BREVISIMA HISTORIA DE LA IGLESIA
En dos patadas Xosé Chao logra una apretada síntesis de lo
esencial de 2000 años de recorrido. El libro está escrito en 1976 y trasluce
las preocupaciones, inquietudes y vocabulario de los fieles creyentes de
aquellos años particularmente en España. He de hacerme con la segunda parte de
esta obra en la que se analiza la evolución de la iglesia española en los
primeros tiempos de la democracia hasta 1992.
Ayer dije que no sabe de OD, sí sabe, sólo que lo trata al final del libro, sabe situarlo en el mapa de la iglesia española y sabe algunas de las intervenciones OD más sonadas en el devenir eclesial.
¿QUE ES LA
CRISTIANDAD?
Una homogénea heterogeneidad que empezó así:
Durante los 3
primeros siglos se comprendió a sí misma como Misterio y su cohesión estaba
hecha de comunión, entendiendo por tal el sentido de la fraternidad estrecha de
un relativamente reducido grupo con gran sentido de pertenencia y solidaridad
en un contexto hostil. Es la comunión de los santos, es decir, la pertenencia
de los fieles a Cristo como Cabeza de un Cuerpo. Hay un fuerte sentido crítico:
hacia fuera se refleja en la crítica a los ídolos, entre los cuales el Poder y
el Dinero; hacia dentro funciona la autocrítica, llegando a autotitular a la Iglesia como “casta
meretriz”, reconociendo el doble elemento; santidad de Cristo y miseria propia.
Una preciosa imagen es la de mysterium
lunae, mediante la cual se reconoce que la Iglesia no tiene luz propia
y conoce fases crecientes y menguantes. Era una Iglesia Pobre, formada por
pobres.
Al principio del siglo IV se produce un giro copernicano por
medio de la conversión de Constantino, el cual no se bautizó hasta el momento
de la muerte. Este giro constantiniano trastoca a la Iglesia, haciéndola pasar de misterio a Imperio. Desde entonces
el pueblo de Dios, concepto bíblico se convierte en pueblo cristiano, concepto
sociológico. Se estructurará una homologación entre los límites geográficos del
Imperio y de la Iglesia
y se le reconocieron al Papa categoría y símbolos imperiales, pasando a ser los
obispos como los prefectos de la diócesis, antiguas provincias romanas. La obra
de Constantino fue consolidada por Teodosio y Justiniano. La religión católica
estuvo a favor de la unidad y cohesión del imperio y ella experimentó un
reconocimiento y oficialización que acabó con las persecuciones y la convirtió
en privilegiada. Nació el cesaro-papismo y la teocracia. En los escudos y
estandartes apareció el sol, de culto pagano; la luna como símbolo había
desaparecido y el triunfalismo estaba en marcha, sin fisuras. Únicamente las
habrá cuando se funde la ciudad de Constantinopla, cuya rivalidad con Roma
llevará a su Patriarca a tomar atributos imperiales y ser él también Papa
emperador, nació así el cisma de Oriente (1076).
En el s. XI se produce una reforma patrocinada por el
movimiento monacal de Cluny, para corregir los abusos del poder temporal sobre
el espiritual. Nace así el conflicto entre el Imperio y el Sacerdocio y vence
éste: el monje Hildebrando, Papa Gregorio VII triunfa y la concepción monástica
de la vida prevalece. Desde ese momento el poder papal va en aumento,
acumulando todas aquellas prerrogativas que la Sagrada Escrtura atribuyera a
todo creyente o a toda iglesia local. La expresión “cuerpo místico”,
originariamente atribuida a la eucaristía, se traspone a la Iglesia perdiendo el
sentido profundo, sacramental, para adquirir el de corporación. “La expresión y
el concepto de “laos” pueblo como calificativo fundamental de la Iglesia, es restringido a
los laicos”. (H. Fries)
Tres papas, Gregorio VII (s. XI), Inocencio III (s. XIII) y
Bonifacio VII (s. XIV) fueron fortaleciendo algo que culminó en la famosa bula
del último citado “UNAM Sanctam”, en 1302. La teoría es conocida: la autoridad
viene de Dios y solo el emperador puede ser tal si es consagrado por el Papa.
