VOCACIÓN DE AGREGADO

Cada vez más gente se conecta a la tertulia y me alegro. En este vídeo aparece por vez primera la versión "agregado" de la vocación, o una de ellas. Falta que salga la versión agregada. ¿El Pau que dice lo de la vocación que no era para todos a los que se les planteó será el Pau que yo conocí u otro distinto? 

La vocación no existe a nada en los términos en los que se nos planteó a las adolescentes de aquella época: obligación que cumplir,

estaba en juego el sentido de tu vida en la tierra y venía directamente de Dios Nuestro Señor vía los directores, vía "la que te trataba", en general adulta, que se lanzaba en picado tras una serie de reuniones de burócratas opusinas que habían considerado tu caso y declarado que convenía tu pitaje con los datos que hasta ese momento les constaban (familia, estatus económico y salud financiera, cualidades intelectuales y presencia física, rasgos de carácter que apuntaban, salud presente y futura). Una completa radiografía.

Es largo pero no troceemos por favor, ni metamos a san Pablo en esto, que poco tiene que ver salvo como adorno bíblico y neotestamentario, como disfraz, más bien.

Habría mucho que hablar sobre los Derechos del Hombre y del Ciudadano que se mencionan, los del s. XVIII se construyeron históricamente y en parte frente a las leyes de la Iglesia del Antiguo Régimen, y en ese sentido, durante siglos y hasta que llegó Juan Pablo II, digamos que los Papas no iban por ahí defendiendo los Derechos Humanos. Hoy es lugar común y forma parte de la doxa tan proclamada oficialmente como pisoteada constantemente por unos y otros. Pero sí, en efecto frente a la gran mentira en la que fuimos envueltos adolescentes y ciudadanos de una sociedad basada en constituciones que reconocen los Derechos, es adecuado afirmar que fueron vulnerados.

La dialéctica de la historia. La Iglesia Católica era un pilar del Antiguo Régimen, un actor político de primera, lo cual tiene la ventaja de que formateó la sociedad y la desventaja de que cuando dicho régimen se resquebraja y aparecen cosas nuevas, le afecta y se queda atrás en gran parte. Rumiando las penas del Infierno para los que se adhieran a las nuevas ideas. Con el tiempo también la Iglesia católica cambia y ahí está Vaticano II, pero no olvidemos que hoy, a la hora en que nos reunimos y escribimos estas cosas, siguen pululando defensores de la situación eclesial previa a ese concilio e incluso, lo que me tiene "suleveillada" ateos que los apoyan. Pero esto último quedará quizás en extravagancia patria.

Sigo con que nuestras desgracias tuvieron mucho que ver con el marco político en el que generó y prosperó la supuesta llamada desde la eternidad. Soy pesada pero por el momento nada de los que nos ocurre a los seres humanos nace por esporas o desciende de un platillo volante.

RESISTENCIA Y SUPERVIVENCIA EN LA POSTGUERRA MUNDIAL

El término de la guerra mundial y el comienzo del ostracismo del régimen franquista permitieron que el Caudillo demostrara nuevamente sus habilidades políticas en una situación difícil. El 19 de marzo de 1945, don Juan de Borbón (bisabuelo de Leonor) publicaba su Manifiesto de Lausana, solicitando a Franco su retirada a favor de una monarquía abierta a la reconciliación nacional y a la transición democrática. Poco después, el 2 de agosto, la conferencia de los aliados victoriosos en Postdam (Alemania) emitía su declaración vetando el ingreso de la España franquista en la ONU “en razón de sus orígenes, su naturaleza, su historial y su asociación estrecha con los Estados agresores”. Acosado tanto por la condena internacional como la por la presión interna monárquica a favor de la restauración, Franco libró su último gran combate por la supervivencia reavivando los odios de la guerra civil y el espectro de la conjura masónico-bolchevique contra la católica España. Tenía la convicción de que muy pronto habría de desencadenarse en Europa el antagonismo entre la Unión Soviética y los EEUU y que éstos habrían de recurrir a  los servicios de España por su inapreciable valor estratégico y firmeza política anticomunista. Mientras esta ruptura llegaba, no cabía otra opción que seguir la recomendación confidencial que le daba su alter ego político desde la defenestración del Cuñadísimo, el almirante Luis Carrero Blanco:

“La única fórmula para nosotros no puede ser otra que: orden, unidad y aguantar (…) Porque los anglosajones aceptarán lo que sea de España si no nos dejamos avasallar, porque en modo alguno quieren desórdenes que puedan abocar a una situación filocomunista en la Península Ibérica.”

