ESPAÑA, CAMISA BLANCA (1960-1980)
Magí me interesa que justifiques mejor lo de la "disidencia controlada". ¿Se debe a qué no quiere manifestarse sobre el acto del día 27?
Venimos desde tan abajo que yo valoro mucho el que un ex se atreva a reclamar dinerito, lo justo, por haber trabajado.
Es desesperante leer algunas cosas de ex, como zombies. Gente que no ha despertado del sueño dogmático opus. Como si se hubieran tomado un "brebaje".
Es la creencia en ellos lo que mantiene el chiringuito. A menos creyentes la cosa se desinfla. Pero todavía hay demasiados, al menos en el gremio ex.
Son más útiles fuera que dentro. En eso estoy totalmente de acuerdo contigo.
Unos callando y escondiéndose todo lo que pueden y otros que abren la boca y sube el pan.
ESPAÑA, CAMISA BLANCA (1960-1980)
Tony JUDT habla específicamente de nuestro país en su libro Postguerra. Le dedica unos párrafos en
el capítulo titulado “Una época de transición”. Allí aparece el texto más largo
que nos dedica exclusivamente junto con otros países “periféricos” de Europa, a
saber Irlanda, Grecia y Portugal. Todos países mayoritariamente agrarios
en 1960, al comienzo del período
descrito, gobernados por sendas dictaduras, no Irlanda, y en general atrasados
cultural y políticamente con respecto a Centroeuropa.
Tony JUDT |
Lo perfecto es ver el cuadro completo: 1200 páginas de
historia europea desde el fin de la segunda guerra mundial. Un impresionante
fresco en que no se olvida a nadie, desde España hasta Rusia, desde Irlanda
hasta Turquía. Y en cada uno de los períodos que van de 1945 a casi 2010. Se habla y
critica todo, incluido el Festival de Eurovisión. Lo nuestro es la cuarta fila, aunque hagamos esfuerzos por sacar el cuello...no hay manera.
A un visitante que entrara en España desde Francia, digamos
en 1970, el abismo que separaba ambos lados de los Pirineos se le antojaría
inmenso. Los más de 20 años de régimen franquista habían acentuado el retraso
social y el aislamiento cultural en el que España había languidecido durante
gran parte de los dos siglos anteriores y, dentro de la cultura política
europea, su sistema autoritario resultaba todavía más anacrónico al principio.
A primera vista, los 60 parecían haber pasado completamente de largo por
España: cosas como la estricta censura, la rígida aplicación de las normas
reguladoras de la vestimenta y el comportamiento públicos, la omnipresencia de
la policía y unas leyes penales draconianas para los críticos políticos
apuntaban a que el país estaba congelado en el tiempo y que su reloj histórico
parecía haberse detenido para siempre en 1939.
Sin embargo, si se prestaba un poco más de atención, se
podía ver que España, o por lo menos el norte y la ciudades, estaban cambiando
con bastante rapidez. Franco era un dictador estricta y auténticamente
reaccionario, pero a diferencia de su vecino Salazar, también era realista en
cuestiones económicas. En 1959 España abandonó las prácticas autárquicas de las
dos décadas anteriores y, a instancias de un grupo de mnistros del Opus Dei, adoptó el Plan nacional de Estabilización cn el
objetivo de contener la endémica inflación del país y abrirse al comercio y la
inversión. Al principio, las consecuencias económicas del plan –impuestas con
firmeza y sin concesiones- fueron severas: la devaluación, los recortes
presupuestarios, la congelación de créditos y las restricciones salariales
redujeron la inflación, pero obligaron a decenas de miles de españoles a buscar
trabajo en el exterior.
¿Por qué todo esta situación se repite periódicamente en
España? ¿Tan poco hemos cambiado?
No obstante, el sector privado, hasta el momento
condicionado por normativas corporativistas y por una arraigada política de
sustitución de las importanciones, se encontró más libre para expandirse. Los
aranceles se redujeron; España se incorporó al Banco Mundial, al FMI, al GATT y
fue admitida en la OCDE. En
1962 Franco solicitó con éxito el ingreso en la Comunidad Económica
Europea. ¿No fue Ullastres el que se encargó de ello? ¿numerario con derecho a
numerarias auxiliares en la embajada en Bruselas? Me parece que no lo he
soñado…
La nueva política económica franquista eligió un momento
propicio. El sector interno español había estado protegido de la competencia
durante los primeros años del auge económico de postguerra en Europa, pero
ahora se abría al comercio exterior en el momento justo. A partir de 1961 el
PIB comenzó a crecer paulatinamente. El porcentaje de mano de obra rural, uno
de cada 2 trabajadores en 1950, cayó drásticamente cuando los jornaleros del
sur y del oeste comenzaron a emigrar al norte para trabajar en fábricas y en el
floreciente sector turístico: en 1971 sólo uno de cada 5 españoles trabajaba en
labores agrícolas. A mediados de los 70,
según los criterios de la ONU , España ya había dejado de considerarse un
país “en vías de desarrollo”.
