GOLPE DE GRACIA AL LEGALISMO RELIGIOSO
Con respecto a Navarra y País Vasco es de lamentar observar como toda cabeza pensante antifranquista y amante de descubrir tantas mentiras y ocultamientos como hay y hemos padecido, está inficcionada
del virus separatista. Como les han metido en la cabeza que el "Estado español nos oprime", cuando son tan españoles y herederos de las glorias y miserias de España como uno de Cáceres y otro de Jaén. Es lamentable observar que en regiones relativamente cultas está todo el mundo atontado con los separatismos sin salida y distractores, porque no se puede ir contra la historia y la realidad así como así. Y además porque es evidente que todo son tretas para que no ataquemos de norte a sur y de este a oeste todos los españoles decentes y con dos dedos de frente lo que nos tenemos que poner a atacar. Hasta el gorro de la temática, harticos nos tenéis haciendoos los interesantes con vuestras excepciones culturales como si en el resto de España no hubiera peculiaridades regionales dignas de mención y admiración. No a los racismos intrahispánicos. No al del norte que se cree superior al del sur por su nivel económico y su "lengua". Ya basta.
GOLPE DE GRACIA AL LEGALISMO RELIGIOSO
Dedicado a los amantes
incondicionales del Derecho Canónico de parte de Ana Azanza, Extracto del
libro “Jesús” Trotta (2012), 215 pág. escrito por Hans Küng
¿Qué quería Jesús? Defender la causa de Dios. Es lo que él
pretende con su mensaje sobre la venida del reinado de Dios. Pero en la redacción
del Padrenuestro de Mateo el “santificado sea tu nombre” y el “venga tu reino”
vienen ampliados por la frase “hágase tu voluntad”. Lo que Dios quiere en el
cielo también debe realizarse en la tierra. Así pues el mensaje de la venida
del reinado de Dios, entendido como llamada al hombre aquí y ahora significa: Hágase
lo que Dios quiere. El “realícese tu
designio” es determinante para Jesús hasta en el momento de su pasión. La
voluntad de Dios es la norma. Y esto debe valer también para sus seguidores: el
que cumple la voluntad de Dios ese es hermano suyo y hermana y madre. No decir “¡Señor!
¡Señor!”, sino poner por obra el designio del Padre, eso lleva al reino de los
cielos. Es innegable, por tanto, y así lo confirma todo el Nuevo Testamento,
que la norma suprema es la voluntad de Dios.
El hacer la voluntad de Dios se ha convertido para muchos
piadosos en una pía fórmula. Han identificado la voluntad de Dios con la ley. La
verdadera radicalidad de la expresión solo se capta si se reconoce que la
voluntad de Dios no se identifica sin más con la ley escrita y muchísimo menos
con la tradición interpretativa de la ley. Si es cierto que la ley puede
expresar la voluntad de Dios, también lo es que puede convertirse en un medio
para parapetarse tras ella en contra de la voluntad de Dios. La ley conduce así
a una actitud de legalismo. Una
actitud enormemente extendida entonces, a pesar de las explicaciones rabínicas
de la ley como expresión de la gracia y la voluntad divinas.
Toda ley otorga seguridad, ya que cada cual sabe con ella a
qué atenerse, que no es otra cosa que lo exactamente establecido, ni menos (que
a veces puede resultar gravoso) ni más (que a veces resulta enormemente cómodo).
Debo hacer solo lo que está mandado. Y lo no vedado está permitido. ¡Cuántas
cosas se pueden hacer u omitir en los casos concretos sin entrar en conflicto
con la ley! Ninguna ley puede prever todas las posibilidades, calcular de
antemano todos los casos, cubrir todas las lagunas. Se intenta una y otra vez,
eso sí, adaptar artificiosamente las disposiciones legales del pasado (tanto
morales como doctrinales), que entonces tuvieron sentido, pero entretanto lo han
perdido, a las nuevas condiciones de vida, o bien extraer forzadamente de ellas
algo que responda a la nueva situación. Cuando se identifica la letra de la ley
con la voluntad de Dios, el proceso parece ser siempre el mismo: por
interpretación y explicación de la ley se llega a la acumulación de leyes.
En la Ley
veterotestamentaria se contaban hasta 613 prescripciones; en el Código de
Derecho Canónico romano aparecen 1.752 cánones. Cuanto más fino es el entramado de la red, tanto más numerosos son
también los agujeros. Cuanto más se multiplican los mandatos y las
prohibiciones, tanto más se encubre lo verdaderamente esencial. Cabe, sobre
todo, que se cumpla la ley en su conjunto o cada ley en particular por la única
razón de que está prescrita y por temor a sus posibles consecuencias negativas.
