prisioneros trasladados a Zaragoza para su ejecución. Hay muchos otros que no constan en el Registro civil o no fueron enterrados en cementerios. A sus asesinos no les interesaba que se supiera y por consiguiente, las autoridades franquistas hicieron un esfuerzo para ocultar la magnitud de la violencia en Teruel.
La escala de la violencia en Teruel refleja la combinación de la voluntad de exterminio de unos y el miedo de las exiguas tropas rebeldes en una provincia muy vulnerable al ataque republicano. Entre los primeros arrestados en julio de 1936 estaban el alcalde, el secretario de la sede provincial del PSOE, los directores de los institutos de enseñanza media y los maestros de la escuela normal. Las esposas y los familiares que habían huido a la zona republicana fueron detenidos; en el caso de la mujer y la hija de 17 años del concejal socialista Angel Sánchez Batea, los arrestaron y las ejecutaron. Recluyeron a todos los detenidos en el seminario, donde vivieron hacinados hasta que los mataron. Hasta el 13 de agosto cuando empezaron las ejecuciones, hombres y mujeres hiciern trabajos forzosos arreglando carrreteras. A partir de esa fecha los sacaban al despuntar el alba en las "camionetas del amanecer", "de la muerte", o "del medio viaje".
Uno de los destinos era el pueblo de Concud, a 4 km de la capital. En un foso de 2 m de ancho y más de 70 de profundidad, conocido como los "Pozos de Caudé", fueron arrojados cientos de cadáveres, hombres, mujeres y adolescentes. Pocos militaban en política -tener que decir eso, ni que fuera delito militar en política-, su crimen consistió en mostrarse críticos al régimen militar, en guardar relación con un prófugo, en tener una radio o en haber leído la prensa liberal.
Durante la dictadura nadie se acercaba al foso por miedo, aunque por la noche de vez en cuando alguien dejaba un ramo de flores. En 1959 se llevaron al Valle de los Caídos un camión con restos recuperados del pozo. Hasta que el PSOE llegó al poder (1982) la gente no empezó a llevar flores sin miedo. En 1983 un campesino se presentó ante las autoridades y mostró un cuaderno donde había anotado el número de disparos oídos durante las noches de la guerra: 1.005. Entre los muertos no registrados había prisioneros republicanos y habitantes de las aldeas vecinas. En 2005, las obras para la instalación de un conducto subterráneo llevaron a la exhumación de 15 cadáveres. Caudé es sólo uno de los lugares de la provincia con este tipo de fosas.
Al menos 2 curas fueron ejecutados por las autoridades militares en Teruel. José Julve, párroco de Torralba de los Sisones, lo arrestaron el 25 de julio y por ser pariente del alcalde del Frente Popular lo llevaron a la cárcel de Teruel y lo ejecutaron. El otro Francisco Jaime-Cantín, párroco de Calamocha. En agosto del 36 un grupo de falangistas y gaurdias arrestó a su hermano, Castro Pedro que fue fusilado el 27 de septiembre. Al conocer la noticia el cura fue al cuartel de la guardia civil por lo que lo arrestaron, lo trasladaron a Teruel y lo ejecutaron el 12 diciembre 1936. Esta muerte doble de hermanos fue una vendetta personal.
El obispo Anselmo Polanco, piadoso, austero y conservador, repartidor de limosnas. Antes de la guerra se había vinculado con la derecha y antes de las elecciones de febrero de 1936 dirigió una circular a los párrocos, "la lucha era entre los defensores de la religión, la propiedad, la familia" y los "voceros de la impiedad, el marxismo, el amor libre". Las 2 ciudades de san Agustín. No era el mensaje para la paz.
Cuando Franco se levantó en armas, el obispo se refirió al "levantamiento de nuestro glorioso Ejército nacional para la salvación de España". Denunció el anticlericalismo en términos furibundos: " el odio satánico de los revolucionarios ateos ha sembrado la desolación, amontonando escombros y ruinas". El único fin deseable de la contienda era la victoria absoluta de Franco, denunciando las propuestas de mediación.
Trató de salvar sin éxito a algunos parroquianos del área pobre de Teruel. Pero en público mostró un entusiasmo por la causa rebelde.
Dos de los incidentes más célebres tuvieron lugar en la plaza del Torico.
