FRANCISCO FERNÁNDEZ
Presento a otro ex que lo reconoce, psicólogo Gestalt de Méjico. En su época opus estudió pedagogía, dice que fue profesor en alguna institución que no detalla. Pero como reacción a su etapa de restricciones particularmente hace referencia al sex y a las lecturas, ha acabado por ser psicólogo, sexólogo y en su consulta no es agradable tratar con adultos que de niños sufrieron agresiones.
La calidad de sonido deja que desear, con subtítulos y atención se le entiende.
Según cuenta fue su madre quien lo llevó al opus, sin ser especialmente religiosa "le gustó el césped del colegio". Entiendo que somos coetáneos más o menos y duró como yo, pero fue profe con ellos. No tuve esa gracia.
A partir de 9:36 cuenta el trauma opusino que marcó su vida. Menos mal que reconoce la idea de culpa e indignidad que le inculcaron, nunca estábamos a la altura. En recuerdo del colaborador del colegio, "el pecado está vinculado al sexo". Y a partir de ahí surgieron sus rebeliones posteriores, sigue aún hoy, casi 20 años después desligado enfrentándose a aquello, diferenciándose del mundo en el que todo está mal.
Si el gran mal era el sexo, estudió sexología 5 años después de dejar la droga.
En su libro "Arbol de muchos pájaros. Terapia sexual desde un enfoque gestáltico" introduce:
"Creo que muchos nos dedicamos a la psicoterapia,
entre otras cosas, para curarnos de algo. Yo llegue al tema de la
sexualidad por una herida.
Estudié, desde los seis hasta los veintitrés años, en escuelas del Opus
Dei, es decir, una ideología católica ultra-conservadora, estricta y rígida.
A partir de cierta edad, la sexualidad se volvió protagonista de la “moral”
que se nos enseñaba. La sexualidad era el pecado, la mancha, la caída.
Era la gran transgresión, lo que te alejaba de Dios, lo que te hacía
merecedor del castigo eterno. Entonces, mi sexualidad se impregnó de
esa sustancia negra, pegajosa y caustica: la culpa. El precio por sentir,
por imaginar, por desear, incluso por soñar, era la culpa. Luchaba una
guerra pérdida desde el inicio en donde yo era mi propio enemigo. El
absurdo de luchar contra lo que somos. Eso que Perls y Goodman
llamaron autoconquista (PHG 2002 p.174-179). Cada victoria era mi
derrota.
Afortunadamente aquella ideología no sólo temía a la sexualidad, sino
también a los libros, a las ideas que los libros pueden incubar en el alma
de los jóvenes inocentes. En aquel pequeño mundo había miles de libros
que no debían leerse, y yo, a pesar de mi pequeñez y de mis culpas no
pude aceptar eso. ¡Amo tanto los libros! Tengo una especie de sed
inagotable por las historias. En algún momento decidí que nadie nunca
podría decirme qué podía leer y qué no. En eso sería soberanamente libre.
Y creo que eso me salvó (o me condenó, dirían ellos): leí incansablemente,
como sigo leyendo hoy; leí sobre todo lo que me decían que no debía leer.
Leer fortaleció mi crítica, me hizo poner en duda lo que me enseñaban
como verdades absolutas, es más, me hizo descubrir que no hay tal cosa
como verdades absolutas. Entonces me pregunté acera de la sexualidad,
de mi propia sexualidad. Y busqué. Busqué como pude, a veces con
torpeza, con riesgo. En algún momento supe que no bastaba con lo que
leía. Decidí estudiar Sexología. Luego Psicoterapia Gestalt. Trataba de
comprender, de comprenderme. Intentaba curarme.
Con el tiempo, mi trabajo como terapeuta Gestalt y como terapeuta
sexual fueron aproximándose. Uno impactaba y, de algún modo,
transformaba al otro. Tanto, que hoy me parecen inseparables.... "
La calidad de sonido deja que desear, con subtítulos y atención se le entiende.
Según cuenta fue su madre quien lo llevó al opus, sin ser especialmente religiosa "le gustó el césped del colegio". Entiendo que somos coetáneos más o menos y duró como yo, pero fue profe con ellos. No tuve esa gracia.
A partir de 9:36 cuenta el trauma opusino que marcó su vida. Menos mal que reconoce la idea de culpa e indignidad que le inculcaron, nunca estábamos a la altura. En recuerdo del colaborador del colegio, "el pecado está vinculado al sexo". Y a partir de ahí surgieron sus rebeliones posteriores, sigue aún hoy, casi 20 años después desligado enfrentándose a aquello, diferenciándose del mundo en el que todo está mal.
Si el gran mal era el sexo, estudió sexología 5 años después de dejar la droga.
En su libro "Arbol de muchos pájaros. Terapia sexual desde un enfoque gestáltico" introduce:
"Creo que muchos nos dedicamos a la psicoterapia,
entre otras cosas, para curarnos de algo. Yo llegue al tema de la
sexualidad por una herida.
Estudié, desde los seis hasta los veintitrés años, en escuelas del Opus
Dei, es decir, una ideología católica ultra-conservadora, estricta y rígida.
A partir de cierta edad, la sexualidad se volvió protagonista de la “moral”
que se nos enseñaba. La sexualidad era el pecado, la mancha, la caída.
Era la gran transgresión, lo que te alejaba de Dios, lo que te hacía
merecedor del castigo eterno. Entonces, mi sexualidad se impregnó de
esa sustancia negra, pegajosa y caustica: la culpa. El precio por sentir,
por imaginar, por desear, incluso por soñar, era la culpa. Luchaba una
guerra pérdida desde el inicio en donde yo era mi propio enemigo. El
absurdo de luchar contra lo que somos. Eso que Perls y Goodman
llamaron autoconquista (PHG 2002 p.174-179). Cada victoria era mi
derrota.
Afortunadamente aquella ideología no sólo temía a la sexualidad, sino
también a los libros, a las ideas que los libros pueden incubar en el alma
de los jóvenes inocentes. En aquel pequeño mundo había miles de libros
que no debían leerse, y yo, a pesar de mi pequeñez y de mis culpas no
pude aceptar eso. ¡Amo tanto los libros! Tengo una especie de sed
inagotable por las historias. En algún momento decidí que nadie nunca
podría decirme qué podía leer y qué no. En eso sería soberanamente libre.
Y creo que eso me salvó (o me condenó, dirían ellos): leí incansablemente,
como sigo leyendo hoy; leí sobre todo lo que me decían que no debía leer.
Leer fortaleció mi crítica, me hizo poner en duda lo que me enseñaban
como verdades absolutas, es más, me hizo descubrir que no hay tal cosa
como verdades absolutas. Entonces me pregunté acera de la sexualidad,
de mi propia sexualidad. Y busqué. Busqué como pude, a veces con
torpeza, con riesgo. En algún momento supe que no bastaba con lo que
leía. Decidí estudiar Sexología. Luego Psicoterapia Gestalt. Trataba de
comprender, de comprenderme. Intentaba curarme.
Con el tiempo, mi trabajo como terapeuta Gestalt y como terapeuta
sexual fueron aproximándose. Uno impactaba y, de algún modo,
transformaba al otro. Tanto, que hoy me parecen inseparables.... "
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