ANTIORTEGA
Menudo retrato del ex nume medio "Posicionado" socialmente que no va a arriesgar por unas numerarias auxiliares de más o de menos, se agradece la sinceridad del habitual interviniente que se muestra por lo demás cobarde y comodón. Lo típico.
De otra parte se observa que es la actitud normal en este caso que nos ocupa y en cualquiera otro de los casos-males que azotan a esta patria y a similares patrias. Mientras no te molesten en "lo tuyo" los demás que se pudran, mueran o desaparezcan. Compréndanlo. La actitud general de la inmensa masa de españoles que rozaron este asunto aunque sea un mes. "A mí que me registren". Qué dura es la vida y cuánta injusticia.
No recuerdo la frase exacta que siempre repetía el pollito Calimero, pero me siento como él.
No es muy importante, pero he observado que la hija sigue cosechando éxito de lectores también en esta ciudad y en otros ámbitos. Una "heredera" de fama mal ganada. ¡Después de la lucha de Isabel con este personaje que la encerró y dispuesto estaba a todo! como si nada hubiera pasado. Verdaderamente hay que tener fe para seguir al pie del cañón. Como la nieta del psiquiatra de caballería. "Otra heredera" del franquismo sociológico, beneficiario y dominante. Como para no revisar la historia que nos han contado, "si las tenemos ahí por lo que las tenemos".
Pedro Gonzalez Cuevas, profesor de la UNED ha escrito interesantes libros sobre conservadurismo español en los que salimos. O salen, mejor dicho, en aquellos años las mujeres no tenían que ver con el pensamiento político.
En Conservadurismo Heterodoxo (2009) nombra con frecuencia a Vicente Marrero, fustigador de herejes. Estaba en el grupo de la revista Arbor, revista de pensamiento en el corazón del CSIC, cuando ellos eran el CSIC, años 40 y 50. ¿Fue Marrero santificador? Nunca lo oí nombrar ni con admiración ni sin ella, ni en mis años estudiantiles de Pamplona, ni después. Nadie lo menciona bajo concepto alguno, y sin embargo, si nos atenemos a los primigenios estatutos daba el perfil. Puesto que fue un intelectual católico comprometido con defender la fe y traer a la luz toda mínima desviación doctrinal en profesores y autores españoles de la época. Y sin embargo, si lo fue, y se plegó a lo que decían que se plegaba el primitivo Escrivá, apostolado entre intelectuales, triste destino el suyo que hoy ni estampa tiene.
Para uno que hacía lo que pone que había que hacer….
La alternativa monárquica al franquismo, dice González Cuevas refiriéndose a los años 50, no se cifraba en la restauración de un régimen constitucional, sino, como prueban las llamadas Bases de Estoril, en la instauración de la Monarquía tradicional y corporativa de Acción Española, el grupo político-intelectual en que se apoyaba el proyecto monárquico, organizado en torno a la revista Arbor se caracterizó por su antiliberalismo radical.
Sus principales animadores eran Rafael Calvo Serer Florentino Pérez Embid, Angel López Amo y Vicente Marrero, todos ellos miembros de la sociedad religiosa “Opus Dei” y herederos de Acción Española. Seguidores de Menéndez Pelayo y Maeztu, identificaban la tradición nacional con el catolicismo y por lo tanto, se mostraron muy críticos con Ortega y Gasset.
Calvo Serer denunciaba la antipatía del filósofo español más conocido por Menéndez Pelayo y, sobre todo, su dictadura intelectual (de Ortega) en la vida española hasta 1931, “conducente a oscurecer en todo este tiempo la obra cultural de don Marcelino Menénez Pelayo”.
El más militantemente antiorteguiano fue Vicente Marrero, para quien Ortega era “el mandarín de una China amurallada de intelectuales que han heredado del maestro muchas de sus aficiones: el adornarse y pavonearse con plumas exóticas, la helomaquia, el hinchar el pecho, engolar la voz, el trato digno de un emperador de Bizancio”. Una excepción en este grupo fue Gonzalo Fdez de la Mora, quien, en su etapa de estudiante universitario pasaba por orteguiano furibundo.