Ante los generales y políticos monárquicos, Franco dejó bien claro su volutnad de permancer en el poder sin ceder la Jefatura del Estado al pretendiente. No pudo ser más claro y explicito: “Mientras viva, yo no seré nunca una reina Madre”; “Yo no haré la tontería que hizo Primo de Rivera. Yo no dimito; de aquí al cementerio”. Al más significado y peligroso de los militares monárquicos, el general Varela, alto comisario en Marruecos, le previno fríamente a finales de 1945 sobre los riesgos de romper la unidad de los vencedores en la guerra civil: “Si lograran derribar al portero, iríamos cayendo todos uno a uno; si nos encuentran unidos no llevarán los ataques al último extremo”. Enfrentados al dilema de aguantarle sine die o echarle por la fuerza a riesgo de una guerra y del hipotético regreso de la República, los monárquicos acabaron mayoritariamente por resignarse ante su pomposo reinado sin corona.

Otro tanto similar sucedió con las potencias democráticas vencedoras; en la alternativa de soportar a un Franco inofensivo o provocar en España una desestabilización política de incierto desenlace, tanto el nuevo gobierno laborista británico como la administración demócrata norteamericana resolvieron aguantar su presencia como mal menor y preferible a una nueva guerra civil o un régimen comunista en la Península Ibérica. Y ello a pesar del profundo desagrado personal y político que provocaba en esos medios oficiales. UN algo funcionario del Foreign Office resumía confidencialmente en junio de 1946 las razones que excluían toda presión efectiva aliada, económica o militar, para lograr la caída de Franco:

“Odioso como es su régimen, el hecho sigue siendo que Franco no representa una amenaza para nadie fuera de España. Sin embargo, una guerra civil en España generaría problemas en todas las democracias occidentales, que es lo que desean el gobierno soviético y sus satélites”.

El triunfo de la estrategia de resistencia numantina desplegada por el Caudillo fue evidente a la altura de 1948, cuando el gobierno francés ordenó (10 de febrero) la reapertura de su frontera española que había cerrado dos años y cuando don Juan se entrevistó con Franco (28 de agosto) y cedió a su demanda de que el príncipe Juan Carlos fuera educado en España bajo su tutela. Dicho triunfo se formalizó definitivamente en el año 1953, con la firma del Concordato con el Vaticano (28 de agosto) y de los acuerdos hispano-norteamericanos para la instalación de bases militares de los EEUU en España (26 de septiembre). La Guerra Fría entre los antiguos aliados contra el nazismo oficializada en 1947 había llegado a tiempo para salvarle de su “pecado original” porque acentuó en Washington y Londres el valor político y estratégico de una España anticomunista en caso de conflicto en Europa de la Unión Soviética.

Desde entonces, ningún peligro esencial pondría en cuestión su mando omnímodo en España ni su reconocimiento diplomático en el ámbito occidental, aunque fuera como socio menor y despreciado por su estructura política y pasado reciente. En este sentido, la supervivencia del régimen se logró a costa de un alto precio político y económico para España: la exclusión en 1947 de los beneficios del Plan Marshall norteamericano para España para la ayuda a la reconstrucción europea y el veto de las democracias continentales al ingreso en el Consejo de Europa, la Alianza Atlántica y el incipiente Mercado Común.

UN LARGO REINADO SIN CORONA

Firme en su puesto y reconocido como árbitro supremo e inapelable por todas las “familias” políticas franquistas (falangistas, carlistas, católicos, monárquicos y militares), a partir de finales de los años cuarenta el Caudillo pudo dedicar tranquilamente cada vez más tiempo a sus ocupaciones preferidas de ocio y recreo. Tan sólo durante el crucial año de 1957 se vio obligado a una decisiva intervención política arbitral con ocasión de una doble crisis: la del modelo económico autárquico seguido desde la victoria y la política provocada por el intento falangista de ampliar su esfera de poder dentro del régimen. El resultado fue la postergación de los falangistas en el nuevo gobierno  y la promoción de los llamados tecnócratas de inspiración católica, ligados al Opus Dei y partidarios de la modernización económica e institucional del régimen para posibilitar su supervivencia. Tras aprobar la puesta en marcha del Plan de Estabilización de 1959, Franco se retiró prácticamente de la política activa y cotidiana.

Las hondas transformaciones sociales y económicas acaecidas durante la década del desarrollismo tecnocrático acentuaron esa retirada porque, sencillamente, el Caudillo no acertaba a comprender la complejidad de la nueva situación. Además, Carrero Blanco comenzó a ocuparse de las labores de la presidencia del gobierno de un modo tan gris y leal como eficaz y satisfactorio.