El 26 ó 27 de agosto de 1936 llegaron 2 camiones. Del primero bajó una banda de música y empezó a tocar. Cuando alrededor de la orquesta se había reunido una pequeña multitud, los falangistas cerraron las salidas y sacaron a 13 prisioneros del segundo camión, entre los que había una chica de 20 años y el director de la escuela pública, José Soler. Los hicieron desfilar por la plaza, insultándolos y ridiculizándolos, y luego los ejecutaron. Una vez retirados los cadáveres los músicos siguieron tocando, mientras los espectadores bailaban en medio de charcos de sangre, una combinación no infrecuente de fiesta y horror. Al parecer el obispo estuvo presente pues existen pruebas de que protestó ante las autoridades por el baile.
En agosto de 1937 el batallón legionario Tercio Sanjurjo pasró por delante del Palacio Episcopal exhibiendo restos humanos ensartados en sus bayonetas, pertenecientes a las 78 víctimas de la batalla por una zona al oeste de Teruel y al sur de Albarracín. La Bandera iba encabezada por el comandante Peñarredonda y la integraban los republicanos de Zaragoza que se habían alistado en la Legión para salvar la vida y habían sobrevivido a la masacre de octubre de 1936. El pueblo donde tuvo lugar la batalla Bezas, cayó el 1 de agosto. Los prisioneros fueron desnudados en la plaza del pueblo, ametrallados y mutilados, por ese orden. En el desfile había también un prisionero cargado con mantas y atado a un cabestro como si fuera una bestia de carga.
Indalecio Prieto dijo que el Obispo presidía el desfile, tal vez no lo hiciera formalmente pero lo presenció. El gobernador republicano de Aragón habló sobre este asunto largo y tendido con el obispo cuando las tropas republicanas lo detuvieron tras la toma de Teruel. El obispo lo contó "impasible como había presenciado desde el balcón el desfile del Tercio de Sanjurjo con los soldados llevando en la punta de sus bayonetas, orejas, testículos y otros miembros de un centenar de rojos hechos prisioneros en Bezas...calificó el hecho de naturales excesos de la guerra."
Indalecio Prieto intervino para evitar que los milicianos fusilaran al obispo. El cargo que la República tenía contra él era haber firmado la carta colectiva de 1 de julio de 1937, que se consideraba una incitación a la sublevación militar y una justificación de la misma.
Militares rebeldes y jerarquías eclesiásticas de la mano. ¿Cómo era lo de que los militares tenían la mitad de la vocación al OD?
Polanco recnoció su firma de la carta, le preguntaron si cambiaría algo del documento y contestó: "la fecha, deberíamos de haberla escrito antes."
25 años de paz.
Ante su respuesta el oficial le dijo: "Ud. sr. Obispo es un español ejemplar, sus palabras indican carácter y hombría. Aquí todos somos españoles y lo triste es que ud. se encuentra en un campo y nosotros en otro". El padre Alberto Onaindía lo visitó en la cárcel y lo vió animado y bien atendido. Cuando Onaindía habló al obispo de la represión franquista en el País Vasco, mencionando las ejecuciones de curas, Polanco escuchó pero a todas luces no quería saber nada de todo aquello.
que también casa con sus propósitos. Hay que dejar hacer, y a veces se hace más callando. El mensaje que da su persona, aunque no hable mucho apretando las tuercas, es completamente distinto.
Los carrieristas siguen subiendo, por aquí ha habido cierto nombramiento. Yo no estoy al corriente de esa persona, pero alguien que de cerca lo conoce así me lo definió. Hay gente en la iglesia muy de iglesia, herida y maltratada, no sólo los del Opus Dei, hay más que cuando van a buscar apoyo en los que tienen una posición se encuentran con la puerta en las narices. Son por tanto carrieristas, ya que no ven a su prójimo necesitado.
El cometa que explora la sonda Roseta a escala |
Hacemos esfuerzos ímprobos por justificar a todo el mundo, pero la realidad es que hay cientos de ex que están "comodicos" en su saneada y desahogada situación, bien lejos de opuslibros.org y de las reivindicaciones de justicia. No va con ellos. Es de pobres y de mal gusto andar reivindicando. Y estoy segura que no se jugarían nada si pusieran su firma. Pero no quieren desentonar del silencio cómplice que ha sido la tónica general de su vida.
