DUPLICIDAD
Nos llevan al extremo, a ver si acabamos por recoger armas, palos, cuchillos o la escopeta de caza. Lo están buscando diciendo una cosa, la contraria, la de en medio. Lo malo es que nos lo tragamos todo y no somos violentos, obedecemos. Y no van a tener excusa para imponer su totalitarismo en marcha. De momento.
Las numes nos decían que evitáramos la palabra opus dei al hablar por teléfono y mencionarlo lo menos posible, siempre con prudencia. Tenían miedo del "complot" franmasón en especial y me lo dijeron así: "Si quieres hablar del opus dei a tus amigas mejor no lo hagas por teléfono...ya sabes, las escuchas...las indiscreciones."
Los hombres opusinos solían mencionar en sus conversaciones el "complot masónico" y querían averiguar quién lo era entre sus conocidos. Era tal la obsesión que en sus reuniones la masonería se asociaba con la encarnación del mal.Igualmente teníamos que tener cuidado cuando escogíamos nuestras amistades. Nos recomendaban paciencia, avanzar "enmascaradas", no decir claramente nuestra pertenencia. Y sólo éramos pequeñas "indefensas" mujeres. Me parece que el tema del complot lo desarrollaban más los hombres opusinos. La paranoia no era inocente, daba lugar a comportamientos muy extraños.
Vivía en Lausanne, hacía un año que yo pertenecía y no había centro en esa ciudad. La formación se desarrollaba en casa de las supernumes. Las numes venían de Ginebra. Un día el círculo tenía lugar en mi casa. Llamaron a la puerta, abrí y una mujer me dijo que venía al círculo. La nume de servicio le hizo un interrogatorio policíaco a la recién llegada. Le pedía una carta de presentación que la otra no traía. La carta se la tenía que haber dado la directora de su centro de procedencia. La nume llama por teléfono a los diferentes centros de Suiza y para asegurarse, como me dijo después, que la recién llegada sin carta no era una espía o una periodista. No podíamos correr el riesgo de que una extraña conozca las Preces, oración propia que rezamos al final del círculo. Hubiera sido como revelar un secreto de Estado. Me sorprendió mucho pero callé.
Después ya supe que si te desplazas a otro lugar para poder recibir los medios de formación hay que presentar la carta de la directora que muestra que perteneces. Como una contraseña. Tuve que solictarla cuando fui a Francia a medios de formación, no me ocurrió abrir el sobre antes de entregarlo, no sé qué ponía en esa carta.
Al cabo de unos años de formación-deformación acabé convencida de mi fragilidad y de que od me protegería de las influencias externas siempre malas, lo pone en 627: "Que tu obediencia sea muda, ¡cuidado con esa lengua!". Pero menos mal que no obedecí estas disposiciones. Seguía mi propia idea por dentro dando a entender por fuera que me conformaba con el camino. Si me decían que no viera la película Germinal, aceptaba, pero fui al cine a escondidas. La duplicidad se convirtió en mi segunda naturaleza.
Pensaba sinceramente que od no era mi vocación y que las directoras se equivocaban cuando me decían lo contrario. Mi marido por su parte me decía que sería una vergüenza si me iba de la o.
Pero esta vida en contra de las directivas y de hacer las cosas a escondidas me trastornó. Me parecía entonces que yo era la única que actuaba así. Estaba convencida de ello.
Cuando me fijaba en las demás supers las veía serenas, tranquilas, felices, contentas con su vida y su vocación. Tenía un problema, más bien el problema era yo. No era diferente a las demás pero no era feliz en la o. Me sentía pecadora. Me sentía culpable por doble motivo: por no ser feliz, y por no tener la valentía de marcharme. No era yo misma, siempre desviando mi conducta de lo que hubiera querido. Estaba realmente mal, me perdía, me volvía a encontrar pero mal.
Solo mucho más tarde supe hablando con otras ex supers, las mismas que me parecían ejemplares en su momento, que también ellas vivían esa especie de desdoblamiento hipócrita. Ellas me veían a mí como la supernume perfecta, sonriente, amable, feliz, con muchos niños a los que llevaba muy bien vestidos. Siempre dispuesta a dar mi tiempo para la causa, apostólica y proselitista. Respetuosa de los preceptos opus sin pestañear. Impecable mi casa y mi vida. Era la imagen que los demás tenían de mí.
