DIRIGIENDO LA MASA

Mientras los curas obreros se rompían la cabeza y el lomo para hacer compatibles su trabajo clerical y el fabril, otros se santificaban en la cima del Estado organizando a las masas. Y corrigiendo los pequeños errores que pudieron colarse en la gestión.

Es de Leguina y A. Ubierna, “Años de hierro y esperanza”

Entre las ocurrencias del equipo del Opus, que con Laureano López  Rodó a la cabeza y bajo el paraguas de Carrero Blanco, ministro de la Presidencia, estaba la de dar paso a un simulacro electoral en el cual se elegirían en urna una pequeña parte de los “procuradores” que componían las Cortes franquistas, el llamado “tercio familiar”. Solo los “cabeza de familia” tenían derecho de sufragio, tanto activo como pasivo.

Unas elecciones para el único sector de las Cortes que de aquella manera era de representación popular directa, a través de los que gozaban de la condición jurídica de cabezas de familia. Elecciones en las cuales los candidatos habían de reunir tales condiciones que excluían ab initio a los discrepantes; en las que la financiación de la campaña electoral corría directamente a cargo de los candidatos, sin que pudiera ser sufragada por asociaciones o instituciones políticas o privadas; en las que no cabían actos específicamente políticos de propaganda electoral, en las que los elegidos habían de ser necesariamente una minoría dócil, convocadas de tapadillo (para darles más intimidad), con una participación muy escasa y unos resultados absolutamente previsibles.

A mediados de agosto, cuando medio país sesteaba en las playas o en la montaña, y la otra mitad sudaba canicularmente en las ciudades, las fábricas o los campos, el Boletín Oficial del Estado lanzó la noticia de que el 29 de septiembre tendrían lugar las elecciones para la renovación de los procuradores por el tercio familiar. Digamos, pues, que la convocatoria fue, como las instrucciones que López Rodó acostumbraba a sus colaboradores estrictamente confidencial.

El plazo para la presentación de candidatos terminó el 12 de septiembre de 1971, cuando todavía coleaba la pausa veraniega. Sin embargo y como había sido previsto, todos los que estaban en el secreto presentaron puntualmente su candidatura. Quizá convenga advertir, para la mejor y cumplida ilustración del lector escrupuloso, que Laureano pretendía dentro de la farsa de la política española, que los procuradores familiares fueran hombres suyos, dóciles peones de brega de su complicado tablero cortesano. A la conquista de esta posición estratégica respondió el montaje y la realización de aquellas elecciones.

El período electoral fue breve, 15 días, mas para que los candidatos tenían que decir sobraban 14 y medio. Lo que prometían, su programa, era, unánimente, paz y bienestar. Sin embargo, allí donde algún incauto y ambicioso aprendiz de político, queriendo hacer méritos por libre, se había presentado por su cuenta a procurador e intentaba salirse un poquillo del tiesto, pronto le dieron con la regla en los nudillos, por ejemplo: algunas suspensiones por orden de la autoridad gubernativa de conferencias y actos públicos, imprevistos, organizados por candidatos no del todo controlados.

 

La práctica electoral, como es lógico, estuvo dominada por la aburrida indiferencia de los ciudadanos. En las provincias españolas, los llamados inspectores de los gobernadores civiles habían estado patrullando incansablemente sus demarcaciones desde mediados de septiembre, instando a los alcaldes de los pueblos a conseguir participaciones electorales masivas y a cuidar escrupulosamente el triunfo de los candidatos predestinados.

Las cifras oficiales de la participación total de las elecciones no alcanzaron el 30%, con las esperadas abundancias en los pueblos y pequeñas capitales de provincia e índices mucho más bajos en las grandes capitales. …

Los resultados de las elecciones carecieron de sorpresa. Prácticamente, todos los candidatos de Presidencia fueron inteligentemente elegidos por el “maduro y razonable electorado español”, eso se dijo…

Sin embargo, durante aquel mes de septiembre Madrid andaba algo revuelto, y no por la inexistente campaña electoral, sino por las huelgas de la construcción y de los médicos y por el homenaje a Franco, que sepreparaba para el 1 de octubre.

La huelga de la construcción afectó no a 5000, como reconocían los periódicos franquistas, sino a cerca de 50.000 trabajadores en paro, durante casi dos semanas.

