DEFENSA DEL ESPIRITU
DEFENSA DEL ESPIRITU
Se trata de una serie de artículos recogidos en 1958 por la
editorial Rialp que habían salido en la revista Acción Española. Es autor de la introducción Antonio Millán
Puelles, catedrático de Metafísica, colaborador de Calvo Serer, autor del
libraco de “Introducción a la
Filosofía” de nuestros años estudiantiles en Pamplona y la
“Teoría del objeto puro” que estaba en todos los centros de numerarias
amontonando polvo.
Al parecer Maeztu se rige por Kierkegaard en esta serie al
que le hubiera gustado titular “Defensa del espíritu”. Pero Millán organiza su
estudio preliminar en base tomista ocultando la inspiración kierkegaardiana, contradictoria
con el catolicismo estricto que tanto nos gusta.
Ahora viene un gran discurso filosófico que como practicante
de la disciplina me interesa porque es un auténtico combate entre modernidad y
medievalismo digno de verse.
Millán Puelles, el supernume, defiende el espíritu sobre la
base del tomismo, el espíritu supone una naturaleza que culmina y conoce. El
espíritu es el modo espiritual del alma. Y el alma es la forma estructural de
la vida material, que sólo resulta trascendida al ser conocida, revelada. El
supernume está cambiando el pensamiento de Maeztu. Es cierto que para Maeztu
jamás es el espíritu una realidad trascendente al alma, separada del mundo. Por
eso el espíritu puede ser poder, puede actuar “intramundanamente”, puede
transfigurar el mundo material.
Pero Maeztu escribió que este mundo que palpamos y vemos
carece en el fondo de sustancia. Imposible armonizar dicha afirmación con el
tomismo. Y a pesar de la nada de sustancia debemos actuar y movernos en el
mundo. ¿Para qué trabajar en un mundo que no es nada? El barroco entendió que
en esas condiciones difícil que surgiera una ética intramundana. Maeztu como
Kierkegaard entendía que el hombre es una síntesis de espíritu finito y
espíritu absoluto, pero contra el danés pretendía que esa conciencia de
absoluto en el hombre implicara la misión de dominar y transfigurar el mundo
con el amor, el saber, el poder. No sólo el interior del hombre habría de
transfigurarse, también el mundo insustancial.
Millán Puelles atribuye un tomismo a Maeztu que no tiene que
ver con la realidad del texto, el opus otorga “ser” al mundo en el que
colaboran el hombre y la providencia. Antropomorfización. Maeztu no veía
contradicción en luchar en un mundo que no es nada. Dios había creado el mundo
de la nada, el hombre imitaba a Dios. La potencia creadora del espíritu es un
índice de su inmediata vinculación con lo divino. Al ser gobernado por el
espíritu que en el fondo es la reunión de los ideales, el mundo ganaba algo de
ser. . El hombre reflejaba a Dios y el mundo reflejaba al hombre.
Más que con Tomás con quien Maeztu se identifica es con
Agustín, el de Hipona había establecido la analogía de la vida del alma con la
vida intratrinitaria y era una mejor definición de espíritu. El hombre refleja
el ser de Dios en su alma y en su actuar. Que el hombre trasnfigure el planeta
para que en él se vea al creador. Recordando a san pablo, ahora vemos en
imagen, como un anuncio de cómo lo veremos en el otro mundo. Era el lema de los
jesuitas.
La contradicción se resolvía porque la forma de vincularse a
Dios no era la contemplativa como quiere el tomismo y como quería Millán
Puelles. No hay realismo trascendente en Maeztu, hay un espíritu de missio muy moderno y weberiano, Dios
impone al hombre un imperativo de actuación y dominio del mundo. La misión
aspira a dar ocasión a que “Dios Nuestro Señor cambie su amor de misericordia
que nos tiene por amor de complacencia”
Se evitaba el riesgo de pelagianismo, que el hombre se salve
por sus propias fuerzas, diciendo que no es el propio hombre quien opera sino
el hombre en tanto que refleja la trinidad divina. El hombre no puede
iluminarse a sí mismo. El pecado no ha destruido la naturaleza humana, la ha
herido, pero podemos conocer el bien y realizarlo. El pecado nos ha obligado a
tener que pasar por la experiencia para conocer verdades superiores que no
proceden de ella (¿Kant a fin de cuentas era un tipo agustiniano con sus a
priori?)
