ACOPLANDO UN CAPELLÁN REAL
En febrero de 1960 Franco
escribe una larga carta a don Juan en la que va nombrando nuevos tutores y
consejeros del príncipe. Entre otros aparece por vez primera en esta historia
la figura de un director o secretario de estudios que pudiera asesorarle y
cuidar de su formación moral y espiritual como consejero. Se trata de un
“excelente catedrático de Santiago que combatió con los requetés, pertenece al
Opus y es hoy sacerdote. Es profesor de historia contemporánea, está
actualmente en el Estudio de Navarra (la futura universidad de Navarra) y todos
cuantos le han tratado le quieren y le estiman. En la Marina es muy querido por
haber dado ejercicios espirituales en la Escuela naval de Marín (también se los dio a
Franco). Es hombre de cuarenta y tantos años que aceptaría el sacrificio de
apartarse temporalmente de sus tareas por tratarse de tan alto servicio
(resulta extraño pero Franco no cita el nombre de Federico Suárez)” Y tanto se
sacrificó don Federico que se tiró más de 30 años de sacrificio, cuando me lo
crucé allí por 1990 en el departamento de Historia Contemporánea de la uni de
Navarra seguía sacrificándose viajando todas las semanas a Madrid para hacer de
capellán palaciego. Es sabido que en Madrid nadie más podía confesar o decir
misa o lo que hiciera en tanto que capellán en servicio de las reales personas.
Poco después don Juan reorganiza su consejo privado y esta
vez aparca el tradicionalismo porque la mayoría de los que se le cuelan
prefieren una monarquía liberal y partitocrática, aún procediendo de Acción
Española. Entre ellos de la Mora,
Pérez Embid, Arellano, (supongo que era el catedrático de filosofía de Sevilla,
nume)
El 7 de marzo de ese año don Federico se presentará tras
agotador viaje en tren en Villa Giralda y después de compartir almuerzo más dos
horas de conversación, toda la familia real queda encantada con el nuevo opus
acoplado en sus vidas.
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