TECNÓCRATAS Y AUTORITARISMO




 Muchas gracias al ex nume  por enviarme este artículo. Mi conclusión es que nada nos libra de la necesidad de informarse, formarse, buscar, valorar, pensar, reflexionar personalmente para sobrevivir. Como decía Kant y seguimos sin enterarnos, la pereza y la cobardía... añado, serán nuestra perdición.

Que se relaciona con la profesora que ayer mencioné del Capitalismo de la vigilancia. No es que demos datos sobre donde vivimos y a qué restaurante vamos cuando navegamos, sino que recogen, procesan y venden otros datos que durante un tiempo se consideraron basura y que nosotros mismos no sabemos que ofrecemos al colgar fotos en la red, pero que hoy se  comercializan para controlar nuestras emociones, deseos y necesidades y las emociones, deseos y necesidades ajenos. 

 Patrones de conducta humana los llaman que nos clasifican y hacen más predecibles nuestras acciones. Todo bussiness as usual, de lo que hay que defenderse en común, no solo prescindiendo individualmente del móvil o usando códigos encriptados y servidores en otros países.

Naomi por su parte opina que la crisis es nuestra oportunidad, no sé cómo, encerrados, separados, y amenazados por multas y detención si se opina fuera del consenso en España.


 

 

Technocrats and Authoritarianism


En estos momentos en que se nos insta constantemente a escuchar la voz de los expertos a propósito de la expansión de la enfermedad es importante recordar la historia de la íntima relación entre el concepto de tecnocracia y  la práctica del autoritarismo.

En cuanto la idea de una democracia representativa empezó a surgir y extenderse en Europa y América a finales del XIX, quienes temían que esas novedades hicieran tambalear su poder, comenzaron a anunciar el advenimiento de una suprema y moderna sabiduría, que trasciende las disputas, que nos ahorra el desorden y la ineficacia inherente al gobierno por y para el pueblo.

Hay que hacer notar que España tuvo un papel clave en el desarrollo de esta corriente ideológica.

En las décadas de 1920 y 1930 se configuró el antiparlamentarismo según el cual solo una clase de militares patriotas y clarividentes podrían salvar al país del inmovilismo y la corrupcción generada por los partidos políticos. 
Cuando tras la segunda guerra mundial la idea de una salvación de la sociedad por parte de los uniformados militares había perdido bastante de su lustre, los esfuerzos por salvar al pueblo de sí mismo migraron desde el ejército a los hombres de ciencia en sentido amplio. El término tecnócrata apareció y fue usado  ampliamente por primera vez  en los años 50 cuando el dictador español Francisco Franco confió la dirección de la economía nacional a un grupo de pensadores católicos de la ultra derechista organización católica   "Opus Dei".

Estos hombres, (LLR, Ullastres, Navarro Rubio, García Moncó...) que idearon el paso de la autarquía proteccionista a una política favorecedora de la inversión extranjera eran muchas cosas. Bajo ningún concepto eran personas sin ideología. Pero ello no impidió que tanto el régimen como sus amigos banqueros alrededor del globo los presentaran exactamente así: ASÉPTICOS. Y por desgracia muchos observadores del exterior lo creyeron tal cual.

La idea central de la tecnocracia es que en el conocimiento científico basado en datos hay una claridad que si se embotella y distribuye correctamente nos librara de todo tipo de ruidoso e improductivo debate.

Sin embargo los defensores pasados y presentes de este maravilloso y atractivo concepto suelen olvidar algo esencial: quienes recogen e interpretan los datos son seres sociales, lo que significa seres políticos que por definición no son objetivos en su selección y despliegue de los "hechos".

De manera que su pose de situarse "por encima de la política" los vuelve particularmente perniciosos para la sociedad. ¿Por qué? porque nos ponen a los demás en la posición de tener que aceptar implícitamente su sabiduría supuestamente neutra  más allá de toda discusión incluso si la implementan activamente con toda suerte de sesgos epistemológicos e ideológicos.