Los colaboradores de Arbor, todos con vocación, fueron los críticos más arriscados de la política liberalizadora propugnada desde el Ministerio de Educación Nacional por Joaquín Ruiz Giménez y que contó con el apoyo de Laín, Ridruejo, López Aranguren, Pérez Villanueva, Tovar, Zubiri, etc. En este contexto se produjo un homenaje a Ortega, con motivo de su jubilación como catedrático, organizado por sus discípulos católicos, que Vicente Marrero criticó, desde Arbor, denunciando que la filosofía orteguiana había sido y era, “el esfuerzo encaminado a descristianizar a España más inteligente, sistemático y brillante que se ha visto en nuestra patria desde la aparición de la Institución Libre de Enseñanza”.
Repondieron protestando Laín, Ridruejo, Julián Marías…repudiaban la opinión del tradicionalista canario, calificándola de “absoluta y gravísima falsedad.”
En aquellos tiempos, en nuestra escuela, todo lo que no fuera repetir a santo Tomás con puntos y comas, se salía de lo permitido. Qué mal envejecen algunos pensamientos.
El Padre Santiago Ramírez O.P fue uno de los más conocidos tomistas que dio España en la época franquista. Escribió La filosofía de Ortega y Gasset criticando su laicismo y acatolicismo De nuevo los orteguianos católicos salieron a defender al maestro recientemente fallecido (1955) y una vez más el Padre Ramírez contó con el apoyo de Vicente Marrero y su revista Punta Europa, que era opus financiada por Oriol. Vicente, al que denominan tradicionalista canario, comparaba al dominico con el Menéndez Pelayo de la ciencia española, era un filósofo y un teólogo que había criticado a Ortega “como Dios manda”. Porque el filósofo madrileño seguía siendo el intelectual que había tratado al catolicismo español “con mayor desdén e indiferencia”.
De paso arremetía contra sus viejos enemigos, los representantes del “orteguismo católico”, al que describía como “una situación”, “un juicio”, “una valoración”, “mejor diríamos una infravaloración de casi todo aquello que sea católico y español”. “Se trata de un pensamiento de superficie, de mano tendida, oferente, patético, ancho, abierto, generoso, muy circunstancial y propinquo a la política por la carga del activismo que tan en las entrañas está del orteguismo”. Acusaba a los defensores de Ortega de querer “imponer un dictador en filosofía, el cual de antemano no aceptaría diálogo ni crítica”. Y es que Ortega, con su “hermetismo religioso inalterable” se había convertido en un símbolo, un símbolo de algo que excede el campo de lo propiamente intelectual”. (Punta Europa, n. 35, nov de 1958)
Quisieron que el Vaticano condenara oficialmente la obra de Ortega, pero el embajador español ante el Vaticano frenó la operación.
Hay que decir que no todos los eclesiásticos, incluso tendencia rancia, estaban de acuerdo con Marrero, p.e Muñoz Alonso, estimaba que los alegatos del fiel escrivariano flaco favor le hacían al padre Santiago Ramírez.
Pero el fracaso de la operación vaticana antiorteguiana no desanimó la misión. Vicente Marrero se convirtió en el último antiorteguiano militante de la derecha española. Y en 1961 publicó Ortega, filósofo mondain, en la que lo motejaba de “superficial”, “frívolo”, “Esteticista amoral”, cuya concepción mundanal e historicista del mundo y de la vida era preciso denunciar, no cayendo en los errores de una “ingenuidad condescendiente y blandengue”.
En 1971 Marrero sacó Santiago Ramírez OP, su vida y su obra, destacando la mayor virtud del dominico: “declarar la certeza católica en todo”. Y rememorando a su Ortega del alma sostuvo:
“No hace falta mucha imaginación para figurarnos lo que hubiera sido de nuestros estudiantes de filosofía, en un ambiente impregnado de de orteguismo sin esta obra del Padre Ramírez. Es ella la que de verdad marca una línea divisoria. A partir de ella puede decirse que se da un alto en la moderna filosofía española”.
Ni que decir tiene que para el tradicionalista canario el dominico no solo había cumplido con su misión como intelectual católico, sino que en el fondo fue el triunfador de sus lides antiorteguianas: “Los dardos envenenados que le lanzaron resbalaban sobre su piel sin hacerle el menor rasguño. Puedo devorarnos y no nos hizo el menor daño. Una vez cumplida su misión, que tenía, esa es la verdad, mucho de alucinante, se volvió por sus medios, a su soledad, a su silencio, a la paz de los siglos”.
Muy distinta es la actitud de otro que estaba con los opusinos sin serlo él mismo, Fernández de la Mora, también en el grupo Arbor, alababa el carácter conservador y nacionalista español del más célebre filósofo ibérico hasta el día de hoy.
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