 

Esta vez, porque sí

 

La preparación del homenaje a Franco había comenzado meses antes con el encargo a diversas imprentas por parte del Estado de unos grandes carteles a cuatro tintas, alusivos al homenaje con ocasión del XXXV aniversario de su exaltación a la Jefatura del Estado. La razón de tal celebración no aparecía muy clara. En realidad, el homenaje y la manifestación que debía encarnarlo estaban meticulosa y severamente programados por, y desde, la Presidencia (Carrero y López Rodó). Lo único que seguía sin aclararse era la causa de aquellos actos. Hasta tal punto, que los únicos dos eslóganes que Rafael Ansón su brain trust de relaciones públicas habían podido encontrar para el homenaje eran: “Gracias, Franco” y “Esta vez, porque sí”.

Los gobernadores civiles, desde principios de septiembre, habían tomado contacto, bien directamente, bien a través de sus inspectores, con los alcaldes, que eran a la vez, jefes locales del Movimiento, para organizar la participación nacional en el homenaje. Desde el Min de la Gobernación Santiago Cruylles y  el dir gral de Plítica Interior, dos hombres de Laureano, tiraban de todos los hilos.

Se trataba de dejar circular la noticia de que la manifa era cosa de los falangistas, implicando en su organización a todos los camisas viejas que se dejasen y comprometiendo a gentes como Girón, Solís, Fernández Cuesta…etc.

La pieza de más calado, Girón, estaba ganado para la causa, gracias al trato particular que le daba desde hacía tiempo López Rodó, comidas en Mayte Commodre, y a la magnífica operación inmobiliaria de sus terrenos en Fuengirola, unos cuantos centenares de millones de pts embolsados por Girón, ex ministro de Trabajo.

 

La manifa debía ser numerorísima, de corta duración y con participación mayoritaria de gentes de fuera de la capital, para evitar que pudiese politizarse peligrosamente. A cada pueblo de España se le asignó una cuota de participantes en función de su población. Los alcaldes recibieron instrucciones muy precisas en cuanto a la hora de salida de su o  sus autobuses hacia Madrid, la carretera por la que debían entrar en la capital y el lugar en el que debían aparcar, cuándo debían dirigirse hacia la pza de Oriente, cuándo y dónde debían volver a concentrarse para la vuelta y a qué hora debían salir hacia sus lugares de origen.

En general, las llegadas se escalonaron entre 7 y 9 a.m y las salidas de Madrid tuvieron lugar de 4.30 a 8 de la tarde del mismo día. La presencia de Franco e la pza de Oriente no llegó a 25 min., incluidos los 11 que tardó en leer su discurso. El acto, en total, no alcanzó las 2 h de duración y a las 3 pm, el millón largo de personas que habían invadido aquella zona se habían esparcido por toda la ciudad. Franco no anunció ningún acontecimiento especial en el discurso que le habían preparado, limitándose a repetir que el enemigo acechaba, que todo estaba previsto desde el punto de vista sucesorio no solo en cuanto a las instituciones sino en cuanto a las personas, cómo lo probaba la presencia a su lado de Juan Carlos. Tan solo una frase inquietó a los francólogos:

“Mientras Dios me dé vida y claridad de juicio” (¿Cuánta claridad y quién la mide?) Gritos, muchos “Franco, Solís”.

A las 10 de la noche, Madrid se había quedado con sus 3 millones de hab y más de 700.000 españoles volvían o estaban volviendo a sus pueblos y ciudades. Franco, en el Pardo, admiraba en la tv su indeclinable capacidad de convocatoria y Laureano López Rodó en el chalecito del Opus donde vivía, en El Viso, se regodeaba también con la perfección de su trabajo.

Con algo menos de 300 millones de pts. de coste económico y la movilización de algo más de un millón de personas como presencia humana, la Falange y Franco habían enterrado definitivamente el escollo que en algún momento pudo significar MATESA. En definitiva una manifestación perfecta. Un homenaje ejemplar.

Tal vez el lector se pregunte qué tuvo que ver el homenaje a Franco con el asunto MATESA. Pues bien, esa fue la madre del cordero. Los carteles que decían “Esta vez, porque sí” querían decir “Esta vez, por MATESA” y los que gritaban “Gracias, Franco” eran los procesados por MATESA, los procesables, con López Bravo y Villar Palasí a la cabeza, todo el Opus económico y político.

López Rodó había comenzado el estudio del indulto a los procesados por Matesa antes del verano, sobre poco más o menos, cuando hizo encargar los carteles del homenaje. El indulto, un indulto de gracia, que no tuvo limitación para las penas pecuniarias, que conllevó el sobreseimiento automático e inmediato de todas las causas para las que se pudieran pedir penas incursas en el indulto, que suspendió las diligencias y hasta destruyó físicamente los sumarios, fue un oportunísimo indulto, sin huellas ni manchas.

 

 

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