UN PAÍS SOBRE LA TIERRA DOMINADO POR UNA ORGANIZACIÓN

Se remonta a la segunda guerra mundial para explicar la "mano sobre España" de los EEUU a través de la CIA. En el min. 20:00 aterriza años 60. Nada se mueve por aquí sin que lo sepan, lo quieran, lo permitan, lo impulsen, lo toleren. Muy interesante entrevista a Franciso Wuytack, echado de la Iglesia por dedicarse a ayudar a los pobres, hay que estar con los poderosos, como nosotros, entonces te ponen alfombra roja. Y te hacen santo.  

Cuando llega uno que se interesa porque la gente coma, tenga un sueldo, lleve a sus hijos a la escuela, tenga agua corriente y la vida en general sea un poco más justa, tardan nada y menos en echarlo. Cuando llega otro que crea una institución todo oropel, buscadora del poder, captadora de niños para ejercer ese poder...después de un siglo de desgracias personales y familiares "mucho cuidado, no se pueden hacer las cosas con precipitación..." Sí, yo también soy de la opinión de que todavía no hay suficientes vidas destrozadas, inquilinos de manicomios y suicidas. Que siga la fiesta". Con papel de fumar. Luego echaran la culpa a los ateos de que las iglesias se vacíen.

He encontrado un texto de Luis Martos recogido por Sánchez Dragó en un libro bien rollo, hay que soportar páginas imposibles para llegar a la perla. Este blog es un recogido de ejemplos que apoyan la tesis de Luis Martos. No creo que se haya inspirado aquí, pero cuando se busca la verdad, por encima de abrojos, prejuicios y perezas....se da con ella y se acaba en el mismo sitio.

Las mejores páginas del libro de Dragó para mi gusto son las que dedica a la tauromaquia, en otros temas se pierde  y nos pierde por vericuetos imposibles. También salvo su delicioso "Soseki", novela magnífica inspirada por su gato.

Dice Luis Martos en "En el umbral del universo invisible" (2006):

"Existe un país sobre la tierra, que fue dominado por cierta iglesia cristiana durante muchos siglos y que en realidad fue obra de esa misma iglesia, de esa misma Organización, puesto que se formó durante 800 años en guerras de religión azuzadas, avivadas y resucitadas continuamente por ella. Cuando esas guerras terminaron y el país se unificó, se embarcó casi inmediatamente después, en Europa, en muchas guerras de religión por influencia de la misma Organización, que dominó todavía en él unos cuantos siglos más; en rigor hasta hace muy pocos años, y yo diría que quizás hasta el día de hoy.

Durante mucho tiempo, los habitantes del país creyeron firmemente lo que se les enseñaba: es decir, que su religión era sin la menor duda la única verdadera, y que no debían considerar siquiera la posibilidad de que ninguna otra lo fuera; que no debían pensar por su cuenta, ya que la Organización era la única que podía hacerlo; que debían obedecer sin rechistar a la Organización y a la autoridad constituida (constituida, por supuesto, con el respaldo de la propia Organización); que lo único importante era la vida futura, y que, sin embargo en la presente podían hacer todo el mal que quisieran, porque sus efectos podrían ser borrados por la Organización muy fácilmente con una simple fórmula.

Bajo la férula de algo que se llamaba Santa Inquisición o Santo Oficio, estuvieron varios siglos denunciándose unos a otros, pues era obligado hacerlo. No denunciar a los herejes, o no comunicar a la denominada Santa Inquisición las sospechas que se tuvieran sobre la posible herejía de otros, o simplemente no tener esas sospechas cuando podían haberse tenido, eran delitos que se castigaban igual que la herejía misma. Todo esto se grabó en su cerebro a sangre y fuego para siempre, y moldeó indeleblemente su modo de ser.

Más tarde, los habitantes de ese país dejaron de ser tan cristianos como habían sido, pero su modo de ser continuó siendo prácticamente el mismo. Los niños son como esponjas que absorben todos los gestos, palabras, hechos y pensamientos de los adultos, cuyo modo de ser asumen en una fase muy temprana de la vida aunque rechacen más tarde sus creencias. 

