LOLITA

En el día de los crespillos,

Moi je m'apelle LOLITA....

Crespillos aragoneses - Eva Arguiñano

En el programa La Clave de 7 de febrero de 1992 yo dije refiriéndome al sr. Escrivá:

-No recuerdo haberle oído hablar bien de nadie.

Reconozco que era una afirmación muy fuerte. Y el periodista de la Vanguardia, Ricardo Estarriol que había visto el padre Escrivá sólo en visita o, tal vez, en horas de trabajo comentó:

-Yo no dudo de lo que dice Fisac. Pero yo en cambio le oí hablar bien de todo el mundo.

Entonces yo debí explicarle que lo que ocurría es que yo había tratado a este señor más de cerca; en la intimidad. Yo había desayunado con él, almorzado con él, cenado con él  y no un día sino muchos días de muchos años. Yo había recorrido España entera, mano a mano con él en coche, habíamos cantado a dúo. Incluso yo le había cargado a mis espaldas, al cruzar los ríos, en el paso del Pirineo, y hasta el día de la famosa rosa de madera que él encontró en Rialp había dormido con él en visita. El periodista, lo mismo que el teólogo Illanes estaban acostumbrados a oír lo que el padre decía, pero de cara a la galería, como se ha podido ver en los vídeos que le grabaron para presentarle al público en los últimos años de su vida.

Yo fui uno de los 20 ó 25 primeros que entraron en el Opus Dei. Por más señas: el 29 de febrero de 1936. 

Durante la República hubo en España persecución religiosa y eso me creó bastante intranquilidad; lo mismo que a otros jóvenes como yo. Me acuerdo de la Semana Santa en que tirotearon las procesiones en mi pueblo, en Daimiel, resultó desagradabilísimo. Yo volví muy excitado a Madrid, a la pensión donde también se hospedaba un amigo, Pedro Casciaron, que estudiaba la carrera de Arquitectura como yo. Recuerdo que él me dijo:

-Me he encontrado con un sacerdote interesante y querría presentárselo.

Y me llevó a la residencia DYA, a la calle de Ferraz, 50. Así conocí a este señor que estuvo muy amable conmigo. Después, seguí viéndole de vez en cuando. Él nos daba una charla, nos comentaba algo sobre el Evangelio y luego asistíamos a la bendición y reserva del Santísimo.

Aquel ambiente era simpático y todos los de su alrededor me parecieron muy agradables. Tenía todo aquello un aspecto de renovación religiosa. Se trataba, según decían, de volver a vivir la fraternidad de los primeros cristianos.

Sin embargo, cuando el sr. Escrivá después de muchas historias y sin aclararse nunca, pues todo era muy secreto, me contó que eso tenía más fondo, me dio  miedo y me dije:

-Yo aquí no me meto de ninguna manera.

Yo nunca hubiera dicho que quería entrar en ninguna parte, lo que sucedía es que yo estaba dispuesto a ayudar al que me lo pidiera. Y me dijeron que si podía pintarles un cuadro para el comedor y se lo pinté y luego otra cosa y otra. Vamos, que yo estaba en la mejor disposición.

Pero un día ingresaron allí dos de los amigos que estudiaban conmigo, Pedro Casciaro y Paco Botella y una vez dentro empezaron a tirar de mí de una manera tremenda. El sr. Escrivá comenzó a ser mi director espiritual.

-No te preocupes, me decía.

-Yo estoy dispuesto a ayudar, pero nada más, insistía yo.

-Bien, no te preocupes, me repetía él.

Un día me llamó Pedro Casciaro y me dijo que el Padre quería verme.

Yo fui algo preocupado porque unos días antes a mi hermano le había tocado la lotería y me figuré que me iba a pedir dinero. Pero al llegar me metió en su despacho y me dijo:

-Miguel, yo creo que ni tienes vocación.

Y no supe decirle que no. La realidad es que yo no quería entrar allí estuve y estuve como un imbécil. Y desde el principio quise salirme o morirme.

Una de las cosas que el sr. Escrivá repetía consntantemente, como una actitud de lealtad, era que no debíamos confesarnos fuera de allí: "La ropa sucia en casa se lava", nos decía. Y yo me sentía desesperado. Bien es verdad que no hice nada de proselitismo. Si no quiero marcharme, pensaba para mis adentros, ¿cómo voy a decirle a  nadie que entre? Una sola vez lo hice y me duele. Un día que fuimos a Valencia Alvaro Portillo y yo, me dijeron que les echara una mano con un chico que andaba casi convencido para entrar. Aunque yo no estaba por la labor, le hablé y él dijo que sí. Luego me sentí mal por haberle coaccionado. Se trataba de Federico Suárez, el que es ahora capellán de la Casa Real. Me gustaría poderle pedir perdón por haberme prestado a aquello.

Miguel Fisac

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