LA FORJA DE UN DICTADOR

 Regreso a lo ocurrido hace 19 años, nos ponen semejante bombazo 193 muertos en el centro de Madrid, insisten en que es es el mayor atentado en Europa, no sé, y nos vamos del brazo a sus guerras, dirigidos hoy por los que entonces protagonizaban el "guerra no" mañana, tarde y noche como recuerda el investigador independiente. Del macro juicio en la Casa de Campo, menudo espectáculo y desfile de togados y acusados, todos bien "moritos" en su pinta. Tratando al pueblo español de subnormal profundo y más allá: resultado, un marroquí dueño de un colmado en la cárcel. La clave, allende los mares. Al final, ayer en un acto conmemorativo, ¡al fin! un policía dijo públicamente que el piso que estalló en Leganés era un piso franco.

LA FORJA DE UN MILITAR AFRICANISTA

Francisco Paulino Hermenegildo Teódulo Franco Bahamonde había nacido en la localidad gallega de El Ferrol el 4 de diciembre de 1892, en el seno de una familia de clase media baja ligada desde antaño a la administración de la Armada. El tímido Francisco, llamado “cerillito” por sus compañeros de colegio en atención a su acusada delgadez y estatura, creció en esta ciudad provinciana bajo el influjo de su conservadora y piadosa madre y distanciado de un padre mujeriego y librepensador. Tras fracasar en su intento de convertirse en oficial de marina por escasez de plazas después del Desastre del 98, y una vez que su padre abandonara definitivamente el hogar familiar, Franco consiguió entrar en la Academia de Infantería de Toledo en agosto de 1907. Y en la vieja capital castellana se labró parte de su carácter y de sus ideas políticas: “Allí fue dónde yo me hice hombre”.

El Ejército español, con su rígida estructura jerárquica de mandos y la certidumbre de las órdenes, la obediencia y la disciplina, cubrió por completo sus necesidades afectivas y proporcionó al tímido muchacho una nueva identidad. En adelante, Franco no dudaría nunca sobre cuál era su vocación y su profesión: “soy militar”. Así lo percibieron en años posteriores tantos sus amigos como sus enemigos. Pedro Sainz Rodríguez, intelectual conservador con quien coincidiría en Oviedo y que acabaría su vida en la oposición monárquica, recordaba en sus memorias: “Franco fue un hombre obsesionado por su carrera, fundamentalmente era un militar”. Y Tomás Garicano Goñi, compañero de armas algo más joven y uno de sus último ministros de Gobernación, ratificaría: “Criado en un ambiente militar, en familia de marinos, y destinado naturalmente a una vida militar, da la sensación (y creo la realidad) de que las Ordenanzas Militares son su norma de vida”.

En efecto bajo el trauma del Desastre Colonial de 1898, en pleno ascenso de la conflictividad socio-política en el país y en el fragor de la nueva y cruenta guerra librada en el norte de Marruecos, Franco asumió durante sus años como cadete una buena parte del bagaje político e ideológico de los militares de la Restauración. Ante todo, hizo suyo un exaltado nacionalismo español unitarista e historicista, nostálgico de las glorias imperiales pretéritas, receloso de un mundo exterior que había asistido impasible al desigual enfrentamiento con el coloso americano en el 98, y sumamente hostil a los incipientes movimientos regionalistas y nacionalistas periféricos que osaban poner en duda la unidad de la patria.

La prolífica obra histórica de Marcelino Menéndez Pelayo era el fundamento intelectual básico de dicho hipernacionalismo volcado a la retrospección nostálgica y a la identificación de la patria y la ortodoxia católica:

“La Iglesia nos educó a sus pechos, con sus mártires y confesores, con sus Padres, con el régimen admirable de los Concilios. Por ella fuimos nación y gran nación, en vez de muchedumbre de gentes colecticias, nacidas para presa de la tenaz porfía de cualquier vecino codicioso (…) España, evangelizadora de la mitad del orbe: España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de san Ignacio…, ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad, no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los Arévacos y de los Vectones, o de los reyes de Taifas”.

El complemento a ese nacionalismo integrista era una concepción militarista de la vida política y del orden público que hacía del Ejército una institución pretoriana virtualmente autónoma del poder civil y, en ocasiones de emergencia interna o exterior, superior al mismo por su condición de columna vertebral y espina dorsal de España. Así lo había proclamado el propio Rey Alfonso XIII cuando en 1902 ascendió al trono con solo 16 años de edad:

“Dichoso el soberano que ve en vosotros el apoyo más firme del orden social, el cimiento más seguro de la paz pública, el defensor más resuelto de las instituciones, la base más sólida del bienestar y la felicidad de la patria.”

