ALEGRÍAS
Qué alegría tengo, me las encuentro pero no las reconozco. ¡Estamos tan viejas! y llevo bastantes meses en que me han dejado en paz. Lo que dure.
A Gisbert lo empapelan por irse a Ucrania con su cámara y captar una realidad que diverge así como centímetro y medio de la oficial. Delito de odio, como si los sentimientos y emociones pudieran delinquir. La soft dictatorship que padecemos. Que hoy te empapelen por tan poca cosa, cuando no te has quedado con lo que no es tuyo dice en favor del empapelado. Me cae un poco mejor. Si molesta el poder es marchamo de garantía.
En especial visto lo que el poder es capaz de hacer y tras la impresión que me ha dejado el reportaje de Tierra ignota más las entrevistas anexas y a pesar de las conexiones opus que pueda haber, porque de izquierdas no son. Mentiras y más mentiras, realidad prefabricada para que entre con calzador en la sentencia y estamos en tiempo de descuento para que el caso prescriba, quizás se abran bocas hoy temerosas dentro de un año, pero no se habrá hecho justicia.
Sigo celebrando la octava de la aparición en sede parlamentaria del tema gracias a Lucía la paraguaya salerosa y su compañera de Entrerríos, me alegro tanto que parece un sueño.
Moradiellos sigue contando la historia de modo magistral:
TENTACIÓN Y OPORTUNISMO EN LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
A pesar del hondo proceso de fascistización que había experimentado la dictadura franquista durante la guerra civil y de su proclividad política y diplomática hacia el Eje italo-germano, el Caudillo se vio obligado a permanecer al margen de la contienda europea iniciada en septiembre de 1939 con la invasión alemana de Polonia. El cansancio y la destrucción provocados por la guerra civil, junto con el estado de honda postración económica y hambruna creciente, dejaban al régimen español a merced de una alianza anglo-francesa que dominaba con su flota los accesos marítimos españoles y controlaba los suministros alimentarios y petrolíferos vitales para la recuperación postbélica.
En esas condiciones, la neutralidad decretada era pura necesidad y no libre opción. Por eso mismo, fue acompañada de una pública identificación oficial con la causa de Alemania y de un limitado apoyo encubierto militar y económico a su esfuerzo bélico.
Las sorprendentes victorias alemanas del verano de 1940, con su derrota de Francia e inminente ataque a Gran Bretaña, al igual que la entrada de Italia en la guerra, permitieron un cambio notable en la posición española. Entonces, Franco estuvo seriamente tentado de entrar en la guerra al lado del Eje a fin de realizar los sueños irredentistas e imperiales de su régimen: recuperación de Gibraltar de manos británicas y la creación de un imperio norteafricano a expensas de Francia. El problema seguía siendo el mismo: España no podría realizar un esfuerzo bélico prolongado, dada su enorme debilidad económica y militar y el control naval británico de sus suministros petrolíferos y alimenticios. Por eso, el cauteloso Caudillo intentó hacer compatible sus objetivos expansionistas con la grave situación española mediante una intervención militar al lado del Eje en el último momento, a la hora de la victoria italo-germana, para poder participar como beligerante en el reparto de botín imperial subsecuente.
Por fortuna para Franco, Hitler despreció como innecesaria su costosa y dudosa oferta de beligerancia hecha secretamente a mediados de junio de 1940, en un momento de triunfo sobre Francia y aparente derrota inminente de Gran Bretaña. El almirante Wilhem Canaris, jefe del servicio secreto alemán, resumió certeramente en agosto para el alto mando germánico la naturaleza y peligros de la oferta franquista:
“La política de Franco ha sido desde el principio no entrar en la guerra hasta que Gran Bretaña haya sido derrotada, porque teme su poderío (Puertos, situación alimenticia…etc) (…) España tiene una situación interna muy mala. Sufren escasez de alimentos y escasez de carbón (…) Las consecuencias de tener a esta nación impredecible como aliado son imposibles de calcular. Tendríamos un aliado que nos costaría muy caro”.