De no estar prescrita no habría que cumplirla. Y es posible, a la inversa, que
no se haga mucho de lo que realmente se deberían hacer solo porque no está
prescrito y nadie puede obligar a hacerlo. Como el sacerdote y el levita de la
parábola: lo vieron y pasaron de largo. De este modo, la autoridad y la
obediencia aparecen formalizadas: hay que hacerlo porque lo manda la ley. Y, en
consecuencia, todo precepto o prohibición tienen por principio la misma
importancia. Huelga toda diferenciación de lo que es y no es importante.
Las ventajas del legalismo son innegables hoy como ayer. Se
comprende fácilmente que tantos hombres prefieran atenerse en su relación con
otros hombres a una ley antes que tomar una decisión personal: ¿cuántas cosas no mandadas habría entonces
que hacer? ¿Y cuántas no prohibidas habría que dejar de hacer? En tal caso
son preferibles los límites bien trazados. En casos particulares siempre se
podrá discutir si realmente se trata de una transgresión de la ley, si se puede
hablar de adulterio, si es un caso de perjurio, si es propiamente asesinato….Y
si el adulterio está legalmente prohibido, no por ello está prohibido todo lo
que al adulterio conduce. Y si también lo está el perjurio no por ello lo están
las formas más inicuas de insinceridad. La prohibición del asesinato no culpa
los pensamientos malévolos, que es notorio que no pagan derechos de aduana. Lo
que en mi interior pienso, lo que en mi corazón quiero y ansío, es cosa mía.
Fácilmente se comprende asimismo que muchos prefieran
atenerse a una ley también en su relación con Dios: de esta manera yo sé
exactamente cuando cumplí con mi deber. Cumplida una determinada prestación,
puedo contar asimismo con una retribución conveniente. Y si he hecho más de lo
que debía, con una compensación especial. De este modo puedo contabilizar
justamente mis méritos y deméritos, compensar los puntos negativos con el
excedente moral de las prestaciones extraordinarias y tal vez hasta eliminar
los castigos con la paga final. Estas son cuentas claras y uno sabe a qué
atenerse con su Dios.
Pero tal es justamente la actitud legalista a la que Jesús
asesta el golpe de gracia.
No apunta a la misma ley sino al legalismo, del que se la
ley se ha de mantener distante, a ese compromiso característico de la piedad
legalista. Jesús rompe ese muro protector de los hombres, uno de cuyos lados lo
representa la Ley
de Dios y el otro las prestaciones legales del hombre. No permite que el hombre
se parapete en el legalismo dentro de la ley y le arrebata de la mano sus méritos
propios. Mide la letra de la ley según el módulo de la voluntad de Dios,
haciendo así que la confrontación del hombre con Dios sea directa, liberadora y
letificante. El hombre, en efecto, no se encuentra respecto a Dios en una
relación jurídica, codificada en la que su propio yo pueda mantenerse al margen.
No debe situarse el hombre ante la ley
sino ante Dios mismo, ante lo que Dios quiere personalmente de él.
Esta es la razón por la que Jesús renuncia a hablar de Dios
en términos eruditos, a proclamar principios morales de valor universal, a
enseñar a los hombres un nuevo sistema, a dar directrices para todas las
esferas de la vida. Jesús no es un legislador ni pretende serlo. De la misma
manera que no restaura la obligatoriedad del antiguo orden jurídico, tampoco
promulga una nueva ley reguladora de todos los aspectos de la vida. No compone
ni una telogía moral ni un código de comportamiento. No establece ninguna norma
moral o ritual sobre cómo debe el hombre
rezar, ayunar o respetar los tiempos y lugares sagrados. El mismo padrenuestro,
omitido por el más antiguo de los evangelistas (Marcos), no presenta un texto único
obligatorio, sino que está recogido en dos versiones diferentes, la de Lucas
(probablemente la original) y la de Mateo; a
Jesús, pues, la repetición literal de la oración ni le va ni le viene. Y
hasta el mismo mandamiento del amor no tiene por qué ser una ley nueva.
Aún más: en forma muy concreta lejos de toda casuística y
todo legalismo, con certera precisión y sin remilgos de ninguna clase, llama
Jesús individualmente a cada persona a una obediencia a Dios que debe involucrar
la vida entera. Son llamadas simples, diáfanas, liberadoras, desentendidas de
todo argumento de autoridad y tradición, pero que brindan ejemplos, signos, síntomas
de una vida renovada. Son instrucciones generales, auxiliares, formuladas a
menudo hiperbólicamente, sin peros ni condicionantes. ¡Si tu ojo es ocasión de caer, sácatelo! ¡Que
vuestro sí sea un sí y vuestro no un no! ¡Reconcíliate primero con tu hermano!
La aplicación a la propia vida corresponde personalmente a cada uno.
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