ESPAÑA EN BLANCO Y NEGRO
El control de la PUCP nos mantuvo en vilo más de un año, y parece que se resuelve
contra Cipriani.
LA GUERRA QUE
NOS HAN CONTADO: 1936 Y NOSOTROS
Este libro de Jesús Izquierdo Martín y Pablo Sánchez León
tiene ya 10 años, pero yo lo pondría como libro de texto en los institutos.
Para empezar. Basta ya de Restauración y Primo de Rivera junto con Isabel II.
Son las temáticas más recientes las que interesan a la ciudadanía española, en
especial porque como muy bien reflejan los historiadores que lo han escrito el
libro se podría haber titulado “La guerra que NO nos han contado”.
Ambos comienzan por el principio: cada cual tiene una
historia familiar de asesinato, una por cada bando que se enfrentó en la
guerra. Eso es lo que muchos españoles saben, pero estas historias son
tradición oral que no se recoge en ninguna parte. En mi caso ni siquiera puedo
hablar de “familiar muerto”.
Son relatos profundamente emocionales que incluso hacen
derramar lágrimas de los que lamentablemente los científicos de la historia no
se preocupan ni poco ni mucho. Incluso parecería de mal gusto “contar
experiencias personales”, poco serio, poco objetivo. Esa es la palabra clave,
queremos “la objetividad” y los relatos de familia son demasiado sentimentales
para ser “objetivos”.
Pero al mismo tiempo los autores reconocen no compartir los
valores que esas narraciones transmiten. Y piensan que se debe a la cesura que
supuso la transición a la democracia en España. El relato de los vencedores fue
instituido por el franquismo, el régimen produjo un relato de conjunto de los
acontecimientos que llevaron a la victoria de 1939. El relato de toda una sociedad. Sin embargo
para quienes encarnaron la memoria de los vencidos el relato familiar siguió
siendo algo particular, el único refugio de la memoria tras el trato
degradante.
En este libro se dan cita a lo largo de más de 300 páginas muy
interesantes consideraciones sobre qué es y qué no es la historia y algún
excurso por manifestaciones artísticas que nos ayudan a conocer el pasado y
otras que no. Pero yo he seleccionado la parte que más engarza con el tema Opus
Dei, en el fondo todo engarza con el tema Opus Dei, puesto que forma parte de
la “historia NO contada”. Me ha iluminado sobre esta retórica del “todo” o
“nada” tan Opus que todos los que lo padecimos conocimos bien y también sobre
otras características de nuestra sociedad, como pueden ser el “amedrentamiento”
ante todo lo que suponga “compromiso cívico”. Son dos manifestaciones actuales,
la que afecta a Opus Dei y la otra, que se pueden retrotraer a aquellos lejanos
tiempos tan presentes.
En el párrafo que traigo a colación se refieren a un libro
de Rafael Cruz, En el nombre del pueblo, en el que se recogen discursos
variados de aquellos años, a cual más
encendido.
De las páginas 172-3:
“Falangistas abogando por la
Santa Cruz de la violencia, socialistas
demandando la siembra de una doctrina redentora, a quienes no les faltaban los
“apóstoles” para hacer brotar de las entrañas del país “palabras y sangre”.
Apóstoles en fin, de una escatología emancipadora, con destino al progreso
humano general, pero igualmente vivida como una religión de este mundo, incluso
proyectada hacia un más allá, el de las generaciones venideras que habrían de
vivir el reino de la igualdad. Pues también aquí, como en el caso de la
escatología abiertamente católica, más que de relatos debemos hablar de metarrelatos que conformaban grandes
Historias con mayúsculas de la
Humanidad también con mayúsculas. Grandes narrativas que
describían la peripecia de toda una comunidad desde el pasado hasta el futuro,
jalonada por el acoso de un grupo antagónico en cuya inversión especular se
reflejaba la animalidad del otro.
Estamos ante relatos cargados de palabras de lucha para lo
que no puede ser sino entendido como una guerra
de religión. Una guerra moderna, pero una guerra de religión. Una guerra de
religión, pero una guerra moderna. Pues aquí no se enfrentaban dos religiones
propiamente dichas. Ni siquiera una religón católica contra una serie de
ideologías de la modernidad. Si hay que llamarlas ideologías, entonces lo eran
todas ellas, surgidas igualmente bajo el liberalismo y de la crítica a éste,
tanto el catolicismo social y político de un lado como el socialismo
revolucionario del otro; ideologías, o más bien discursos propios de un tiempo
de modernidad, pero vividas todas como si fueran religión. No por voluntad de
quienes las encarnaban y en su nombre mataban, sino porque el suministro de
lenguaje con el que podían comunicarse llevaba inserto en su seno una serie de
cargas valorativas que, bajo condiciones, podían activar una manera de tratar
al otro como un infiel, un ente desprovisto de moralidad y, por tanto, de
reconocimiento como ser, del derecho a la vida, llegado el caso.