La política liberalizadora de los tecnócratas permitió que la economía española se beneficiara de la etapa de expansión general experimentada por las economías occidentales durante los años 60.  En esas condiciones de intensa modernización productiva y cambios sociológicos, el discurso ideológico de la dictadura tendió a sustituir la “legitimidad de la victoria”, por la “legitimidad de los éxitos”, bajo la esperanza de que la prosperidad material cimentaría la paz social y la apatía política conformista anheladas por los jerarcas del régimen. Sin embargo, el Caudillo siguió inmerso en el universo doctrinal legado por la guerra civil e inmune a las llamadas a la tolerancia y la apertura política que comenzaban a surgir dentro de España. Precisamente, el único límite que impuso a sus gobiernos tecnocráticos radicaba en el plano político: nada habría de menguar su poder decisorio supremo porque “es inimaginable que los vencedores de una guerra cedan el poder a los vencidos diciendo aquí no ha pasado nada y todo debe volver al punto de partida”.

El perceptible declive de las facultades físicas de Franco desde finales de los años 60 fue convirtiendo al temible dictador de épocas previas en un anciano débil y tembloroso que oficiaba como severa figura paterna de una España irreconocible para su generación y cada vez más conflictiva. Su última gran operación política fue el nombramiento en julio de 1969 del príncipe Juan Carlos de Borbón como sucesor a título de rey, en la confianza de que así su régimen sobreviviría a su propia muerte. Sin embargo, el asesinato por la organización terrorista vasca ETA de Carrero Blanco en diciembre de 1973 desbarató gran parte de los planes sucesorios porque eliminó al previsto guardián de la ortodoxia. A la par, la caída de la dictadura portuguesa, el cambio de coyuntura económica mundial y la creciente contestación social y política al régimen desataron en Franco un movimiento de reacción represiva de graves costes: su aprobación de 5 ejecuciones en septiembre de 1975 provocó la mayor oleada de protestas internacionales contra el régimen desde los tiempos del ostracismo. Ningún otro acontecimiento del tradofranquismo reveló más claramente el desfase entre una sociedad que había avanzado dramáticamente y un sistema político anacrónico y falto de legitimidad ciudadana.

Por eso mismo, los dos últimos años de la vida de Franco fueron una época de ansiedad y frecuentes depresiones que se agudizaron con las dolencias derivadas de su flebitis, úlcera gástrica y enfermedad de Parkinson. Finalmente, mientras sus partidarios se dividían entre reformistas  y continuistas y se aprestaban a enfrentar el incierto futuro, el Caudillo se extinguió en una larga y dolorosa agonía que culminó el 20 de noviembre de 1975. Con su desaparición, el dilema radicaría en la reforma interna desde el régimen en un sentido democrático o en la ruptura con el mismo propiciada por las fuerzas de oposición. AL final, y en gran medida por el omnipresente recuerdo de la guerra civil y la voluntad general de no repetirla, el proceso de la transición política tuvo tanto de lo primero como de lo segundo.

En resolución, la más reciente historiografía sobre la figura de Francisco Franco demuestra claramente que no fue ni el inteligente estadista proyectado por sus hagiógrafos ni tampoco la nulidad humana meramente afortunada que pretendían sus adversarios. Fue algo mucho más complejo y, a la par, más corriente, como demuestra el obvio contaste entre las habilidades que le permitieron alcanzar grandes triunfos y la mediocridad intelectual que llevaba a creer en las ideas más banales. Quizá ahí haya residido la manida impenetrabilidad del imperturbable general Franco. Tras ella, probablemente la única constante que guió su conducta haya sido la que Salvador de Madariaga había detectado y descrito tiempo atrás:

“La estrategia política de Franco es tan sencilla como una lanza. No hay acto suyo que se proponga otra cosa que durar. Bajo las apariencias tácticas más variadas y hasta contradictorias (paz, neutralidad, belicosidad; amnistía, persecución; monarquía, regencia), en lo único en que piensa Franco es en Franco.”

Comentarios

Ricardo Pérez Roda ha dicho que…
El problema de la Iglesia actual, diría desde que ejerció como Papa Wojtyla, dándole todo el poder de la Iglesia Católica al Opus Dei, es que hoy en día no sabes, cuanto infiltrado hay de esos movimientos sectarios, fanáticos e integristas, dentro de la Iglesia. Como el Opus, los Neocatecumenales u otros movimientos de similar estilo. En mi opinión son mayoría, entre el clero y la feligresía aunque estos últimos no lo declaren abiertamente. Así que hoy en día es casi imposible saber quien es quien dentro del catolicismo.

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