Generación tras generación, por tanto, los cauces cerebrales de los habitantes de un país siguen siendo casi los mismos aunque ya no discurra por ellos el fluido que antaño los creara. Los engramas cerebrales de cada nueva generación tienen, en efecto, casi los mismos ángulos, las mismas curvas, los mismos tramos rectos, los mismos recovecos, remansos y estrechamientos que los de las anteriores.

Por eso, los españoles (pues ya sabéis que de ellos estoy hablando), incluso los que han dejado de creer en Dios, siguen siendo intolerantes, agresivos, fanáticos, e incapaces no sólo de darle la razón a otro, aunque con toda evidencia la tenga, sino hasta de ponerse, mentalmente en el lugar del otro en cualquier aspecto de la vida práctica. De ahí su tosquedad, su individualismo a ultranza y su absoluta falta de sensibilidad en temas de convivencia. 

Por eso, aunque ya no sean cristianos, los españoles no suelen pensar con profundidad y perseverancia: y no ya sobre religión, sino sobre ninguna otra cosa: de modo que este pueblo, por lo demás extraordinariamente sagaz, carece de solidez intelectual que proporciona una tradición de pensamiento sistemático: y, habiendo perdido el hábito de pensar con rigor o sin haberlo adquirido nunca, la insensatez, la frivolidad y la torpeza, que les han hecho siempre tan vulnerables, son sus características colectivas más notorias.

Por eso, aunque ya no sean cristianos, los españoles suelen ser enemigos del trabajo, como si todavía siguieran creyendo que en esta vida nata tiene importancia. Por eso, los españoles aunque ya no sean cristianos,  suelen asombrar a otros pueblos por su increíble resignacion, su acusada tendencia a someterse a la autoridad, y su notable resistencia a rebelarse contra la injusticia y la opresión. 

Por eso, los españoles aunque ya no crean en el fácil perdón de los pecados (no porque ahora crean que el perdón es difícil, sino porque ya no creen en los pecados....), son los seres humanos más proclives del mundo a ceder a cualquier tentación perversa.  

¿La CIA p.e.?

Con pasmosa facilidad pueden mentir, faltar a la palabra dada, engañar e incluso matar, pero sobre todo suelen ceder a la tentación de robar. El robo es, por decirlo así, su especialidad.

A quien se le diga que en este país la gente llega incluso a robar las flores de las tumbas para ponerlas a sus deudos, y a quitar el asiento en las iglesias a los que van a comulgar, no se lo creerá. Pero así es como combina el latrocinio con una arraigada religiosidad superficial, la cual se  funda a su vez en otro latrocinio (éste frustrado) como es el de querer lograr la eterna bienaventuranza de manera fácil. 

Por otra parte, aunque la vida futura sea la que tenga importancia, la presente no deja de ser vida, y esta vida ha sido siempre muy difícil para los españoles. España es un país pobre (no es una Francia), y la pobreza de su pueblo ha estado siempre agudizada al máximo por la injusticia social. De ahí que, para los españoles, lo primero de todo sea el cocido, de ahí que su hedonismo materialista sea espeluznante, y sobrecogedora su falta de idealismo. La sociedad española escupe, rechaza. al ser humano que es idealista: al que desde joven dedica su vida a un ideal olvidándose de los garbanzos. Porque éstos son lo más importante. 

Otros engramas del pasado. Aunque ya no se pase hambre en España, engramas herededados. Si es hombre, las mujeres los rehúyen porque lo consideran un chiflado, un tontiloco candidato seguro a la miseria, y ser pobre es lo peor que puede ser un hombre. Y si es mujer, la rechazan los hombres porque la tildan de intelectual y de sabihonda insoportable. Para mujeres y hombres, lo único que cuenta es el dinero. Sin embargo, hay en el país algunos hombres y mujeres idealistas. Pero son muy pocos. Los demás aparentan leer, pero no leen; investigar, pero no investigan; saber, pero no saben.

Alguien dijo una vez: "No confies nunca en una persona a quien su religión le diga que puede borrar cualquier falta con una simple fórmula". No recuerdo quién lo dijo pero tenía toda la razón. Los que profesan cualquier otra religión, sean hinduistas, budistas, animistas, negros africanos, pieles rojas o esquimales, saben que ningún entuerto, ningún acto de maldad se puede borrar, sino que inexorablemente han de sufrir las consecuencias de él, en este mundo o en otro. Lo cual, aunque comenta desafueros, les inhibe de cometer otros muchos.