Ni todo era fe, ni todo era gracia ni todo esfuerzo
puramente humano. Es imposible que el hombre pierda todo lazo con lo absoluto,
un lazo inmediato. El espíritu no es para Maeztu la culminación de la vida
orgánica como veían los idealistas alemanes como Hegel y luego Nietzsche. El
espíritu está separado de las dimensiones orgánicas y vitales. El espíritu está
en contacto directo con Dios, “nada más fuerte que el espíritu” (dice en Defensa del Espíritu). Aunque para poder
actuar en el mundo dependa del alma orgánica y vital. La decadencia española se
explicaba por la falta de fuerza vital, de energía psicológica. El espíritu de la Hispanidad dependía de
esas fuerzas vitales, y el Quijote era testigo de que esas fuerzas habían
fallado. Pero el espíritu hispano se podía recuperar. Ese era el reto del
último Maeztu allá por el año 1935 ganar a las masas hispánicas para su tarea
de dominio.
Ortega habría podido ser un compañero de Maeztu en el reto
del espíritu, pero se había perdido en la afirmación de la mera vida. Había que
ser más “concretos” y destruir la secular incuria española remozando las herramientas
del espíritu.
Otro dato semiOpus: para escapar al descuido, incuria y
holgazanería de España era precisa una “minoría selecta” que mediante la
concentración de fuerzas producida por la ascesis pudieran organizar la
fortaleza, la “ciudad amurallada” de tantos “resposteros” opusinos que adornan
escaleras, pasillos, salones variados. Ya los habrán quitado, conformaron toda
una época de la decoración de los centros.
Tan pronto como los españoles selectos hubieran restablecido
plenitud de fuerzas se harían servidores conscientes del ideal. El ideal no
puede morir si está depositado en obras de la historia. Que los españoles que
gozaran de energía suficiente retomaran los antiguos combates del XVI, Vitoria,
Suárez, Láinez (Loyola, Teresa, ¿no resuena aquí el punto de Camino sobre
voluntad, energía, ejemplo, sin eso ni Iñigo hubiera sido San Ignacio…? etc.)
Revitalizar el espíritu objetivo de la tradición hispánica en el espíritu
subjetivo de los nuevos españoles, la historia retorna, como había dicho Nietzsche,
curvo es el camino de la eternidad.
Todo se mezcla aquí, la modernidad y su afán de dominar el
tiempo, los ideales que iban a resonar
fuertemente en la inminente guerra civil en el campo franquista, los famosos
puntos de Camino, la predicación escrivariana a sus “hijos”, la malsana
nostalgia del pasado que nunca va a volver….hay una intersección de una serie
de cosas que no quedó en mera literatura para nuestra desgracia. Sino que se
hizo carne de nuestra carne medio siglo después.
Si la decisión había faltado a los hombres del 98 que
perdieron el tiempo en la estética sin pasar a la acción, Maeztu estaba
predicando y no precisamente en el desierto. La audiencia iba a ser
multitudinaria y duradera por obra y gracia del “opus Dei” y de la dictadura
del general Franco.
Kierkegaard había llamado a descubrir el propio ser, la vocación, había animado a emprender
decisiones que hicieran de cada cual un ser único. Era lo que Maeztu había
estado buscando durante años. La decisión es otra forma de voluntad de poder
nietzscheana, el hombre se abre camino desde el espíritu hacia el espíritu.
Como había dicho Donoso Cortés, otro autor chéri por los Opus, la reserva
dictatorial de España que dice Villacañas, “lo que antes parecía callejón sin
salida se trueca de pronto en camino, verdad y vida”. El mundo nos ahoga, ¿qué
hemos de hacer?, ¿dónde hallar el camino?
Según Villacañas nadie antes de Escrivá ha usado ( y
abusado) tanto la metáfora del Camino, ni ha empleado con tanta insistencia el
texto de Juan 14, 6 como Maeztu. Nadie la había interpretado a la manera
católica, como un camino abierto a todos, también a los indios americanos.
Ahora es Maeztu pero diríase Escrivá, con gusto me iría a los volúmenes de
Noticias a buscar los paralelismos:
“A todo hombre ha de llegar un momento en la vida en que
tendrá que decidirse por dejarse vivir o por concentrar e la voluntad todas las
potencias de su alma para trazarse un camino en la vida” está en “Defensa del
espíritu”.
Las minorías selectas españolas tomarían esas decisiones de
vida, esos hombres (no es cuestión de mujeres en ningún momento fundacional)
expandirían sobre el resto de los españoles su ejemplo y energía. Los españoles
ya estaban decepcionados por el liberalismo míope de un Ortega desplegado desde
su periódico El Sol que con su
blandenguería había propiciado el socialismo.
El camino de Maeztu separaba a la burguesía del liberalismo
y lo metía por las sendas que todos conocimos. Maeztu en combate contra sus
viejos colegas de El Sol, disputando
a Ortega la hegemonía filosófica y cultural de la futura España.
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