Como directo resultado de esa teoría nacional-militarista y de las brutales experiencias bélicas personales adquiridas en Marruecos, gran parte de los militares españoles ( los llamados africanistas por haber prestado servicio en el ejército de Africa) fueron desarrollando una decidida mentalidad autoritaria y antiliberal, culpando a esta ideología, al Parlamento y al sistema de partidos de  la prolongada decadencia sufrida por España desde la guerra de la Independencia de 1808-1814 y a lo largo de todo el s. XIX hasta culminar en el Desastre de 1898. Con el paso del tiempo, y especialmente tras el hito decisorio que habría de suponer la guerra civil, Franco llegaría a convertirse en el más genuino representante de esta cosmovisión  política filo-integrista imperante entre una gran parte de los militares españoles. De hecho, en distintos momentos de su plenitud biográfica, ya en la década de los años 50, reiteraría en público su furibunda crítica al liberalismo extranjerizante y anti-español y su desprecio por un siglo decadente y catastrófico:

“El s. XIX, que nosotros hubiéramos querido borrar de nuestra Historia, es la ngación del espíritu español, la inconsecuencia por nuestra fe, la denegación de nuestra unidad, la desaparición de nuestro Imperio, todas las generaciones de nuestro ser, algo extranjero que nos dividía y nos enfrentaba entre hermanos y que destruía la unidad armoniosa que Dios había puesto sobre nuestra tierra (…) La consecuencia del liberalismo fue el ocaso de España. El olvido de las necesidades del alma española, que nos fue minado durante el s. XIX y una parte demasiado grande del XX, nos ha costado la pérdida de nuestro imperio y un desastroso ocaso”.

Tras finalizar sus estudios en Toledo con un mediocre resultado (sólo logró el número 251 de 312 cadetes), Franco solicitó y obtuvo en 1912 su traslado al Protectorado español en Marruecos. Las difíciles operaciones de conquista de este territorio alargado y estrecho se dilatarían desde 1904 (firma del convenio hispano-francés hasta 1926, en virtud de la  feroz resistencia ofrecida por los indígenas. Durante su estancia allí, donde permanecería en conjunto más de 10 años de su vida, se reveló como un oficial serio, meticuloso, valiente y eficaz, obsesionado con la disciplina y el cumplimiento del deber: el arquetipo del oficial africanista, tan distinto de la burocracia sedentaria que abundaba en los tranquilos cuarteles peninsulares y se oponía a toda forma de ascenso en el escalafón que no fuera la mera antigüedad en el servicio (los llamados junteros por su apoyo al embrión de sindicatos profesionales conocidos como Juntas Militares de Defensa).

Esas cualidades y ese arrojo mostrado en el combate (sobrevivió a una herida grave en junio de 1916), motivaron rápidos ascensos por méritos de guerra hasta convertirse en 1926 en el general de brigada más joven de Europa a los 33 años de edad. Para entonces su nombre había adquirido cierta fama en la Península gracias a la publicación a finales de 1922 de una pequeña obra titulada Marruecos, diario de una bandera. En la que relataba de modo directo y simple sus experiencias bélicas como segundo jefe de la Legión o Tercio de Extranjeros, unidad de choque recién creada para aquella contienda.

Su dilatada etapa de servicio marroquí, en el contexto de una despiadada guerra colonial y al mando de una fuerza de choque como era la Legión, reforzó las sumarias convicciones políticas de Franco y contribuyó en buena medida a endurecer su carácter. No en vano, combatiendo o negociando con los rebeldes cabileños marroquíes, el joven oficial aprendió bien las tácticas políticas del “divide y vencerás”, y la eficacia del terror (el que imponía la Legión) como arma militar ejemplarizante para lograr la parálisis y sumisión del enemigo. Además a su larga experiencia en el África colonial, donde imperaba de facto el estado de guerra y los militares realizaban funciones administrativas de muy amplio alcance, confirmó en la práctica el supuesto derecho del Ejército a ejercer el mando sin restricciones y por encima de las lejanas y débiles autoridades de la Península. De hecho a partir de entonces, Franco siempre entendería la autoridad política en términos de jerarquía militar, obediencia y disciplina, refiriéndose a ella como “el mando” y considerando poco menos que como sediciosos a los discrepantes y adversarios. A finales del años 1938, ya virtualmente victorioso en la guerra civil, recordaría la influencia de su época marroquí en su formación personal y la de sus compañeros de armas:

“Mis años de Africa viven en mí con indecible fuerza. Allí nació la posibilidad de rescate de la España grande. Allí se formó el ideal que hoy nos redime. Sin África, yo apenas puedo explicarme a mí mismo, ni me explico cumplidamente a mis compañeros de armas.”

