ODIABA LAS DISTINCIONES

 Su dormitorio era austero, pero el comedor y el cuarto de estar costaron un dineral. Con los objetos litúrgicos no reparaba en gastos. Se enfadó cuando pidió un sagrario de brillantes y se lo trajeron de oro. Se encargó personalmente de dar suntuosidad al santuario de Torreciudad, cuya Virgen lo libró de la muerte, cuando era niño.

Sus hagiógrafos encuentran razonables estas inversiones,

que Dennis M. Helmin explica así: "Torreciudad es una muestra más de la aversión que el founder tenía ante la cicatería cuando se trata del culto divino". Su famosa colección de medallas y condecoraciones, tan chocante con sus ideas (esas cosas son "hinchazones de soberbia" decía) también tiene su explicación: "Era para no desairar a quienes se las concedían".

Con el tiempo, el trato cariñoso de sus hijos derivó en eso que sus críticos llaman culto a la personalidad. El mismo lo fomentaba. En 1946 visitó en dos ocasiones Barcelona y las dos veces rezó ante la Virgen de la Merced. La segunda mandó pintar una Virgen de la Merced con dos fechas, las de sus dos rezos: 21 de junio - 21 de octubre de 1946.

No presumía de hilo directo con Dios, pero recordaba con frecuencia su condición de instrumento divino, sus presagios de adolescente y sus visiones de adulto. De cuando en cuando echaba algún leño que avivaba su fama de santo. Una vez contó que al rezar había dicho:

-Señor, aquí tienes a tu burrito sarnoso.

Alguien le respondíó desde lo alto:

-Un burrito fue mi trono en Jerusalén.

Solo a él nombran con palabras que figuran en su lápida: "El Padre". No "El Padre Escrivá", como un cura cualquiera: "El Padre". Una denominación que los católicos suelen reservar a Dios. No está claro a quien se refiere cuando dice a sus hijos:

-El cielo será como una tertulia con el Padre.

Una vez, delante de unas cámaras, se postró ante una anciana que se arrodillaba ante él:

-No, hija mía, todos somos iguales, todos somos hijos de Dios.

Pero algunas ex numes recuerdan que el rodillazo en su presencia era obligatorio. Si invitaba a comer a un cardenal, las sirvientas debían servirle primero. "He conocido a 7 papas y cientos de cardenales y obispos, pero fundador del "Opus dei" solo hay uno".

Era de poco comer, pero exigía que la mesa estuviese perfectamente puesta e impecablemente servida. También pedía los mayores niveles de calidad culinaria. Cuenta Moncada que en cierta ocasión obligó a una cocinera a repetir 7 veces una tortilla hasta que estuvo a su gusto.


Sus hijos siempre estaban dispuestos para cualquier contingencia: la fruta que le gustaba, el plato preferido, un repentino cambio de decoración. Se ha escrito que, en ocasiones, uno iba delante de él midiendo la temperatura de los cuartos: no querían que un mal aire lo hiciera santo antes de la cuenta.

Le preocupaba la apariencia. Carmen Tapia asegura que en épocas difíciles tenían que ayunar para poder comprar cubiertos de oro: "Eran tiempos de hambre y los cubiertos se compraban por poco. Además, servían para quedar bien con los representantes del Vaticano, con los que había negociaciones en curso". El testimonio de Tapia no ha sido escuchado por el tribunal que estudió su beatificación. Oficialmente, el Padre no tuvo secretaria. Muchos recuerdan sin embargo a esta mujer de talento y belleza, cuya presencia junto a Escrivá confirma un lugar común de la literatura contemporánea: los hombres poderosos casi siempre tienen una guapa al lado.

(Lo de secretaria se refiere a secretaria de la Asesoría, miembro de ella, no al que le lleva la agenda al personaje, esa era labor de los dos "custodes" o curas anejos que se buscó: sus 2 sucesivos sucesores. Personalismos después de muerto. De nadie más se fiaba, y así va a ser, que quienes no pudieron convivir tan estrechamente se van a ver obligados a traicionarle en toda la línea, porque hay disposiciones que no van a resistir el paso del tiempo....)


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