TERUEL
Provincia española de poca densidad de población en la que la pequeñísima guarnición rebelde se hizo con el poder. A pesar de ser una zona sin conflictos sociales de interés como sí lo era Badajoz, las detenciones comenzaron de inmediato. Sed de sangre.
Las primeras víctimas: sindicalistas, políticos, funcionarios republicanos.
En marzo de 1937 se inición una segunda oleada de violencia, con la entrada de los rebeldes en la zona este de la provincia antes en manos de la República. En Calanda alrededor de 50 personas fueron asesinadas, entre ellas una mujer hasta la muerte apaleada y numerosas violaciones.
Al final de la guerra, los que habían escapado de la provincia tuvieron que elegir entre el exilio o volver a casa. Creyendo que, al no haber cometido ningún crimen no tendrían problemas muchos regresaron. Quienes volvieron a Calanda fueron apresados nada más bajarse del autocar.
25 años de paz dirían luego en 1965, de ahí el Hospital La Paz.
El jefe local de Falange, Miguel Gascón y el secretario del ayuntamiento, José Román Rodríguez Sanz, organizaron torturas, palizas, agresiones sexuales y asesinatos que siguieron. Tal escándalo se causó que el gobernador civil dio parte a las autoridades del ejército, y a raíz de la denuncia, los que habían cometido las tropelías fueron juzgados y 8 años de cárcel. En ninguno de estos estallidos represores se se registraron formalmente todas las muertes. Sin embargo, se conocen los nombres de 1030 personas ejecutadas en Teruel, 889 en el curso de la guerra y 141 después.
A esta cifra se añaden 258 prisioneros trasladados a Zaragoza para su ejecución. Hay muchos otros que no constan en el Registro civil o no fueron enterrados en cementerios. A sus asesinos no les interesaba que se supiera y por consiguiente, las autoridades franquistas hicieron un esfuerzo para ocultar la magnitud de la violencia en Teruel.
La escala de la violencia en Teruel refleja la combinación de la voluntad de exterminio de unos y el miedo de las exiguas tropas rebeldes en una provincia muy vulnerable al ataque republicano. Entre los primeros arrestados en julio de 1936 estaban el alcalde, el secretario de la sede provincial del PSOE, los directores de los institutos de enseñanza media y los maestros de la escuela normal. Las esposas y los familiares que habían huido a la zona republicana fueron detenidos; en el caso de la mujer y la hija de 17 años del concejal socialista Angel Sánchez Batea, los arrestaron y las ejecutaron. Recluyeron a todos los detenidos en el seminario, donde vivieron hacinados hasta que los mataron. Hasta el 13 de agosto cuando empezaron las ejecuciones, hombres y mujeres hiciern trabajos forzosos arreglando carrreteras. A partir de esa fecha los sacaban al despuntar el alba en las "camionetas del amanecer", "de la muerte", o "del medio viaje".
Uno de los destinos era el pueblo de Concud, a 4 km de la capital. En un foso de 2 m de ancho y más de 70 de profundidad, conocido como los "Pozos de Caudé", fueron arrojados cientos de cadáveres, hombres, mujeres y adolescentes. Pocos militaban en política -tener que decir eso, ni que fuera delito militar en política-, su crimen consistió en mostrarse críticos al régimen militar, en guardar relación con un prófugo, en tener una radio o en haber leído la prensa liberal.
Cartel, ya vandalizado, en los Pozos de Caudé |
Al menos 2 curas fueron ejecutados por las autoridades militares en Teruel. José Julve, párroco de Torralba de los Sisones, lo arrestaron el 25 de julio y por ser pariente del alcalde del Frente Popular lo llevaron a la cárcel de Teruel y lo ejecutaron. El otro Francisco Jaime-Cantín, párroco de Calamocha. En agosto del 36 un grupo de falangistas y gaurdias arrestó a su hermano, Castro Pedro que fue fusilado el 27 de septiembre. Al conocer la noticia el cura fue al cuartel de la guardia civil por lo que lo arrestaron, lo trasladaron a Teruel y lo ejecutaron el 12 diciembre 1936. Esta muerte doble de hermanos fue una vendetta personal.