La escatología católica y la ilustrada, en sus distintas
versiones más o menos radicales y críticas, compartían, pues, mesa en las palabras
de la guerra de 1936. Esto es comprensible porque ellas constituían la matriz
del liberalismo español del que formaba parte la cultura política de la Segunda República;
una matriz que hemos de entender como híbrida, lo cual permitía que las actitudes
anticlericales pudieran venir expresadas en términos religiosos, así como las
posturas reaccionarias en conceptos iusnaturalistas y racionalistas, incluso
dialécticos. Ninguna de las dos eran simples ideologías, sino que fundaban
orden social.
Esto estaba claro en el caso de la escatología católica, ya
que el catolicismo en España no era simplemente una religión. Para empezar su
lenguaje había contribuido a conformar el orden social del Antiguo Régimen. No
sólo las creencias acerca del más allá, sio las costumbres sociales, incluso
las instituciones formales que daban categoría jurídica a las personas en este
mundo terrenal. En efecto, con las revoluciones liberales lo que había sido
demolido en España era un ente que había recibido el nombre de Monarquía
Católica, el cual, siendo un entramado institucional corporativo como el de
otros reinos de la época, era bastante particular en lo tocante a la definición
de los fines colectivos de la comunidad.
Mientras otros
principados de su entorno habían distinguiendo la condición de súbdito de la de
miembro de una comunidad confesional, en este AntiguoRégimen los fines
colectivos inmanentes y los trascendentes se entremezclaban de un modo
especialmente difícil de disociar, alentados por una retórica que definía para
esa monarquía fines de expansión universal –que es lo que significa
etimológicamente católico- por encima
de los territorios concretos sólo dentro de los cuales los súbditos podían ver
reconocidas libertades políticas.
Madre mía si esto no suena a Opus Dei….hay un punto de
camino que habla del significado de católico, y qué hay de aquellas
escribarianas exclamaciones “¿Cuándo veremos nuestro el mundo?”. Escrivá el
típico cura español imbuido de la ideología propia de la sociedad en la que
nació, lo “matador” es que toda esta retórica nos la vendieran muerto Franco
como “iluminación” y “carisma divino” que descendió sobre el founder en
“determinados momentos fundacionales”. Para pegarse un tiro de la ignorancia y
el desconocimiento de nuestra propia historia e idiosincrasia. País sin cabeza,
sin memora, sin referencias. La gallina ciega de Max Aub.
Dudo mucho de que estos dos autores se hayan empapado de
“formación opusina”, no creo y ni me parece, pero chicos, ¡habéis clavado el espíritu fundacional de
EdB!
Continúa el texto:
“Las instituciones que gestionaban las esferas de lo
inmanente y lo trascendente estaban confundidas en todos los Antiguos
Regímenes, pero se fueron distinguiendo con el tiempo. La política moderna
surge especialmente como secuela de las guerras de religión, una vez que los
reyes y príncipes continentales se apropiaron de la esfera de los trascendente
en sus respectivas comunidades de súbditos, superponiéndola a la estricta
sujeción político-territorial y dando lugar así a la noción de Estado moderno,
que reconoce derechos pero es capaz de exigir legítimamente sacrificios a los
ciudadanos como si se tratase de un poder trascendente.
La confusión que se
prolonga en España entre las esferas escatológica y política en el orden social
se debe a la ausencia de una guerra de religión en su seno a lo largo de la Edad Moderna, durante el
Antiguo Régimen. Esa lucha excluyente, fanática, entre cosmovisiones
contrapuestas, estalló finalmente en 1936, en plena modernidad.
La guerra de 1936 expresa la crisis del lenguaje liberal en
España y con él, del liberalismo en su conjunto como orden social. Mas para
comprender por qué no se pudo contener la deriva de su híbrido lenguaje –mezcla
de catolicismo y variantes de la Ilustración-, es indispensable subrayar otra
importante herencia de la Monarquía Católica:
la intolerancia en materia de cosmovisiones. Esta, que le venía de su papel en
la contrarreforma, dejaría una profunda impronta e la cultura política del
siglo XIX dentro de la cual el lenguaje de raigambre católica sobrevivió tras
la desarticulación del Antiguo Régimen y en la que, además, el discurso
confesional tenía cabida por herencia y derecho propio. La ausencia de una
tradición de tolerancia confesional contribuyó a que las disputas entre
opciones ideológicas o discursivas procedentes de la Ilustración y su
crítica desembocasen recurrentemente en querellas en blanco y negro, incluso a
que el debate político entre liberales y moderados o conservadores pudiera
llegar a vivirse a menudo con la vehemencia de conflictos entre confesiones
excluyentes.
El error es pensar que hablamos de un escenario de religión
contra política. Hablamos de política, de política moderna como si dura
religión, es decir, como escenario en el que se construye la distinción radical
entre amigo y enemigo, como “política absoluta”, sin límite. Conviene recordar
que esa definición de política procede de la reflexión que hizo Carl Schmitt a
partir de la obra de un pensador católico radical español, Juan Donoso Cortés…."
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