No me reconozco en esa descripción, esa no era yo. Con una ex super con la que suelo conversar tratamos el tema de la imagen que dábamos la una a la otra, estamos impresionadas por la mentira en la que fuimos a la vez cómplices y víctimas. Cada una veía la perfección en la otra, lo cual alimentaba el malestar: ¡qué ironía!
Intentamos analizar el mecanismo que nos hizo sentir culpables, prisioneras, envenenadas todos esos años. Llegamos a la conclusión de que sufrimos una dependencia psicológica difícil de definir pero fuerte y perniciosa. Además hay un precepto que nos mantenía aisladas unas de otras: prohibición de intercambiar confidencias con otras. La amistad, las confidencias normales entre personas que se aprecian, respetan, confían, intercambio de emociones, sentimientos. Lo típico de las amigas, compartir tristezas, alegrías, esperanzas, preocupaciones. En "opus dei" está prohibido. Sólo a la directora compete escuchar nuestras confidencias. Una exclusividad que nos confina todavía más en nuestro aislamiento respectivo.
Además el sistema de las correcciones fraternas produce de modo natural un ambiente de delación y desconfianza insoportable. Todas y cada una éramos espías y espiadas, cada cual se pretende irreprochable y ejemplar frente a las demás, a sus "hermanas". Estábamos representando constantemente, por dentro y por fuera. Cuando estaba con las supers aceptaba el juego, me autocensuraba. Y las demás hacían igual. ¿Cómo adivinar que todas estábamos tan a disgusto? Ahora podemos hacer burla de ello, pero no fue comedia, fue una pesadilla.
¿Cómo se puede vivir en semejante estado de sumisión? Me lo pregunté y me lo sigo preguntando. ¿Qué método psicológico se utiliza para reducir a sumisión semejante a hombres y mujeres de 18, 30, 40 años? Las dos ex supers nos lo hemos preguntado a menudo ¿Cómo fue posible que dada nuestra personalidad, nuestro carácter, nuestra historia, hayamos seguido obedeciendo órdenes cuando en nuestro interior rugía el desacuerdo y la revuelta? ¿Cómo fue posible que actuáramos en contra de nuestra verdad más profunda? Fuimos unas actrices de primera y a la vez nos cegamos a nosotras mismas.
Quizás la acumulación de obligaciones nos impedía tener tiempo para reflexionar y empezar a actuar de modo más autónomo, en od no hay lugar para la ociosidad. Y cuando lográbas sacar la cabeza del agua, simpre estaban ellas, cualquiera de ellas, para recordar el combate espiritual contra Satán que no descansa.
Siempre me enseñaron que formábamos una gran familia. Que la o era nuestra familia, sin embargo había incoherencias en esta enorme familia. Los miembros son hermanos entre sí pues su padre es monseñor y en los centros se intenta que cada cual se sienta como en su casa. Pero al mismo tiempo era imposible la amistad, ni siquiera un minimo conocimiento de las demás "hermanas". No teníamos derecho a hablar entre nosotras de cosas personales, no a las "amistades particulares" (¿hay alguna amistad que no sea particular?) y si teníamos tiempo libre que compartir, nos animaban a que rezáramos juntas el rosario.
En las famosas convivencias anuales nos encontrábamos con supers de otros países. Imposible establecer conexiones humanas, no sabíamos nada unas de otras: ¿se puede hablar de un comportamiento natural entre hermanas en este caso? ¿se puede decir que ese era el comportamiento deseable en una familia?
Una nume que nos hablaba del silencio en una charla, nos contó que un retiro al que solo asistían supernumes, coincidieron la supernume madre y su hija nume después de años de no haberse visto, pues la nume vivía en otro país. Esas dos mujeres no intercambiaron palabra. La super se fue a su casa y su hija a su país de residencia sin haber tenido una conversación con su madre. Era un ejemplo a seguir, hoy lo pienso y me parece inhumano y bárbaro ¿Cuál es el modelo del opd? ¿una falsa familia que mata la verdadera familia?
Yes, Véronique D., diste en el clavo.
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