Pocas semanas después, cuando la tenaz resistencia aérea británica en la Batalla de Inglaterra demostró que el final de la guerra no estaba tan cercano, el desacuerdo hispano-alemán se acentuó. Según los propagandistas franquistas, en la crucial entrevista de Hendaya del 23 de octubre de 1940, el Caudillo habría resistido con astucia y firmeza las presiones amenazadoras de Hitler para que España entrara en la guerra al lado de Alemania. En la pluma de Sánchez Silva y Saénz de Heredia este mito central de la propaganda franquista se magnificó aún más: “La habilidad de un hombre contuvo al que no consiguieron contener todos los Ejércitos de Europa, incluido el francés”. En realidad, como demuestra la documentación alemana e italiana capturada por los aliados al final del conflicto, en dicha entrevista Franco meramente se negó a entrar en la guerra si antes Hitler no aceptaba sus demandas de previa ayuda militar y alimenticia y de futura entrega de gran parte del imperio francés. Sin embargo, el Führer ni quiso ni pudo aceptarlas. Había concluido que era prioritario mantener a su lado a la Francia colaboracionista del mariscal Pétain, que garantizaba la neutralidad benévola del imperio colonial francés en la lucha contra Gran Bretaña. Por eso se negó a prometer una desmembración de ese imperio que habría empujado a sus autoridades coloniales en los brazos enemigos de De Gaulle y de Churchill. Sencillamente, no podía arriesgar las ventajas que estaba reportando la colaboración francesa en aras de la costosa y dudosa beligerancia de una España de Franco hambrienta, desarmada y semidestruida. También los italianos consideraban por entonces que la beligerancia española “cuesta demasiado dado lo que puede proporcionar”.
En lo sucesivo, el régimen franquista mantuvo su firme alneamiento con las potencias del Eje sin traspasar, por mera incapacidad material, el umbral de la no beligerancia oficial. Incluso el comienzo de la ofensiva nazi contra la Unión Soviética, junio de 1941, permitiría mostrar de modo práctico la identificación con la causa del Eje: 47.000 voluntarios y oficiales de la División Azul combatirían con la Wehrmacht alemana en el frente ruso hasta finales de 1944. Se trataba de la contribución de la sangre española al esfuerzo bélico del Eje que habría de avalar, en su caso, las reclamaciones territoriales en el futuro.
Sin embargo, a partir de la entrada de EEUU en la guerra, diciembre de 1941, y del consecuente cambio de coyuntura bélica a favor de los aliados, la política exterior de Franco fue recuperando gradualmente sus habituales dosis de cautela pragmática y sentido del opoprtunismo. Desde noviembre de 1942, con el desembarco aliado anglo-norteamericano en el norte de Africa destrozando sus sueños imperiales, Franco se replegó hacia una neutralidad cada vez más aceptable para los aliados, decidido a sobrevivir a toda costa al hundimiento del Eje en Europa. En abril de 1943, poco antes de que la invasión aliada de Sicilia provocara la caída de Mussolini, el Caudillo reiteró al embajador italiano la causa de su inactividad:
“Mi corazón está con uds y deseo la victoria del Eje. Es algo que va en interés mío y el de mi país, pero uds no pueden olvidar las dificultades con que he de enfrentarme tanto en la esfera internacional como en la política interna”.
Un año después, enfrentado a un breve y lacerante embargo de petróleo por parte de norteamericanos y británicos, Franco cedió en toda regla a las demandas aliadas para adoptar una política más neutralista y eliminar su restante ayuda subrepticia a los alemanes: exportaciones de mineral de wolframio, facilidades para el espionaje nazi, continuidad de la División Azul en el frente oriental, etc. De hecho, los analistas diplomáticos occidentales ya habían captado por entonces su voluntad de supervivencia política a todo trance y bajo cualquier precio. Como apuntó en privado un alto funcionario del Foreign Office británico en 1944:
“Bajo el astuto control gallego de Franco, no tengo ninguna duda de que el gobierno español no será ni demasiado ciego ni demasiado orgulloso a la hora de alcanzar un arreglo. Franco pertenece a la clase de españoles tipo Sancho Panzo, más que a la clase del tipo Don Quijote”.
Con astucia camaleónica y sin el más mínimo pudor, Franco comenzó a reescribir la historia y, gracias al concurso de una prensa controlada y entregada a la adulación, se convirtió en un neutralista honesto e imparcial que había librado a España de los horrores de la guerra. El ahora satanizado Serrano Suñer cargó convenientemente con todas las culpas por las proclividades filo-fascistas del pasado. A mediados de diciembre de 1944, después de entrevistarse con Franco en el palacio de El Pardo para transmitirle las protestas aliadas por su pasada conducta, el embajador británico en Madrid informó a su gobierno del grado de autoconfianza y seguridad en sí mismo que destilaba el Caudillo:
“No mostró ningún síntoma de preocupación respecto al futuro de España y, evidentemente, se ha convencido de que el régimen actual está a la cabeza del progreso humano y es el mejor de cuantos haya tenido España jamás. Es imposible decir con certeza si esta aparente complacencia es una pose o es sincera. En mi opinión, él está sinceramente convencido de que es el instrumento elegido por el Cielo para salvar a España y considera cualquier sugerencia en sentido opuesto como fruto de la ignorancia o de la blasfemia (…) Solo cuando me marchaba de su despacho pude apreciar una señal de que el aire comenzaba a entrar en este santuario cerrado de autocomplacencia. Fotografías del Papa y del Presidente Carmona (Portugal) habían reemplazado en su mesa de escritorio a las previas fotografías dedicadas de Hitler y Mussolini en el lugar de honor.”
Comentarios