MALDICIONES

Cabra del Pirineo que estuvo a punto de desaparecer hasta que ciertas personas del país vasco se ocuparon de rehacer los rebaños. 

Observo que a los lugares donde "pescan" en vez de llamarlos "clubs" como hace 20 años, ahora son Asociaciones Juveniles y así figuran en los mapas. No pitaderos. Habría que ver los jóvenes de 60 y más que se asociaron para poner en pie dicha asociación y con el fin declarado y no declarado. Todo pasa. Qué intriga, ¿siguen pescando con este sistema? ¿quién se ocupa de entretener niñas si no hay jóvenes numes?

Y fui a Roma muchas veces con él. Le gustaba ir a la Basílica de San Pedro. Se ponía delante de la estatua de san Pedro y decía:

-Creo en la Iglesia a pesar de los pesares.

Y golpeaba su cabeza contra los pies de la imagen y jugaba con la frase: "Aquí yace un español que vivió diez años en Roma y no perdió la fe."

Poco antes de morirse, Tardini le dijo al sr. Escrivá que Pío XII había pensado hacerles cardenales a él y a Montini, y que él había rechazado ese honor para no dar lugar a que nombrara a Montini; pues éste era un peligro para la Iglesia, y el sr. Escrivá estaba muy de acuerdo.

Había mucho de contradictorio en el padre Escrivá. Siempre seleccionaba a las personas: decía que los peces había que pescarlos por la cabeza. Escogía a los más listos y desechaba a los otros. Cuando comprendió que no era fácil apoderarse de la Universidad, lo hizo con el Gobierno.

Del milagroso paso por Andorra, yo puedo contar que fue durísimo, pero no milagroso.

Cuando el Padre estuvo con los suyos, refugiado en la Embajada de Honduras de Madrid, acordaron entre todos los que allí estaban, que él debía pasarse a la otra zona. Y como no había nadie que les pudiera ayudar en la zona nacional, decidieron cruzar el Pirineo con la ayuda de unos guías, a los que había que pagar bastante dinero.

Yo, hacía tres meses que había ingresado en el Opus, estaba escondido en la buhardilla de mi casa de Daimiel. Y primero tuve noticias de Paco Botella. Más tarde se presentó Juan Jiménez Vargas a buscarme. Aquel era un acto heroico que me emocionó, él estaba jugándose la vida por mí. Luego, mucho más tarde, comprendí que le había mandado a Madrid para que consiguiera el dinero necesario para poder pagar a los guías, y debió de decirle Isidoro Zorzano que yo posiblemente lo podría tener. Por eso, Juan fue a Daimiel. A mí me impresionó su valentía. Mi padre sacó, de donde pudo creo que tenía 37.000 pesetas, que nosotros llevamos a Barcelona. Desde allí, después de más de un mes sin documentación y un peligro tremendo, pudimos escapar hacia Francia.

El grupo estaba por el sr. Escrivá, Paco Botella, Pedro Casciaro, José M Albareda, Tomás Alvira, Juan Jiménez Vargas, Manuel Saiz de los Terreros y yo. En total éramos ocho. Pero como este último y yo nos salimos más tarde de la Obra, los biógrafos nos suprimieron y desde entonces se dijo que habían sido seis.

Escrivá no era franquista, cuando le convenía ver a Franco, decía unas amabilidades y cuando le pidieron que le diera unos Ejercicios Espirituales a él y a dña. Carmen, lo hizo. Y lo hacía bien. En aquellas primeras épocas sabía llegar a la gente. Cuando estaba delante de una mesita en el oratorio, lo hacía bien. Eso no tiene nada que ver con esas grabaciones teatrales que nos han dado después en la televisión y que producen vergüenza. No se como pudo cambiar y engreirse tanto.

Era de un exclusivismo tremendo. Por eso ha hecho de la Obra, una secta. La última vez que yo vi Paco Botella le dije:

-Mira, Paco, sois una mafia.

-Pero Miguel, ¡qué cosas me dices!, me contestó él.

Yo creo que el pobre tenía el dolor de comprender que sí, que en efecto lo era.

Nos dimos un abrazo y se despidió. Al mes siguiente murió. En la esquela del periódico ponía catedrático, pero no sacerdote, me extrañó.

Cuando en el año 1955 salí de la Obra, fue como si me hubieran quitado un peso de encima. ¡Al fin liberado! Pero como el Padre no quería que me fuera, le escribió una carta a mi confesor, Paco Botella, para que él me la leyera, en la que decía: "Siento que Miguel quiera marcharse porque va a sufrir mucho y va a ser un desgraciado".

