ALIVIO

El 19 de marzo de 1996 por la noche el centro está sin noticias de mi persona. Hacia las 10 me telefoneó una nume. Me preguntó si me había olvidado renovar. Qué pregunta...

Le respondí que no, que me voy del opus. Se oyó el silencio al otro lado de la línea, luego mi interlocutora intentó hacerme cambiar de parecer. Me interrogó por mis motivos, es esforzaba en mostrarme que estaba equivocada. Pero cada argumento que me daba me reforzaba más en mi idea inicial de dejarlo. Me dijo entonces que teníamos que hablar que la vocación es algo serio, que no se puede ceder a un momento de debilidad, que hay que superar los obstáculos, que al superarlos nos hacemos más grandes....Insistía e insistía: para tomar una decisión así hay que pensárselo mucho.

Me echó en cara que no se lo hubiera comunicado a la directora. Pero hacia años que les decía una y otra vez que opus no era mi sitio, y por una vez más que se lo hubiera dicho las cosas no habrían cambiado un ápice. Me habrian hablado del diablo una vez más...

No conseguía hacerme ceder. Y no cambiaré mi decisión. La conversa se acabó como había empezado, cada una con su idea. La forma que tuvo esa nume de intentar que no escapara me sacó de mis casillas. Pero por primera vez en mi vida supe mantenerme en mis trece. Fue una gran victoria, estaba feliz de haberlo conseguido. Había ganado el pulso. Me sentí orgullosa y fue una inyección de moral. Después de todo todavía me quedaba un resorte propio, voluntad y libre arbitrio.

Tras la conversación telefonica me sentía estupendamente. Nada cambia pero todo cambia a la vez. Estaba alegre de verdad, nada que ver con la alegría ficticia que me había acostumbrado a practicar. Me sentía llena de dinamismo, entusiasmada por haberme reencontrado a mí misma y mi libertad. Había llegado el momento de ocuparme de mí misma. 

Sé decir que no. En aquel momento mi marido había viajado a Roma. Se lo dije por teléfono. Después de un silencio me dijo que tenia una cita en la Casa central me parece, con los mandatarios Opus Dei. Aprisa y corriendo me dijo que tenía problemas con ellos. No le pregunté más, me daba igual, ya no me sentía concernida por lo que le pasara. Cuando regreso del viaje me comunicó que lo habían echado. Estaba hecho una furia.

Estábamos los dos fuera del Opus, yo porque quise y él porque lo echaron contra su propia opinión. Al revés de lo que nos había pasado al entrar, la vida tiene golpes de humor...

Una de las primeras cosas que hice una vez que ya me consideré no opus fue vaciar mis armarios y cajones de ropa. Puede parecer una tontería pero para mí supuso un paso importante. Abrí el armario ropero  y empece a hacer montones con lo que ya no me iba a poner: puse bien lejos los trajes de chaqueta, las faldas opusinas y las blusas llenas de botones asi como los zapatitos de salón más las joyas que no me corresponden con mi forma de ser. Al final había llenado unas cuatro bolsas de basura.

Tiré a la basura mi disfraz de perfecta supernume. Mis armarios respiraron y yo tambien. Estantes y perchas quedaron vacías, yo me sentía igualmente ligera. Decidí que me iba a comprar la ropa que me gustaba, atreverme a vestir con mi propio estilo sin miedo a las estúpidas correcciones,

Tengo que decir que todo esto es más fácil decirlo que hacerlo. Pues opus Dei te marca con el miedo, el temor al juicio de los demás. Tengo que saber escucharme a mí misma, dejar hablar a mis gustos. Poco a poco vuelvo a sentirme mujer, estaba encantada.

Al principio me sentía tímida, me quedaba parada frente a las braguitas expuestas en la tienda, pero enseguida me lancé: ¡un candado más que salta! ¡Qué energía gasté en escoger un pantalon a mi gusto, un top sexy, una minifalda, un vestido original! y cuanta energía tendré todavía que gastar para superar realidades menos futiles. Me di cuenta de que tenia por delante un trabajo de titanes. Pero decidí que lo afrontaría. Cada decisión se transformara en una pequeña victoria.


