SENTIMIENTO DE SUPERIORIDAD

 Los dementores atacan, J K Rowling lo dijo en modo cuento, pero Klinghardt lo dice en modo médico, pretenden "robar el alma". https://odysee.com/@laquintacolumna:8/AS%C3%8DCONSERVANLAVACUNA-PROGRAMA145-:2   min 41 y siguientes. La glándula pineal en la

que se unen alma y cuerpo, Descartes dixit, es el punto que se ha de atacar.

Me dijeron que Javier Tusell, fallecido historiador español, había pertenecido como supern. En la biografía que escribió de Carrero, se basa mayormente en libros y apuntes de su íntimo colaborador apadrinado el nume Laureano.

La mentalidad de este almirante que hizo de vicepresidente con nuestro dictador favorito era calcada a la de nuestro santo favorito. En los años de la segunda guerra mundial, el planteamiento era que unos y otros, bandos de la segunda guerra mundial, estaban los pobres perdidos. Sólo la España católica  y apostólica llevaría luz a tantos que andaban en la sombra del error: tanto las democracias liberales de occidente como los soviéticos o comunistas. La democracia con sus libertades, es perniciosa para la verdad, pendiente resbaladiza hacia el rojerío.

Así pensaban las élites y clase gobernante española en 1945. El founder y sus chicos transmitieron la ideología retro que casaba con la de los Reyes Católicos, cuatro siglos antes, a generaciones que nacimos mucho tiempo después.

Haciendo síntesis de características comunes a los pretendidos grupos, élites salvadoras de la Iglesia y el mundo, ha habido otros aunque no sean españoles, lo cual es una desventaja sociológico-política, me encuentro con este Sentimiento de Superioridad compartido:

"Antes de comenzar, me gustaría decir que en Belén hay una atmósfera de elevado elitismo. Nos gustó evocar una frase que Mons. Renard, entonces obispo de Versalles y superior canónico de la comunidad, le había dicho a Sor Marie, la fundadora [1], en los años cincuenta: “Hermana mía, siempre lo harás mejor que los demás y por eso serás objeto de envidia”.

Esta frase simbolizaba el misterioso e inevitable destino de Belén: una superioridad incomprendida y envidiada que se manifestaba en relación con la mayoría de las otras instituciones religiosas:

Éramos superiores a las órdenes monásticas "antiguas"  de las que criticábamos que se habían debilitado por no obedecer estrictamente sus Reglas religiosas. Sor Marie, en un famoso texto de 1975, las llamó  “monaquismo levítico”. En público, por supuesto, teníamos que mostrar toda nuestra estima cuando mencionamos una comunidad en particular, pero en realidad, entre nosotros, dentro de los monasterios teníamos gran facilidad para criticar los defectos de las otras comunidades en contraste con el éxito de Belén.

¿Os habíais pensado que éramos los únicos exitosos mientras los otros decaían?

También nos veíamos por encima de las instituciones apostólicas de la Iglesia: párrocos, comunidades apostólicas, obispos o cualquier otra forma de realidades eclesiales, consideradas demasiado pastorales, demasiado acomodadas al mundo, espiritualmente indigentes.
 

Superioridad frente a la tradición teológica. Siguiendo los pasos del P. Marie-Dominique Philippe [2] estábamos convencidos de que éramos casi los únicos en mantener intacta la doctrina en toda su pureza y ortodoxia gracias a nuestra referencia a Santo Tomás y a la filosofía realista enriquecida por la contribución de Oriente. Todo lo demás era teología cerebral, psicológica o sociológica: en resumen, "humana demasiado humana".

Debido a esta superioridad tan envidiada por muchos, toda crítica, incluso de un prelado, nos parecía de entrada injustificada e inadmisible. Y por supuesto, estas críticas se ocultaban a la comunidad a la que solo se informaba de las apreciaciones positivas y elogiosas, especialmente las del Papa y su entorno.

Aparentemente, se hablaba mucho sobre la Iglesia en Belén, se nos animaba a amarla, a apreciarla (servirla). Se inculcaba veneración al Papa. Cuando los obispos venían a visitarnos, siempre les dábamos una muy cálida bienvenida, mostrándoles mucha veneración y comunión. No era raro que les hiciéramos obsequios [3]. Había que dar la impresión de una comunidad muy unida a la Iglesia, muy eclesial y ortodoxa.

En realidad, no conocíamos, o muy poco y de muy lejos, la Iglesia en sus manifestaciones y sus miembros vivos. Las publicaciones eclesiales nunca se vieron dentro de los muros de los monasterios, con algunas raras excepciones, como La Documentation Catholique. Se nos recomendaba encarecidamente no leer esas publicaciones que, según nos decían, no tenía nada que ofrecernos y corríamos el riesgo de perder el tiempo. Por supuesto, nunca lo decíamos en público. Era una regla tácita, impuesta a todos.

Belén era la única y verdadera Iglesia, bendecida por Dios: ¡fuimos la Iglesia de los últimos días de la humanidad! Nuestra Congregación era joven por sus numerosas vocaciones que no dejaban de fluir, de teología sólida, sumida en una oración  de calidad, evangélica en su formación centrada casi exclusivamente en una lectura profunda del texto de los Evangelios, ecuménica en su apertura profética a Oriente y durante varios años a Israel y a nuestros hermanos judíos, bella por sus liturgias fascinantes, la arquitectura de sus casas y los oficios artesanos desempeñados por las monjas y monjes, destacándose en una formación que pretendía ser teológica y no psicológica, abierta a un profundo y no superficial Encuentro con los hombres y mujeres de nuestro tiempo, humanos sedientos de lo absoluto, profético y escatológico, en su la esperato del inminente regreso de Cristo.

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