Este tiene en sus manos dos espadas, una espiritual que él mismo empuña y otra
temporal cedida al emperador para que actue como brazo secular a favor de la Iglesia. Las Cruzadas son el
ejemplo más caracterizado de esta teoría.
Observación pertinente para España: en la cristiandad, la
cruzada es el brazo secular al servicio (material) de la Iglesia; en el
nacional-catolicismo es la
Iglesia al servicio (espiritual-ideológico) del brazo
secular. Cristiandad y
nacional-catolicismo son conceptos distintos.
La reforma protestante reaccionó contra ese centralismo
papal abusivo dentro del cual los obispos no eran más que una especie de
delegados pontificios. Una nueva concepción del hombre, el Humanismo, llevó a
plantear una Iglesia desde la base, sacerdocio general de los fieles. La
reforma de Lutero, de todos modos, no se planteó primordialmente a partir de
estos problemas disciplinares, sino teológicos: su concepción de la salvación,
el problema de la justificación. Intentó descubrir la palabra de Dios
(Escritura) como normativa para la vida de la Iglesia y la fe como
elemento primordial, y es lamentable que no fuera escuchado, metido como andaba
el pueblo en un sacramentalismo supersticioso. Esa revolución fue ahogada por
el Concilio de Trento de forma reaccionaria, sin que le neguemos otros méritos.
Frente al protestantismo y mundo moderno, la Católica se situó
apologéticamente y a la defensiva. El romanismo fue consecuentemente acentuado.
Pero ya la
Iglesia iba perdiendo su antigua influencia y dominio y hubo
de asegurarse en el nuevo ambiente racionalista por medio de medidas
disciplinares múltiples y cuidando la ortodoxia: los manuales de catecismo
fueron el método de armar al pueblo con fórmulas muy definidas contra los
errores. Con la revolución francesa, el estamento clerical perdió poder y
entonces se fueron articulando acuerdos con los nuevos estados totalitarios:
era menester concordar, concertar límites de dominio e influencia en un nuevo
equilibrio de fuerzas. Se pone en juego entonces la tercera teoría: perdido el
imperio, apagado el misterio, la
Iglesia se presenta como sociedad perfecta como el Estado,
con igualdad de derechos, nacen los Concordatos.
Desplazada la
Iglesia, su poderío será cada vez más espiritual. Pero no en
la línea primigenia del misterio y de la crítica radical a los ídolos, lo que
se llama la claúsula o reserva escatológica, sino por un reparto de papeles
establecido a partir de una concesión dualista y maniquea de la existencia:
natural-sobrenatural, espiritual-temporal: las dos ciudades de san Agustín. Ni
siquiera las dos espadas, estas en manos del papa, sino una pérdida de papel público de la Iglesia y una retirada al
culto y la sacristía.
La nueva cristiandad ya no podía ser por el camino del
dominio temporal, debido al proceso de secularización mediante el cual el mundo
descubrió su propio rostro y autonomía y sacudió tutelas. El Concilio Vaticano
I intenta un inmenso esfuerzo por hacer valer el exclusivo derecho de la verdad
frente al error. Fortalecimiento ideológico que conoce su vértice en el dogma
de la infalibilidad del Papa, cuestión no incluida originariamente en el
programa. La centralización romana dio muerte a todos los programas
descentralizadores, tales como el conciliarismo, el episcopalismo o el
galicanismo. El nuevo poder ideológico comportaba una servidumbre, no era un
poder autónomo. La Iglesia
estaría a favor de un orden nuevo, pero al fin orden: la revolución no podía
entrar en sus cálculos.
Precisado históricamente el concepto de cristiandad como la
sacralización de las estructuras temporales para imponer el Reino de Dios, es
imprescindible hurgar en su base ideológica para comprender por qué sigue
habiendo todavía una teología monolítica con resultados culturales tan extraños
al mundo contemporáneo.
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