Le Jean-Pierre. PARTÍCULAS NOBLES

Aquí "Jean Pierre" para los lugareños, Midi de Ossau para los extranjeros, 2.880 m., estampa inolvidable de este antiguo volcán que sobrecoge cuando de pronto asoma tras llegar a los lagos que están por encima de Astún. Ya no creo que lo suba, hay que colgarse de cuerdas de escalada. Se queda dentro la montañita en todas sus caras.

Me acuerdo de que un día vino a Madrid un cura de Barcelona, que dirigía a muchos chicos jóvenes. Yo creo que alguna vez se habían escrito los dos. Y el Padre, al saber que venía ese señor a conocerle me comentó:

-Ha venido a ver al bicho. Vamos a darle un paseo en coche.

Y desde el primer momento él procuró comportarse de una manera absurda para escandalizarlo. Me dijo que cantara unas canciones de Conchita Piquer que él tarareó, tuvo una conversación intrascendente, nos llevó a cenar a un restaurante de lujo y cuando volvimos y dejamos a aquel pobre cura todo asustado, él se echó a reír viendo el desconcierto que le había producido.

Desde luego él creía que era un elegido de Dios y que estaba condenado a ser santo.

Es extraño que con el paso de los años se dejara llevar por una serie de vanidades que siempre le habían parecido mal y que yo le oí reprobarlas.

Curiosamente había una serie de hechos en su vida más o menos parapsicológicos que él procuraba no comunicar a nadie o a casi nadie. Yo fui testigo de excepción en alguno de ellos. Durante la guerra un día, al llegar a Burgos me contaron que un señor importante de allí  se había dado cuenta de que el padre de Pedro Casciaro era uno de los jefes socialistas de Albacete y a pesar de ello, éste tenía un buen enchufe en la oficina de reclutamiento del General Orgaz, mientras que su hijo estaba en primera línea en el frente. Había que ir a visitarlo y tranquilizarle para que no hiciera ninguna denuncia. Y como yo iba con mi uniforme de oficial recién estrenado, me pidieron que fuera yo a hablar con su mujer y el sr. Escrivá iría a verle a ese señor y a convencerle para que no denunciara a Pedro. Y cuando yo llegué a ver a aquella señora, ella se puso histérica dijo que Pedro era un rojo y que lo iba a pagar y nos echó de mala manera. Cuando nos encontramos de nuevo en el hotel Sabadell con el Padre, yo le conté que me había descompuesto y que lo había hecho muy mal y él nos comentó:

-Pues si os sirve de consuelo yo lo he hecho peor. Este señor se ha puesto como un basilisco y hemos terminado a farolazos.

Después de comer, Pedro Casciaro y Paco Botella se marcharon a su oficina, Albareda se fue también y yo me quedé solo con el sr. Escrivá. Entonces él puesto en el mirador de la habitación del hotel murmuró:

-Mañana, morirá el hijo de este señor.

Aquella frase me dejó estupefacto y estuve en silencio. Nos pusimos a escribir y a hacer nuestras cosas hasta que hacia las 7 de la tarde él me propuso dar una vuelta:

-Si quieres podemos ir a la catedral a hacer la visita al Santísimo.

Así lo hicimos, y al salir de la catedral en una esquina donde se pegaban las esquelas, vimos que estaba apuntado el nombre del señor con el que él había estado discutiendo por la mañana.

El sr. Escrivá había dicho que moriría el hijo y allí ponía que era el padre.

No hagas ningún juicio, me advirtió, vamos a pedir por él.

Después el sr. Escrivá me explicó sin aclararse muy bien, que él lo que había entendido era: "Mañana entierro" y que por eso, se había figurado que el que estaba en el frente era el que iba a morir. ¿Aquello fue una premonición? No lo sé, premoniciones de esa clase las tiene mucha gente. Pero en su fuero interno el sr. Escrivá tenía la idea de que era un predestinado.

Recuerdo que me hicieron escribir esta experiencia para la posteridad como si se tratara de algo sobrenatural, y hubiera que demostrar, en un futuro los poderes del Padre.

En los primeros tiempos el sr. Escrivá había dicho que se le tuteara; pero más tarde comprobó que sus hijos le perdían un poco el respeto y retrocedió, empezó a ponerse más distante. Cuando yo llegué ya era un hecho el llamarle Padre.

Desde pequeño él había tenido un gran complejo de inferioridad, al ver despreciada a su familia y por ello, perdió el control. Los títulos, los marquesados, los escudos nobiliarios le pirraban. Cuando logró trabar amistad con la marquesa de MacMahon, hizo grandes proyectos. Allí aprendió a poner bien una mesa, a que las sirvientas fueran con cofia almidonada y con guantes, a que todo estuviera perfectamente elegante. Realmente, los grandes de España le impactaban.

Lo de solicitar el título de Marqués de Peralta, yo me figuro, por algún comentario que oí, que fue para poder aspirar a presidir la Orden de Malta que creo que exige, por estatutos, que el presidente (maestre o como se llame) sea aristócrata.

Su apellido era "Escrivá" a secas. A él le escuché alguna vez, que cuando era presentado a algún aristócrata con ocasión de su cargo de Rector del Real Colegio de Santa Isabel, le preguntaban: ¿Escrivá de Romaní? y él tenía que decir que no, lo cual producía en el auditorio cierta actitud de desprecio. Así que añadió lo de Balaguer. Por esta razón a Alvaro Portillo le hizo ponerse el "del" para darle más tono aristocrático.

A mí me parece que el sr. Escrivá se justificaba dentro de él, de estas vanidades y grandezas de la que hacía gala, pensando que tenía que aparecer siempre como una persona importante, porque así se le tendría respeto a su Obra. Por consiguiente él no podía ir a un hotel de mala muerte sino a uno lujoso. No podía llevar gemelos baratos sino de otro.  Y siempre que hacía ostentación de algo procuraba jugar con la carta sobrenatural porque, si no, no se hubiera encontrado a gusto. Él tranquilizaba su conciencia asegurando que lo hacía por el bien de la Obra.

El tenía una visión crítica muy dura y hacía juicios negativos de la gente, incluso de su gente. A mí me molestaban sus comentarios nada agradables. La crítica de curas, frailes y monjas era constante. A los Jesuitas no los quería. El se proclamaba ingenuamente anticlerical.

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