MEDITACIÓN DEL PODER
A los recientes comentaristas que identifico como ex numes y participantes ocasionales de opuslibros.org, gracias por la visita PERO
Hay que dar la cara chicos, por favor, que estamos en 2017 y ya está bien de tanto miedo "al que dirán".
MEDITACIÓN DEL PODER
Me la he encontrado en el libro de R. Vinyes “Irredentas”
sobre las presas en las cárceles de Franco. Al principio un verdadero museo de
los horrores de todas las vejaciones, humillaciones, palizas, violaciones,
degradación en suma de la condición humana que sufrieron las mujeres
encarceladas durante y tras la guerra civil. Sufrimiento físico hasta la
extenuación. Largas horas de formación en el patio de la cárcel bajo el sol,
momentos en los que más de una cayó muerta por el calor y la falta de comida.
Otras se suicidaron por el acoso que sufrieron dada su ascendiente moral sobre
las demás presas, me refiero a la historia de Matilde Landa Vaz.
Por supuesto que el franquismo nunca quiso reconocer que
tenía mujeres presas políticas, hombres sí, pero la política no era cosa de
mujeres. Eran unas perdidas, almas que había que rescatar puesto que se habían
alejado de las “tareas propias de su sexo”.
No he podido dejar de pensar en mi propia experiencia
carcelaria. Comí todos los días y no había piojos ni enfermedades infecciosas
ni hacinamiento a mi alrededor. Pero el control de vida, cuerpo y conciencia es
el mismo.
La pregunta por el poder se responde mostrando las formas de
dominio, seres vivos que actúan, que interpretan su ausencia de libertad, la
razón del castigo y el acoso permanente. Y si no, “sucumben”.
Al observar el ejercicio del poder asoman el dominio, la
vigilancia, el castigo. El preso en apariencia sólo capaz de sufrir se expresa
con vida propia, se convierte en autor de respuestas que manifiestan su
negativa a consentir con el nuevo Estado, representado en la cárcel por los
capellanes y los funcionarios de prisiones. Presos y presas dejan de ser
“víctimas de crueldad sin sentido” y aparecen como represaliados de la razón política
franquista, en la que la violencia no es práctica absurda de gente malvada,
sino parte necesaria del sistema.
El poder dentro de las prisiones consistió en doblegar y
transformar la identidad de las reclusas. Por eso empezaban por negarles la condición
de políticas a las mujeres detenidas, nunca pasó lo mismo con los hombres. La
ideología franquista, como cualquier otro fascismo europeo, percibió a la mujer
según las descripciones del insigne psiquiatra Vallejo Nágera que tantos
parientes encumbrados sigue teniendo hoy bien a la vista. En todo el franquismo
no salió ni una sola lista de presas políticas aunque los expedientes de
encarcelamiento muestren que esa era la razón de su prisión.
El poder real se hacía notar a través de redes de influencia,
tráfico de recursos materiales, colaboración o delación. Que las presas se
pelearan entre sí por un vaso de agua, por la higiene. El franquismo subrayaba
el aspecto expiatorio de la condena, controlaba las fuentes de ingresos, los
paquetes que les llegaban, repartiendo favores y privilegios que eran
necesarios para escapar a la muerte.
Las mujeres con experiencia política percibieron en seguida
la situación: “Quieren obligarnos a vivir en la porquería, por rebajarnos, por
hacernos sufrir. Pero sobre todo buscan enfrentarnos unas con otras por un vaso
de agua” cuenta Mercedes Núñez. Las políticas tenían una moral que no tenían
las presas “comunes”, eran conscientes de su plus de fuerza interior y se
afanaron por amortiguar los efectos devastadores del poder carcelario. Por
ejemplo, su mayor cultura les llevaba a enseñar a leer y escribir a las
campesinas.
Para sobrevivir en la cárcel había que impedir las
relaciones selváticas de todas contra todas. Toda una lección de filosofía
política que tenemos a la mano en España y que ningún “filósofo político” que
yo sepa se ha molestado en sacar provecho de ella. Si la estrategia de los
carceleros estaba en generar competencia por bienes escasos, había que
construir un esfuerzo por el bien común, había que dar lugar a un espacio de
civilización en medio de la jungla del maltrato carcelario y para ello había
que vivir, poner por obra unas acciones éticas diferentes y opuestas a las que
funcionarias y monjas establecían. Etica y moral. Que empezaban por mantener la
higiene, no descuidarse.
Incluso en la medida de lo posible cuidar los detalles
personales y “personalizadores” en el atuendo, no ir de cualquier manera ni
permitir rotos ni descosidos. Obtener la máxima rentabilidad de la poca comida
que les daban.
Crear comunidad, autoridad moral entre las presas, un
sistema de bienes y recursos morales que les hiciese sentir diferentes y
unidas, sentirse seres humanos dentro del cautiverio homogeneizador y
redencionista.
Había que mantener las convicciones, sin ellas ¿qué sentido
tenía estar encerradas? Trataron de actuar contra viento y marea, porque todo
estaba hecho en contra del mantenimiento de la propia identidad y personalidad.
En la prisión de Málaga cuando había una visita las autoridades carcelarias
pretendían que no había presas políticas por lo que las que lo eran daban un
paso al frente y confesaban el carácter político de su encarcelamiento aunque
les costara castigo e incomunicación.
Hay mucho que hablar del trabajo penitenciario y así lo hace
Vinyes en un capítulo especialmente dedicado. Ese trabajo tenía un sentido de
reparación moral, necesaria en la cultura de la Victoria. Reparación
concretada en castigo, ejemplaridad y venganza que le dan el toque diferente al
fascismo español frente a todos los demás que habían terminado en 1945.
Redimir un verbo
esencial de la dictadura, obsesivo en el lenguaje católico que tal y como se
usó y padeció en la España
de Franco nunca supuso superar ni perdonar. Los certificados de penales
marcaban de por vida a los que pasaron por las prisiones. Redimir sirvió para
vaciar unas cárceles atestadas, una saturación que fue un problema material
grave para la dictadura.
Filosofía del redimir: “redimir era una moneda social cuyo
poder adquisitivo se valora en días de perdón y cuya cobertura es el
acrecentamiento de la riqueza nacional. Devolver en reconstrucción lo que se
detrajo en destrucción ideológica o material…se creó la escala que llega en su
aplicación a valorar en tiempo redimido hasta seis días de redención por día de
buen trabajo.”
“Nada redime a quien irrogó prejuicios ideológicos a la
sociedad”, había dicho uno de los jerifaltes carceleros franquistas. Redimir
significó encubrir una explotación muy dura, beneficios consistentes en
plusvalías absolutas de los que se beneficiaron algunos listos como Banús, el
del puerto Banús y el constructor del valle de los Caídos. Los demás se
quejaron por competencia desleal. Las grandes fortunas tienen la esclavitud en su
base.
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