LIBROS QUEMADOS
Antonio Rodríguez Almodóvar ha escrito unas memorias de su
niñez en la posguerra, “Memorias del miedo y el pan”. Nacido en 1941 en Alcalá
de Guadaira, el pueblo del agua y de los panaderos sevillanos, relata cómo era
la vida entonces. Me ha llamado la atención la quema de libros. Hubo “autos de
fe”, se quemaron bibliotecas, como en los tiempos de los bárbaros. En Pamplona
pasó lo mismo en el 36. Y es uno de los reproches que el cura protestón lanza
al “opus dei”,
la falta de lecturas, la censura de libros que acaba por
jibarizar las cabezas de todos los que rodean “la cosa”. También de esas 4
cabezas pensantes de relumbrón que usan
de propaganda, escaparate de supuesta intelectualidad.
En el caso de Rodríguez Almodóvar su propia madre
quemó los libros en la hornilla de casa, de puro miedo a que llegaran los
falangistas y le encontraran un Emile Zola en la estantería. Así que el niño
Antonio que ha llegado a ser académico de la Lengua española, creció en una
casa sin libros. Con un padre que procedía de aristocrática familia venida a
menos. El abuelo había sido virrey en
Filipinas, decía el chico. Y el padre tuvo que ponerse a hacer pan, padeciendo
los horarios nocturnos de los panaderos y sufriendo para alimentar a la
familia.
“Resulta que mi padre era admirador del poeta granadino
García Lorca como también de Machado y de otros escritores de las generaciones
del 98 y del 27. Sus libros estaban en casa junto a otros que mi hermana no
recordaba, pero que tendrían que ver con las simpatías de mi padre por
Izquierda Republicana. …
Como recordaba la acción del fuego los destruyó. Un fuego
preventivo que los convirtió en cenizas, justo en aquel fogón que había al
final del último patio de la casa, en la parte baja, entonces todavía
desocupada. Y fue mi propia madre, víctima del miedo, un miedo aterrador, que
solo se comprende por las circunstancias del momento la que prendió las llamas
y a ellas fue arrojando los libros, uno tras otro. Debió de ocurrir en los
primeros días de la guerra o poco después, estando mi padre fuera de casa.
Como sería aquel miedo, que ni siquiera la buena vecindad
con el jefe de Falange y el hecho de ella misma haberle dado cobijo en nuestra
casa, cuando un piquete de anarquistas fueron a por él, sirvieron para disipar
el pánico que sentía ante los fascistas. Y con ese miedo en el cuerpo a que
pudieran hallar aquellas obras comprometedoras, escritas por gente tan
peligrosa como Antonio Machado o Federico García Lorca, acabó por destruirlas
con la acción más antigua del mundo contra los libros.
Esta vez no hicieron falta ni cura ni barbero, ni brazo
ejecutor del Santo Oficio, ni la Gestapo ni Almanzor en la Córdoba del siglo
XI. Las oscuras reglas del fuego vienen de antiguo contra todo lo que se
escribe libremente.”
“Con estos libros de mi padre ardieron otros autores de
menor fuste pero entonces muy populares, como Alberto Insúa, narrador de
cuentos sentimentales, dirigidos principalmente a lectoras, que acaso de ese
modo se redimían de la opresión del silencio. Mi madre solía referirse a El negro que tenía el alma blanca.
También figuraban los dramas naturalistas de Marquina, La ermita, la fuente y el río, todas fueron al mismo fogón.
De lo que me acuerdo es de las entregas semanales de un
melodrama de éxito, impreso en un papel de pésima calidad, con unas tapas
verdosas, en las que se veían unas muchachas tristes. Un determinado día de la
semana, alguien arrojaba el capítulo correspondiente desde el pie de la
escalera, (aquella escalera del loco, los fascistas y los anarquistas),
gritando a voz en cuello: “¡Lah doh güerfanitaaaa…!” De todo ello deduzco que
el público femenino ha sido esencial para la literatura española de la época, y
vuelve a serlo hoy, y que la más lectora en casa era mi madre, pese a ser la
menos formada…..
Y así fue como crecí, sin un solo libro en casa. No hago
mención de las cartillas de aprender a leer y escribir, de las elementales
Enciclopedias de los primeros niveles, o de un Para mi hijo, nosotros decíamos “el paramijo”, donde recibíamos la
obligadas raciones de doctrina.