No hay ejemplo más claro de ello que en las recientes campañas para liberar internet de las llamadas  "fake news" y de sus supuestos intentos de "incitar a la violencia".

Con respecto al primero de los objetivos mencionados hay que señalar que la verdad, y especialmente la verdad de los hechos sociales y las posiciones políticas sólo existe de manera aprox. O por decirlo de modo más simple, no hay algo así como noticias reales   100%. Más bien hay un espectro de posibilidades interpretativas sobre las afirmaciones de variedad de actores sobre tal o cual fenómeno. En otras palabras ir seriamente al fondo de las cosas es siempre asunto tan relativamente desordenado e incierto que a menudo termina en conclusiones difíciles de interpretar.

Hoy tenemos compañías ligadas al eje EEUU-Israelí del poder militar y empresarial que nos dicen que tienen algoritmos que nos liberarán del desorden y eliminarán las falsas noticias de nuestras pantallas.

¿Creen que no hay motivos más allá de ofrecer un servicio a los ciudadanos? ¿Creen que su noción de falsedad puesta en algoritmo no confluirá en cierta medida con su punto de vista del poder a la búsqueda de sus propios objetivos estratégicos?

Con respecto al objetivo de librarnos del discurso de odio e incitación a la violencia, ¿es realmente objetivo, en la medida en que algo pueda ser determinado como objetivamente verdadero, que cantar las maravillas de digamos  Hezbollah es más incitación a la violencia que alabar al complejo militar industrial norteamericano tal y como se ha hecho casi obligatorio en nuestro espacio y celebraciones públicas?

(Precisamente lo que reveló Assange y por lo cual lo quieren matar vivo.... por  revelar la violencia del gendarme mundial oficialmente bueno.)


Aunque usted o yo no lo veamos de esa manera, el grupo paramilitar con sede en el sur del Líbano es, para muchos en todo el mundo, una fuerza de resistencia heroica que lucha contra lo que vieron como invasiones en serie de su tierra, y de su forma de vida.

Y luego está la cuestión no despreciable del número de personas mutiladas y asesinadas. Cuando ponemos las estadísticas una al lado de la otra, ni siquiera hay dudas de quién ha matado o mutilado a más personas en  Oriente Medio. El ejército estadounidense está tan absurdamente "adelantado" en este juego de - para usar una definición bien conocida de terrorismo - emplear "violencia o la amenaza de violencia, especialmente contra civiles, en la búsqueda de objetivos políticos", que ni siquiera tiene gracia decirlo.

Pero lo último que escuché es que no se estaba desarrollando ningún algoritmo para salvar a los habitantes del ciberespacio de aquellos que alaban plenamente nuestra máquina de matar. Ni siquiera  cuando sus partidarios en la red usan un lenguaje hiper agresivo y étnicamente insultante para justificar asesinatos pasados ​​o para bendecir la comisión de otros nuevos.

Y, sin embargo, este tratamiento groseramente dispar de dos fuerzas de combate, que solo puede explicarse en términos de las predilecciones ideológicas de quienes dirigen la operación, se nos presenta constantemente en el lenguaje de neutralidad técnica "por encima de la discusión".

Que la mayoría de las personas  acepten esta disculpa tecnocrática y que se haga con el control absoluto del discurso es quizás lo más aterrador de todo.

Si nos interesa realmente la democracia, no podemos ceder pasivamente al espíritu de la tecnocracia que nuestros políticos perezosos y cobardes y sus servidores mediáticos nos están imponiendo sin descanso.

Thomas S. Harrington es profesor de Estudios Hispánicos en el Trinity College en Hartford, Connecticut y autor de Intelectuales públicos y construcción de la nación en la Península Ibérica, 1900–1925: La alquimia de la identidad (Bucknell University Press, 2014) y Democracia ciudadana en Tiempos autoritarios: una visión estadounidense sobre la campaña catalana por la independencia (University of Valencia Press, 2018).



Autor: Thomas Harrington




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