Pocos días después de aquel 19 me llamaron del centro para comunicarme que la directora de París, la que dirigía la sección de mujeres en todo el país, quería verme para discutir mi salida de la obra. No me habían preguntado ni yo lo había pedido. Me impusieron el día y la hora, vino especialmente para verme sin saber si yo estaba de acuerdo y sin preocuparse por averiguar qué momento me venía mejor. Nadie me había preguntado. 

Lo viví como una citación. Nada más que el hecho de volver al centro me puso mala. Me entró ansiedad, me sentía tensa, me pesaban los hombros. Iba razonando por el camino que no tenía nada que temer. 

Conforme me iba acercando al piso mi corazon se aceleraba, las piernas me flaqueaban. Llegué con un nudo en la garganta, solo llamar al timbre me produjo vértigo. Se me nubló la vista y ya no recuerdo ni quien mi abrió la puerta. Sin embargo la acogida fue amistosa, todas las numes sonreian, el ambiente era distendido. Bueno, me dije, no pasa nada, nadie se ha molestado. Saludé  y charlé un poco con ellas en el pasillo.

La directora de París llegó y me plantó el típico beso. Nos metemos, como no, en una salita. Estábamos frente a frente, opusina de la cabeza a los pies, pero simpática, sonriente, acogedora, me tranquilizó su actitud. Le dije que no sabía porqué había venido, qué espera de mí. Me contestó que era el procedimiento normal cuando alguien se va del "opus dei".

Me preguntó porqué había decidido marchar, le contesté que no tenía nada contra od, pero que no era mi camino, que no estaba en mi sitio. Hablé sin acritud. La numeraria de París quería saber, quería comprender y le respondí lo mejor que pude.

Estuvimos 3 horas hablando. A medida que pasaba el tiempo arreciaba el interrogatorio: ¿quién? ¿por qué? ¿cómo? casi me estaba incitando a la delación, ¿seguro que no había alguien que me había incitado a marcharme? y todo esto con la más amplia sonrisa.

Le hablé de ciertas correciones, de ciertas enseñanzas que me confirmaron en mi decisión, pero insisto en que es el todo del asunto, montones de cosas insignificantes en sí que todas juntas me hacen sentir que me ahogo. Es imposible ser más precisa y dar "la" razón. Lo que me molestaba era todo en general.

Le cité la corrección que me habían hecho del pelo, de que no me lo arreglaba. Parecía ridículo irse por eso, ¡no es un motivo para tirar la vocación! Acabé contándole todo lo que llevaba dentro, todas las cosas grandes y pequeñas que no había aceptado. El plan de vida que me resultaba imposible de cumplir entero y al que no le veía sentido, la cuestión de la fe que estaba bien alejada de mis intereses. Me contestaba con dulzura y suavidad:

"Todos pasamos por momentos de duda, de noche oscura, es normal, el mismo hecho de plantearse esas preguntas muestra una fe real". En cuanto a los ejemplos que le cité me dijo que era un problema de personas.

Me pedía que le dijera nombres y lugares, le hablé de la forma de vestir e insistí en que no eran las personas que había visto opus en Zurich, Lausana, Ginebra, Barcelona, Milán y Roma, Estrasburgo y París y en todas partes era lo mismo. No estaba hecha para esa vida y punto, la vocación era un peso que no me hacía falta en la vida. La directora acabó por aceptarlo. (Que te lo has creído...Véronique...volveran a la carga. Es el "espiritu".)

Nos despedimos aparentemente bien, simpatizando. Me invitó a seguir acudiendo a los retiros, que me seguirían aceptando.

Esta conclusión me reconfortó. Nadie estaba enfadado conmigo. Me fui con el espíritu libre y tranquila. Pensé que mis amigas que se habían salido antes que yo eran unas exageradas, que habían dramatizado y cargado los tintes.

Aliviada y en paz con mi pasado inicié una nueva vida. Pero seguí hablando a mis amigas de las actividades opus. Las invitaba a todo con mucho menos esfuerzo que cuando era supernume, no tenía a nadie persiguiéndome y fijándome los "objetivos".

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