SIN MEDIAS

 

Lo de ir sin medias del post anterior y despachar a la criada/sirvienta, porque no olvidemos que antes de ser “numes aux” fueron sirvientas, era asunto moral en la España de hace 80 años.

Doy fe de las chanzas de mi padre a propósito del tema. Cuando recordaba su infancia el asunto medias para las mujeres, en especial si eran jóvenes, entraba en el negociado de los curas rurales. Surrealista que las “hijas”, “herederas”, y “sucesoras” aparezcan en la tele como si fueran remedos de Simone de Beauvoir, autora de “El segundo sexo”. Tan surrealista como que no haya feminista de pro, las del partido que lo lleva en el nombre o las más modernas que importan las modas imperiales de los múltiples “géneros”, hayan comentado la osadía aunque no fuera más que en nota a pie de página.

La anécdota ilustra cómo se comportan quienes detentan el poder, ellos: no se mojan ni dan la cara, te la podrían partir.  Para esos arriesgados menesteres ya están las “ibemes” de turno. Recaderas que fuimos de la divina voluntad. Sufrimientos sin cuento de quienes no se identificaban con lo mandado pero habían de poner por obra los dictados por otros pergeñados, aunque fuera en contra de su conciencia. Era el banco de pruebas para pasar de “nivel”: ¿Hasta dónde estabas dispuesta a llegar en la renuncia a lo indicado por tu vocecita interior?

En esa humana lucha nos hallamos, hago y digo lo que me dicen o hago y digo lo que creo que debo hacer. Básico.

La obediencia es un horror. Muchos desaguisados de la humanidad proceden de ahí. Al menos los que me han tocado más de cerca, éste y otros. Las cosas se han de hacer porque uno juzga en conciencia que debe hacerlas y “si no lo acabas de ver”, piensátelo. Se nos deformaba para la “inseguridad” interior, “el espíritu propio es mal consejero”. Evidente que se ha de pedir consejo, pero sin delegar la decisión. La decisión venía impuesta, te tocaba acatar.

Queda brutal después del multisecular voto de obediencia en los conventos, pero a las alturas de humanidad que nos hallamos, ¿no somos capaz de sacar las conclusiones del “voto de obediencia” en el ámbito religioso? ¿no es una renuncia a lo más sagrado que hay en cada uno de nosotros? La propia conciencia, para un creyente, la voz divina en uno que le sirve a uno, no se trata de creerse Dios, sino de reconocer que “Dios ilumina a cada humano que viene a este mundo”.  Demasiados salteadores de caminos en el ámbito religioso católico así me lo hacen pensar. Ya está bien de abusar de la buena disposición de las almas.

Dónde muchos  conviven  ha de haber un orden y concierto, de horarios, tiempos, organización del espacio y las actividades, una coordinación. Poco que ver con dirigir a la persona hasta en sus decisiones más íntimas y banales, de manera que esté prohibido crecer, equivocarse, aprender de los propios fallos y esté vetada toda autonomía.

Añádase que el asunto de la obediencia, al menos la que se me hizo vivir, así como el asunto de la sinceridad, dos “virtudes” capitales a las que toda actuación se reducía, eran falaces. Puesto que quienes vendían los consejos se autorizaban a prescindir de ambos en cuanto no había plebeyas a la vista. Difícil darse cuenta de ello cuando se vive sumergida en la vida numeraril y se es creyente hasta el fondo, sin mirar ni a derecha ni a izquierda. Deje de creer en un día y fue terrible, qué trauma, no aguantaba las predicaciones que antes me ilusionaban y alimentaban. Las palabras no salían del corazón ni de la vida. Autómatas papagayos repitiendo un guión sin alma.

Rosario Badules, una de las “primeras”, también de las primeras en irse:

El culto al Padre, el tema de la filiación y el llamarle Padre: desde mi ingreso, me desagradó el culto y el fanatismo con que obligaba a amar a su persona. Digo “obligaban” porque el amor al P, también con cariño humano era condición indispensable para permanecer en od, materia de confidencia y parte integrante del espíritu.

Como era tema de la charla quincenal que se tenía con el confesor en el confesonario, yo le dije una vez a don Severino Monzón: -Yo no siento por el padre ese sentimiento de cariño.

-Pues vete pensando si lo que tienes que hacer es marcharte,

Llegué a  empacharme con la figura de esa persona cuya presencia estaba en todas partes y que además me resultaba tan poco atractiva. Oía hablar hasta la exaltación de lo que se decían virtudes del founder y cuando esperaba en una meditación oír hablar de la figura de Jesús, era el padre el ejemplo de vida, el conducto reglamentario para llegar a Cristo.

Se dijo en La Clave que de sus hijos salió el llamarle Padre. ¡Mentira! Ya en el año 44 antes de entrar a saludarle  por primera vez se me advirtió de que debía llamarlo Padre. Y a su madre (él lo impuso) Abuela, a su hermana Tía.

El fue que le dijo a uno de sus más íntimos colaboradores que pidiera en el Congreso General que el saludo oficial al Padre fuera con la rodilla izquierda en el suelo y besándole la mano. Petición que también se hizo en el Congreso de la Sección Femenina y que fue recibida con grandes aplausos en su presencia.

Siendo Joaquín Ruiz Giménez embajador ante la santa Sede, coincidieron en algún acto  de la Embajada y el embajador le saludó ¿Qué tal padre Escrivá?. No podía soportar que le llamaran padre Escrivá, había que decirle solamente Padre o monseñor Escrivá. Desde entonces no podía soportar a Ruiz Giménez.

Por otra parte ahí está el Evangelio, tan claro, “no llamaréis a nadie Padre”. Este señor se permitió eso y llamar al Opus “obra de Dios”.

En una puerta de un patio de Roma, marcón sus pies y los de D. Alvaro en cemento blando como demostración de que teníamos que seguir sus pasos en la vida como señal de la volutnad de Dios.

Hizo también que su familia fuera sacaralizada, difundiendo sus fotos por todas las casas del opus, lo mismo que las suyas. Sus gustos y costumbres se imponían, por ejemplo el viernes de Dolores en todas las casas se comían unos dulces de espinacas que cuando niño le hacía su madre que se llamaban crespillos. El ambiente de Roma era opresor: “ha dicho el padre, he visto al Padre, el Padre ha comido bien, el Padre está contento, el Padre tal, el Padre cual…”

Un día trajo un burrito de cerámica. El era muy amante de los burros porque efectivamente éramos gente a quien no se nos permitía pensar, éramos unos burros de carga. Dejó el burrito sobre una mesa y entonces la secretaria central midió por todos los ángulos al burro para que estuviera colocado donde lo había dejado el padre.

Cuando venía a España, en las casas que se sospechaba pudiera llegar había un cajón de naranjas por si pedía un zumo. Dos numerarias preparaban sus comidas con gran exquisitez y le acompañaban a lo largo de la nación, llevando latas de patés, flores para las mesas…etc.

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