El ascenso a general y a su posterior nombramiento (enero de 1928) como Director de la nueva Academia General Militar de Zaragoza marcaron un cambio notable en la trayectoria vital de Franco. A partir de entonces, el arriesgado  y valiente oficial de Marruecos se iría convirtiendo en un jefe militar cada vez más prudente y calculador, muy consciente de su proyección pública y muy celoso de sus intereses profesionales. Sin duda alguna, su matrimonio en Oviedo en octubre de 1923 con Carmen Polo Martínez Valdés (1902-1988), una piadosa y altiva joven de la oligarquía urbana ovetense, acentuó esa conversión y sus previas inclinaciones conservadoras y religiosas. Franco había conocido a su esposa en el verano de 1917, durante su breve destino peninsular. Y con ella tendría en septiembre de 1926 a su única y adorada hija Nenuca (Carmen Franco Polo), que llegaría a ser considerada “la única persona que puede comprendersu personalidad”.

Ese cambio notable de carácter tuvo su manifestación en la propia fisonomía externa del personaje: el oficial de aspecto adolescente, pequeña estatura (1,64 m), suma delgadez y voz fina y atiplada pasaría ser un jefe militar con apreciable tendencia a la gordura y marcado sobrepeso en la cintura. Por lo demás su vida cotidiana siguió siendo relativamente austera y corriente: no fumaba, apenas bebía alcohol y aunque su apetito era notable no se distinguía por sus refinamientos culinarios. También seguía cultivando una costumbre atípica consolidada durante sus años africanos: jamás dormía la siesta y pasaba la sobremesa en tertulias, con sus escasos amigos militares.

En esta época de su vida Franco permaneció al margen de la política activa desarrollada en el seno del sistema parlamentario liberal de la Restauración borbónica (1874-1923), auténtico envoltorio formal y pseudo demorático del binomio “oligarquía y caciquismo” denunciado airadamente por Joaquín Costa y los escritores regeneracionistas españoles finiseculares. Un sistema sometido desde la crisis del verano de 1917 a crecientes tensiones internas: conflictos laborales obreros y jornaleros, presión del creciente nacionalismo catalán y vasco, demandas democratizadoras de las pequeñas y medias burguesías, y resistencia popular a la cruenta e interminable guerra marroquí.

En esas condiciones de parálisis del parlamentarismo oligárquico liberal y atemorizado por el espectro revolucionario bolchevique surgido en Rusia, en septiembre de 1923 el rey Alfonso XIII decidió transitar una nueva vía de solución a la prolongada crisis mediante la implantación de una dictadura militar encabezada por el general Miguel Primo de Rivera y sostenida con práctica unanimidad por todo el Ejército. Durante toda la Dictadura (1923-1931), Franco se mostró un entusiasta partidario del régimen militar, que era comparable con los establecidos en muchos países europeos donde el liberalismo se baría en retirada ante el doble cerco de la amenaza revolucionaria y la tentación reaccionaria. Y tanto el rey como el dictador le gratificaron con el nombramiento de director de la Academia Militar de Zaragoza. También siguió contando con el favor público del rey, que le había nombrado gentilhombre de cámara y había apadrinado su boda.

Fue por aquellos años de la dictadura militar cuando Franco comenzó a recibir y a devorar la literatura anticomunista y autoritaria enviada por la Entente Internationale contra la Trosième Internationale, un organismo formado por anti bolcheviques rusos y ultraderechistas suizos con sede en Ginebra y dedicado a alertar a personajes influyentes de toda Europa sobre el peligro de la conspiración comunista internacional. Esta literatura reaccionaria y maniquea sería clave en la formación de las obsesivas ideas de Franco sobre el poder oculto y disgregador de la Masonería (sinónimo de Liberalismo) y la existencia de una conspiración universal judeo- masónica- bolchevique contra España y la fe católica.

La firme convicción antimasónica se convertiría muy pronto en una segunda naturaleza para Franco, que acabaría por transformar su vida en una “cruzada antimasónica” sobre la que no admitía “discusión alguna”. Con toda probabilidad, esa misma literatura acentuó su instintivo recelo hacia los intelectuales y las sutilezas del pensamiento socio-político contemporáneo por los que siempre mostró un patente desinterés y desprecio. Como reconocería con posterioridad uno de sus ministros preferidos, el economista y jurídico (y escrivariano pata negra) Mariano Navarro Rubio: “Franco no era precisamente un intelectual. Jamás presumió de serlo ni procurarlo. Su doctrina estaba compuesta de unas pocas ideas elementales, claras y fecundas”. (Como su hermano gemelo.)

 

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