Pero los pertenecientes a cierta iglesia cristiana (o al inconsciente de los mismos) creen que pueden cometer impunemente toda clase de desmanes en el plano moral; pues les bastará con acudir a un sacerdote y que éste pronuncie una simple fórmula (como quien aprieta el botón de una máquina), para que su falta quede completamente borrada. Y aunque conscientemente no sean cristianos, siguen teniendo este desenfreno moral quienes tengan un inconsciente moldeado por esa iglesia, ya sea directamente o a través de sus antecesores o, en general, de la sociedad en la que se han criado. El producto social más directo y probable de esa iglesia es el pícaro.

No es una casualidad que los países donde esa iglesia cristiana ha arraigado más profundamente, sean precisamente aquellos en los que menos moralidad existe, tanto a nivel individual como social. La amoralidad que se observa en los países que poseen una tradición enraizada en esa iglesia es sobrecogedora. Cada uno hace lo que físicamente puede hacer, sin trabas morales de ninguna clase. 

En España se valora socialmente más al pillo, al pícaro que sin reparar en medios ha logrado el éxito económico o político, que al hombre honrado y trabajador. Es cosa sabida que, en la Alemania hitleriana, las mayores atrocidades, crímenes y actos de sadismo fueron cometidos, sobre todo, por los naturales de territorios donde esta iglesia seguía siendo dominante. El mismo Hitler perteneció a esa iglesia en su infancia.

Pero no hay ningún pueblo en el mundo con una características más eclesiógenas  tan acusadas como el español. Desde luego, el que más se le parece es el pueblo ruso, ya que vivió una experiencia histórica muy semejante a la nuestra. Pero su Reconquista duró solamente cuatro siglos en vez de ocho y estuvo alentada por una iglesia más humana y más próxima a Cristo Jesús; menos autoritaria, agresiva y fanática, menos jerarquizada y monolítica también  (...)

Aunque a veces pienso que el problema de España tampoco habría tenido solución con Enrique VIII. Porque se formó precisamente en 8 siglos de guerras contra el islam, impulsadas por la Iglesia católica montada a caballo sobre el pueblo español, de modo que el catolicismo ha marcado para siempre a los españoles aunque no sean católicos, y sus defectos son los de toda educación en la religión católica. Sin el trasfondo católico, España no sería nada.

(....)

Es cierto que los españoles tenemos esos defectos. Pero también es cierto que el pueblo español tiene un enorme corazón. En España, en proporción a su población, hay más donantes de sangre y de órganos corporales (y más adoptantes de niños extranjeros de naciones desdichadas) que en cualquier otro país del mundo, y cualquier cosa noble moviliza rápida y masivamente a los españoles en ayuda de los que sufren. En el pueblo español la solidaridad es algo natural (y que se practica con la mayor naturalidad) no menos que una resignación, una paciencia profunda y tranquila, que causa asombro aunque tiene límites.

Antes, también se practicaba un valor sencillo y sin alharacas (no al estilo francés) que a veces conmocionaba porque no parecía cosa de este mundo: un valor que solía robustecerse con el tiempo, haciéndose fatalista, desesperado, frío, terco e ilimitado. Viriato, Numancia, Sagunto, los hispanos de Aníbal haciendo estragos en Italia; 800 años de combates con el obsesivo designio colectivo de reconstruir el reino visigodo; las Navas, el Salado, Guzmán el Bueno; las conquistas de Cerdeña, Sicilia, Nápoles, .... descubrimiento y colonización de América....

No son relatos de caballerías (como los que leía don Quijote), sino hechos reales. Un pasado glorioso. Probablemente más lleno de gloria que el de cualquier otro pueblo viviente. Y constelado de uan valentía asombrosa que nadie ha puesto en duda jamás. Pero estoy hablando del pasado.

En la actualidad, ya en vísperas de su desintegración final, es evidente que la mayoría del pueblo español se ha hecho cobarde, y así ha quedado demostrado en las elecciones de marzo de 2004. Los sociólogos tendrán que decir por qué se ha producido ese cambio indudable. Probablemente se deba al apego del pueblo español a un bienestar económico al que no estaba acostumbrado."

Normal que inventáramos la santa pillería y la santa desvergüenza, había el terreno y las semillas.