El camino estaba inexorablemente trazado: Miguel sufriría mucho y sería un desgraciado. Y aunque la realidad de los hechos haya dicho lo contrario, porque a mi, además de casarme un año y medio después de mi salida, y tener una mujer y unos hijos estupendos, (a ella me la presentaron tres meses después de estar yo fuera de la Obra) todo me fue perfectamente y mi trabajo profesional se desenvolvió con gran éxito. Pero el sr. Escrivá nunca quiso darse por enterado de mi buena suerte y aunque me escribía cartas muy amables, nunca quiso enterarse de mi matrimonio ni de que existían mis hijos. Porque yo, según sus predicciones no podía ser más que un desgraciado. Y los seguidores de Escrivá, como buenos seguidores, eso sí, hicieron lo posible para que la profecía se cumpliera. Pero a pesar de todo lo que no lo consiguieron. Ni tampoco pudieron borrar mi nombre de entre los vivos.

Todo hombre tiene en esta vida contratiempos y horas de dolor. Yo los tuve también al morir mi hija de 6 años y medio. Esta desgracia sirvió para que el día de su entierro aparecieran por mi casa dos sacerdotes del Opus Dei que, en lugar de rezar algún responso y decirme unas palabras de consuelo, hicieron unos aspavientos extraños y en voz baja me dieron a entender que aquella muerte era un castigo de Dios. De Roma donde estaban entonces el sr. Escrivá y Alvaro Portillo no me llegó nada; ni una carta ni un recuerdo.

Monseñor Echevarría dice en el Proceso de Beatificación que a mí hay que rechazarme porque me obstino en ver persecución donde no hay más que caridad.

Cuando a lo largo de mi ya larga vida profesional, me fui tropezando con actitudes que no comprendía, siempre al indagar a fondo, me encontraba con algo o alguien que estaba relacionado con el Opus Dei.

Primero, intentaron repescarme y como me negué a ello, se dedicaron a perseguirme. Me han hecho tantas faenas, que puede parecer que cuento todo esto por venganza, pero yo no tengo ni he tenido ningún resentimiento.

Ante esta molestísima situación, pensé que la correcta posición de un católico era la de decirlo a la Iglesia. Busqué alguna autoridad eclesiástica de Roma a la que yo conociera y a la que pudiera pedir consejo. Y en 1977 me puse en comunicación con el Obispo d. Maximino Romero de Lema, le fui a visitar y me recibió.

Le conté la situación en la que me hallaba, le entregué una lista con los nombres y las faenas que me habían hecho los señores del Opus Dei. El las estudió con detenimiento y me dijo que aquello había que arreglarlo inmediatamente y que la mejor manera de hacerlo era que yo llamara a Alvaro Portillo y que pidiera verle diciéndole que me lo había indicado el sr. Obispo, al que él conoció mucho, puesto que los dos formaban parte de comisiones de la curia romana. Entonces telefonée a Alvaro y se lo dije y él me contestó:

-Por Dios, Miguel, para hablar conmigo no necesitas que te recomiende nadie, ¡ven ahora mismo!

Aquellas misma tarde estuve con él y le expliqué que el Opus Dei me estaba persiguiendo y le dí una serie de pruebas y de nombres. Como él necesitaba hablar de este asunto con d Florencio Sánchez Bella, consiliario entonces de España, le iba a mandar que fuera enseguida a Roma, por lo que me pidió que volviera a la mañana siguiente, y así lo hice. Al otro día, seguimos hablando y al despedirme me dijo:

-Miguel, vete tranquilo, que yo daré orden de que no se te persiga.

¡Y decían que yo tenía manía persecutoria!

Todas estas cuestiones de persecución o de comportamientos que con cierto eufemismo podríamos llamar "más bien poco cristianos" se hacen no solamente a mi por supuesto, responde a una actitud general en la Prelatura del Opus Dei.

En este momento el que beatifiquen o no al padre Escrivá me parece que no tiene mucha importancia. Estoy dispuesto a aceptar le tristísimo argumento que utilizó Benito Badrinas en La Clave al decir que, cada día el santoral nos presenta 14 o más santos desconocidos y que contar con uno más, no parece que sea motivo de tanta preocupación. Pero lo que sí es muy peligroso, a mi manera de ver, es que aparejada a esa beatificación va unida la canonización de dos grandes vicios humanos que son la intransigencia y la coacción que el padre Escrivá canoniza elevándolos a la categoría de la Santa Intransigencia y la Santa Coacción.

Miguel Fisac

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