Claro que eso no quiere decir que yo no me entregara a la
lectura desde muy pronto. ¿Dónde entonces? ¿En el colegio salesiano?
Naturalmente que no. ¿En casa de los Medina? Claro que sí. Pero antes de llegar
a los libros prestados que iniciaron mi interés, algo hay que decir de lo que
ocurría en la biblioteca del colegio. Sencillamente que estaba cerrada a cal y
canto, acumulando silencio y polvo de unas dependencias vedadas, a las que los
alumnos solo nos asomábamos por curiosidad, a escondidas de los curas. Junto a
la biblioteca en otra sala, se hacinaban artilugios y aparatos extraños,
animales disecados y láminas de historia natural, que nadie usaba tampoco: esos
libros y bártulos, allí arrumbados, tenían una misma procedencia: la biblioteca
y las vitrinas de ciencias naturales del instituto de enseñanza media de
Carmona, creado por la República, de efímera existencia.
Después de la guerra, ese instituto fue clausurado, en
cuanto los franquistas se hicieron con el poder. Y sus contenidos pedagógicos
trasladados a los colegios salesianos de la dictadura, en concreto los de
Utrera y Alcalá de Guadaira. Y allí estaban , arrumbados, inservibles para
aquellos insolventes educadores que habían sucedido a los catedráticos de
instituto, la mayoría pasados por las armas o fugados aprisa y corriendo a
cualquier parte, principalmente a México, junto con maestros, profesores
universitarios, arquitectos, abogados…Otros desastre para España, que tardaría
mucho en recuperarse de semejante descalabro intelectual, si es que lo ha
hecho.”
A parte de la desaparición de los libros, muchas otras
estampas ilustrativas trae este relato. Como que los obreros del pueblo metieron en
la cárcel a los patronos para protegerlos de una muerte segura a manos de
incontrolados durante la República. De nada les sirvió: cuando cambiaron las
tornas y entraron legionarios y moros el 21 de julio a saco, la represión antiobrera fue
brutal. Y algunos anarcosindicalistas que salvaron el pellejo mudaron en
sindicalistas del sindicato vertical, la “Failange” se dijo, de FAI, la
federación anarquista ibérica.
Los salesianos según Rodríguez Almodóvar imitadores de los
Jesuitas, en peor. Hay que ver cuántos émulos ha tenido la Orden
ignaciana. El hambre en un país rico en agricultura, provocada por el poder,
medio infalible de represión. Las miserias mil y las formas de burlarlas de las
gentes. La política asquerosa, en la
que Rodríguez Almodóvar anduvo metido cuando llegó la democracia al
ayuntamiento de Sevilla. Compañero de Felipe González y Carmen. Profesor en la
facultad de filosofía de Sevilla ya tomada por Arellano and cia., Arellano el nume de Corella, recuerdo. De allí fue
expulsado por marxista, en el intervalo se muere Franco - llega la constitución, no da
el nombre de quien lo echó, pero inevitable que fuera un hijo de “nuestro
Padre”. Provechosísima lectura. De cómo fueron las cosas en un pueblo
sevillano, cuáles las relaciones sociales.
Interesante detalle que también me ha servido para evocar.
Como la apelación “oratorio” tan nuestra, en lugar de “capilla”, más monjil o carcelero: se dice estar en “capilla” la noche antes de que te
ejecuten.
Los aristócratas del lugar tenían su “oratorio” donde
acudían a celebrarles misa tal o cual clérigo. Mucho más distinguido que ir a
la parroquia a mezclarse con la plebe, como nos pasaba.Si la misa es la misa lo
mismo da en un sitio que en otro, con un cura que con otro, en una capilla o en
un oratorio. No señor, lo distinguido es que el cura se desplace a tu morada
donde le has preparado el lugar y te “celebren a domicilio”. En los años del
hambre seguía un opíparo desayuno para el clérigo y el monaguillo.
Rodríguez Almodóvar niño de la posguerra, se hace eco de esa
otra vivencia opusina juvenil, el hambre y retortijones que pasábamos en los
diversos actos litúrgicos antes del desayuno. Posguerra 50 años después. La
vanguardia.
Trasteando en mi dispositivo he rescatado lo que creía perdido. Estoy encantada de acabar el año con este hallazgo, pero no me he puesto a editar cortando lo prescindible.
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