No conviene exagerar el milagro económico español
franquista. España no sufría el peso residual del imperio y, por tanto, no tuvo
que enfrentarse a los costes económicos o sociales de la descolonización. Gran
parte del dinero extranjero que entró en el país en la década de 1960 no
procedía de la exportación de productos fabricados en España, sino de las
remesas enviadas desde fuera por los trabajadores emigrados o por los turistas
del norte de Europa: en suma, la modernización económica de España se derivó en
gran parte de la prosperidad de otras naciones. Excepto Barcelona, la Costa Brava y algunas partes
del País Vasco y en menor medida Madrid, el transporte, la educación, las
infraestructuras sanitarias y los servicios seguían estando muy retrasados.
Incluso en 1973, la renta per cápita del conjunto del país era todavía inferior
a la de Irlanda y no llegaba a la mitad de la media de la CEE.
No obstante, las consecuencias sociales de la modernización
económica, aún limitada, fueron considerables. En general, puede que en esa
época anterior a la televisión España hubiera podido protegerse del impacto
cultural que tuvieron los 60 en otros países, pero las disparidades económicas
y las perturbaciones generadas por el Plan de estabilización produjeron un
generalizado descontento laboral. Desde fnales de los 60 hasta la muerte de Franco,
las huelgas, los cierres patronales, las manifestaciones y las demandas
constantes de convenios colectivos y de representación sindical se convirtieron
en un rasgo de la vida española. El régimen se oponía categóricamente a
cualquier tipo de concesión política, pero, en una época en la que tantos
extranjeros visitaban el país, 17 millones trescientos mil en 1966, que se
convertirían en 34 un año antes de la muerte del dictador, no podía permitirse
ofrecer un rostro demasiado represivo.
Las autoridades españolas tampoco podían renunciar a la
cooperación y las aptitudes de una creciente mano de obra urbana. Por lo tanto,
se vieron obligadas a aceptar de facto la aparición de un movimiento sindical,
mayoritariamente afincado en Cataluña y en las industrias pesadas del País
Vasco. Junto a los sindicatos no oficiales, estas redes semiclandestinas podían
recurrir a una década de organización y experiencia a la muerte de Franco.
Sin embargo, en España los conflictos laborales se mantenían
estrictamente dentro del ámbito de las reivindicaciones materiales. En los
útlismo años el régimen dependía no de la represión violenta, sino de una
especie de asentimiento pasivo impuesto,
de una despolitización cultural prolongada durante décadas. Las protestas
estudiantiles gozaron de cierta libertad para organizarse dentro de unos
límites definidos. Incluso contaban cn las simpatías dentro del régimen de
católicos reformistas y falangistas desengañados. Pero cualquier manifestación
de simpatía activa o de colaboración entre diferentes sectores –con los mineros
en huelga por ejemplo- estaba absolutamente prohibida. Lo mismo se aplicaba a
los críticos adultos del régimen.
Cualquier opinión política se mantenía en secreto y los
partidos políticos independientes estaban prohibidos. Hasta 1967 ni siquiera
hubo algo parecido a un texto constitucional y en líneas generales, los
derechos y procedimientos existentes no eran más que de “cara a la galería” de
los socios occidentales de España. Franco, que se había autoproclamado “regente”
de la monarquía suspendida, indicó que, a su debido tiempo, le sucedería el
joven Juan Carlos, pero para la mayría la cuestión de la monarquía no tenía
incidencia en los asuntos españoles. Hasta la función de la iglesia católica,
que seguía teniendo una importante presencia en la vida privada de muchos
españoles, era limitada en lo tocante a las políticas públicas.
El papel tradicional de España como baluarte de la
civilización cristiana frente al materialismo y al ateísmo era un elemento
primordial del programa de estudios primarios; pero a la propia jerarquía
católica ( al contrario que a los modernizadores criptomonjes del Opus Dei) se
mantenía bien lejos de las riendas del poder, situación que contrastaba
enormemente con el espíritu de cruzada nacional católica de la primear década
del régimen. En junio de 1968, Franco aceptó por primera vez el principio de
libertad religiosa y permitió que los españoles practicaran abiertamente el
credo que quisieran. Pero para entonces la religión misma estaba entrando en
una etapa de prolongado declive: en un país que podía presumir de más de 8000
seminaristas a comienzos de los 60, 12 años no tenía 2000. Entre 1966 y 1975 un
tercio de los jesuitas españoles abandonó la orden.
También se mantenía al ejército a una distancia prudencial.
Tras llegar al poder mediante un golpe militar, Franco comprendía muy bien los
riesgos que comportaba marginar a una
casta castrense que había heredado un exagerado sentido de responsabilidad en
lo tocante al mantenimiento del Estado español y de sus valores tradicionales.
Durante los años de la postguerra el ejército español fue mimado y halagado. Su
victoria en la Guerra
civil se celebraba anualmente en las calles de las principales ciudades y sus
pérdidas se conmemoraron ostentosamente en el monumental Valle de los Caídos,
inaugurado en 1959. Los ascensos y condecoraciones se multiplicaron: cuando
cayó el régimen, había 300 generales y, por cada 11 miembros de otra
graduación, un oficial, lo cual suponía la proporción más elevada de Europa al
respecto. Según la denominada Ley Orgánica del Estado de 1967, “las fuerzas
armadas de la nación garantizan la unidad e independencia de la patria, la
integridad de sus territorios, la seguridad nacional y la defensa del orden
institucional”.
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