El obispo Anselmo Polanco, piadoso, austero y conservador, repartidor de limosnas. Antes de la guerra se había vinculado con la derecha y antes de las elecciones de febrero de 1936 dirigió una circular a los párrocos, "la lucha era entre los defensores de la religión, la propiedad, la familia" y los "voceros de la impiedad, el marxismo, el amor libre". Las 2 ciudades de san Agustín. No era el mensaje para la paz.
Cuando Franco se levantó en armas, el obispo se refirió al "levantamiento de nuestro glorioso Ejército nacional para la salvación de España". Denunció el anticlericalismo en términos furibundos: " el odio satánico de los revolucionarios ateos ha sembrado la desolación, amontonando escombros y ruinas". El único fin deseable de la contienda era la victoria absoluta de Franco, denunciando las propuestas de mediación.
Trató de salvar sin éxito a algunos parroquianos del área pobre de Teruel. Pero en público mostró un entusiasmo por la causa rebelde.
Dos de los incidentes más célebres tuvieron lugar en la plaza del Torico.
El 26 ó 27 de agosto de 1936 llegaron 2 camiones. Del primero bajó una banda de música y empezó a tocar. Cuando alrededor de la orquesta se había reunido una pequeña multitud, los falangistas cerraron las salidas y sacaron a 13 prisioneros del segundo camión, entre los que había una chica de 20 años y el director de la escuela pública, José Soler. Los hicieron desfilar por la plaza, insultándolos y ridiculizándolos, y luego los ejecutaron. Una vez retirados los cadáveres los músicos siguieron tocando, mientras los espectadores bailaban en medio de charcos de sangre, una combinación no infrecuente de fiesta y horror. Al parecer el obispo estuvo presente pues existen pruebas de que protestó ante las autoridades por el baile.
En agosto de 1937 el batallón legionario Tercio Sanjurjo pasró por delante del Palacio Episcopal exhibiendo restos humanos ensartados en sus bayonetas, pertenecientes a las 78 víctimas de la batalla por una zona al oeste de Teruel y al sur de Albarracín. La Bandera iba encabezada por el comandante Peñarredonda y la integraban los republicanos de Zaragoza que se habían alistado en la Legión para salvar la vida y habían sobrevivido a la masacre de octubre de 1936. El pueblo donde tuvo lugar la batalla Bezas, cayó el 1 de agosto. Los prisioneros fueron desnudados en la plaza del pueblo, ametrallados y mutilados, por ese orden. En el desfile había también un prisionero cargado con mantas y atado a un cabestro como si fuera una bestia de carga.
Indalecio Prieto dijo que el Obispo presidía el desfile, tal vez no lo hiciera formalmente pero lo presenció. El gobernador republicano de Aragón habló sobre este asunto largo y tendido con el obispo cuando las tropas republicanas lo detuvieron tras la toma de Teruel. El obispo lo contó "impasible como había presenciado desde el balcón el desfile del Tercio de Sanjurjo con los soldados llevando en la punta de sus bayonetas, orejas, testículos y otros miembros de un centenar de rojos hechos prisioneros en Bezas...calificó el hecho de naturales excesos de la guerra."
Indalecio Prieto intervino para evitar que los milicianos fusilaran al obispo. El cargo que la República tenía contra él era haber firmado la carta colectiva de 1 de julio de 1937, que se consideraba una incitación a la sublevación militar y una justificación de la misma.
Militares rebeldes y jerarquías eclesiásticas de la mano. ¿Cómo era lo de que los militares tenían la mitad de la vocación al OD?
Polanco recnoció su firma de la carta, le preguntaron si cambiaría algo del documento y contestó: "la fecha, deberíamos de haberla escrito antes."
25 años de paz.
Ante su respuesta el oficial le dijo: "Ud. sr. Obispo es un español ejemplar, sus palabras indican carácter y hombría. Aquí todos somos españoles y lo triste es que ud. se encuentra en un campo y nosotros en otro". El padre Alberto Onaindía lo visitó en la cárcel y lo vió animado y bien atendido. Cuando Onaindía habló al obispo de la represión franquista en el País Vasco, mencionando las ejecuciones de curas, Polanco escuchó pero a todas luces no quería saber nada de todo aquello.
Comentarios