CURILLA BATURRO
Como dices "empezar por el principio", llevamos más de 80 años en la que no hay más que corrupción e inmoralidad, así que rimamos perfectamente cuando corrupción es lo que se ofrece "a nivel planeta".
No otra cosa ni efecto de nada diferente que no sea corrupción es la farsaparanoia colectiva. Con la cobardía que nos caracteriza veremos que nos depara el futuro.
Ayer escuché a uno que se pensó que esto iba a ser como lo de 2009, que duró 3 meses. Explicaba la relación con la finanza, "esclavos de la banca privada" que tiene el poder de crear el dinero, arrebatado a los Estados. Privilegio regaliano se llamaba. Así andamos, el dinero que hace dinero de la nada, bueno no, de nuestros esfuerzos. No nos prestan un dinero que está en el sótano del banco, no, el dinero lo vas a crear tú con tu trabajo. De eso va el crédito a la moda actual. Y no solo el crédito de los particulares, también el crédito a los Estados. Excusas para seguir echándonos cadenas a la población hasta el infinito, con ayuda de los políticos sacados de la escombrera corrupta en que nacemos, nos movemos y existimos.
Y el problema es que no es el quidam que te encuentras por la calle quien te llama "Infectado e infeccioso", es el BOE, palabras mayores. Más los 17 hijuelas del B.O.E.
El Partido, el Ejército y la Iglesia católica, las 3 columnas sobre las que se asentó el régimen en 1939. Esta última "el alma" del Nuevo Estado, poder espiritual de la cruzada a la que en gracia a su inestimable soporte se le habían devuelto los bienes, restablecidos los haberes del clero y ayudado generosamente en la reconstrucción de los templos destruidos.
Son palabras de Rafael Abellá "Por el imperio hacia Dios, crónica de una posguerra" (1978)
El renovado fervor de que hacía gala el pueblo español con su masiva asistencia a las misas de campaña y a los desfiles procesionales en la España rescatada, había abrigar la esperanza de que la persecución sufrida hubiera inspirado un catolicismo sincero que fuera edificantes normas de vida y de comportamiento, en medio de los más inquietantes síntomas de inmoralidad que empezaban a percibirse. Estaba por ver si los esfuerzos de la Iglesia desde su predominante posición se iban a encauzar a poner a los católicos frente a las exigencias de su conciencia cristiana, o si se prefería hacer uso de los privilegios para influir decisivamente sobre las apariencias externas de un Estado confesional que recababa la asesoría religiosa para todos sus estamentos, así como la intervención de la Iglesia en todos los organismos censores que exigía el control sobre las publicaciones y sobre los espectáculos. En cuando a la enseñanza, la Iglesia contaba ya desde la guerra con todas las ventajas.
Pero aún hubo más. Un nuevo organismo de creación posguerrera, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. se ponía, según las propias palabras contenidas en el preámbulo del decreto que promulgaba su institución, bajo un concepto tomista que era vigilancia contra la herejía y filtro contra el librepensamiento. Un comentarista resaltó de este modo el espíritu que informaba a tan alto organismo:
"El CSIC está infundido por el espíritu genuinamente hispánico según la mejor tradición alumbrada por el genio de Menéndez Pelayo. No se parece ni poco ni mucho a uno de aquellos armatostes del régimen liberal que, además de ser inútiles e inoperantes eran un antro de sectarismo antiespañol a las órdenes serviles de la untuosa Institución Libre de Enseñanza asumía con dengues redomadamente hipócritas, de las Internacionales consabidas...."
Muy poco tiempo antes de crearse el Consejo había aparecido editado en Valencia, un librete de máximas y aforismos piadoso-energéticos que pasó casi desapercibido dado lo exiguo de la edición (2000 ejemplares) y lo pedestre de sus conceptos. Sin embargo, un sutil enforque minoritario, exaltante y clasista, utilizando un léxico muy propio del contexto totalitario en boga, crearía una semilla de adeptos, uno de cuyos principales puntos de fructificación y enquistamiento fue el Consejo recién fundado.
Después, los selectos, se lanzarían sobre las cátedras hasta casi coparlas, sobre el mundo de las finanzas y de los grandes negocios, eso sí, buscando, según decían, la santidad en la vida cotidiana y en el más irreprochable y provechoso ejercicio de su profesión. Obvio es decir que el librete se llamaba Camino y su autor era un joven curilla baturro, mosén Jose María Escrivá, creador del famoso "opus dei".
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