ANTIBEATIFICACIÓN
No puede ser una figura histórica más opuesta, pero lo traigo a colación por muchos motivos. Gran libro, gran personalidad, explica cómo se hace una revolución, ideas claras y voluntad. Y aprendemos como hace un siglo, Wilson, el presidente de EEUU con bastante hipocresía por su parte, enviaba tropas a Rusia. El país capitalista por excelencia ponía todos los esfuerzos para evitar que la revolución roja saliera de las fronteras soviéticas.
Aunque en otro contexto, qué poco cambian las cosas: no son los rusos quienes mandan tropas a las fronteras de otra potencia, son los norteamericanos los especialistas en hacerlo.
Lo traigo a colación como contrapunto, por ser un personaje que odiaba el culto a su personalidad. Dejó escritos al respecto: "no me canonicéis". No le sirvió de gran cosa, en cuanto falleció relativamente joven en 1924, con 54 años, lo embalsamaron y la momia era visita obligada del turista en Moscú.
Qué difícil cambiar las cosas, en la teoría y en la práctica. No basta tener buenas ideas ni hacer buenos análisis sociales y económicos como fue el caso de Marx y Engels, grandes teóricos del socialismo.
El paso a la acción no está escrito, y no hay más remedio que ensuciarse las manos, pelear y discutir, y ser capaz de implementar el cambio social, que no la mera reforma, como hicieron los bolcheviques en la Rusia zarista. La exportación de la sublevación proletaria fue bien complicada, y la socialdemocracia se inventó para frenar a las masas. Pero en España nos enteramos un siglo después.
Me ha llamado la atención porque nuestra aspiración era la "aureola", ser santos de altar, canonizables. Y los dos primeros capos, seguidos por un ramillete de escogidos numes como el ingeniero suizo Tony, la jovencísima nume Montse, el ingeniero Zorzano, Guadalupe y su hermano el médico...etc. La obsesión por la gloria, por estar en la peana, y no solo la obsesión, sino la acción y el pasilleo precisos además de la recogida y maquillada de documentación.
La familia y sobre todo la viuda de Vladimir Ulianov se opusieron rotundamente a qué embalsamaran a Lenin. La oración fúnebre la pronunció un antiguo seminarista, Josif Stalin, cruel eliminador de supuestos traidores al partido y de millones de campesinos rusos. Stalin empleó un tono que recordaba a la Iglesia ortodoxa. Estaban convirtiendo al revolucionario en un santo bizantino.
Nadia Krupskaya, su viuda, pronunció este discurso frente al féretro de su marido:
"¡Camaradas, trabajadores y trabajadoras, campesinos y campesinas! Tengo que haceros una importante petición: no le erijáis estatuas, ni le pongáis su nombre a ningún palacio, no organicéis festivales pomposos y solemnes en su memoria; todas esas cosas le parecían de muy poca importancia mientras vivió, incluso eran una carga para él. Recordad que muchos de vosotros estáis empobrecidos y vivís la confusión en nuestro país. Si queréis honrar el nombre de Vladimier Ilich, fundad hogares infantiles, guarderías, casas, colegios bibliotecas, ambulancias, hospitales, hogares para los discapacitados; y sobre todo, cread un testimonio vivo de sus ideales".
Y cayó en saco roto, tras momificar a Lenin, los miembros del Comité Central momificaron sus ideas. Lenin también lo había previsto:
"Después de su muerte, se intenta convertirlos (a los revolucionarios) en iconos inofensivos, canonizarlos, por decirlo así, rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para consolar y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido de su doctrina revolucionaria, mellando el filo revolucionario de ésta, envileciéndola".
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