REPRESIÓN Y PREPARACIÓN DEL GOLPE

 Lista de reproducción apasionante, en ocho partes larga y tendida, que da una muestra de cómo se hace una no investigación cuando no se quiere saber la verdad de lo que ocurrió, sino tapar y enredar. Nada desmerece la lectura de la sentencia, las respuestas de los policías que no saben, no recuerdan, no tienen ni idea, como tiene que ser para barrerlo todo y aquí no ha pasado nada. Una vez más.

Qué gran virtud y necesaria hacerse el tonto. Pero hay que comprobarlo por uno mismo, en pequeñas dosis, sin atorarse ni subirse por las paredes si es posible, y Cada cual saque sus conclusiones.

PRUDENCIA Y PACIENCIA DURANTE LA SEGUNDA REPÚBLICA

Dados estos antecedentes, Franco recibió con honda preocupación el cese de Primo de Rivera en enero de 1930 y la posterior y súbita caída de la monarquía tras las elecciones municipales de abril de 1931. 

Mientras él andaba fundando...

No en vano, la llegada de la democracia de la mano de la pacífica proclamación de la República el 14 de abril de 1931 supuso un bache notable en la hasta entonces fulgurante carrera del general favorito de Alfonso XIII. En todo caso, durante el período de gobierno republicano-socialista de 1931-1933, con Manuel Azaña al frente del gabinete y del ministerio de Guerra, la cautela y retranca gallega del general logró evitar todo conflicto abierto con las nuevas autoridades sin dejar de marcar sus distancias con el régimen instaurado: “Yo jamás di un viva a la República”, recordaría orgulloso en 1964 a su primo y ayudante militar desde 1927, Pacón Franco Salgado-Araujo.

El cierre de la Academia de Zaragoza, la revisión de sus ascensos durante la Dictadura y la inclinación progresista y anticlerical del gobierno reforzaron necesariamente ese alejamiento de Franco. Pero no le llevaron a conspirar temerariamente contra el mismo, al modo como lo haría su superior en el Protectorado, el general José Sanjurjo, cabeza del frustrado golpe militar reaccionario de agosto de 1932 (y protagonista de otro desentierro y entierro en Pamplona por un ayuntamiento de izquierdas. Esos no son los muertos de los que hay que ocuparse. Son otros. Pero viste menos.)

La oculta devoción de la II República por el «leal y admirable» Francisco  Franco 

Franco, cuando gozaba de la confianza de las autoridades republicanas, incluidos de los amigos de la Unión Soviética como Diego Hidalgo

De hecho, requerido por Sanjurjo para actuar como su defensor en el consecuente Consejo de Guerra, Franco se negaría a aceptar el encargo con un argumento rotundo: “No le defenderé porque ud merece la muerte; no por haberse sublevado sino por haber perdido.” Esa prudencia y cautela que ya empezaría a ser proverbial motivó el caústico comentario de Sanjurjo sobre su antiguo subordinado: “Franquito es un cuquito que va a lo suyito”. Lo que no impedía que lo considerara el mejor jefe militar español del momento: “No es que esa Napoleón, pero dado lo que hay…” Quizás por eso el propio Azaña estimase que “Franco es el más temible” de los potenciales golpistas militares con los que habría que enfrentarse al régimen republicano.

En todo caso los temores de Franco por la deriva socio-política durante el bienio republicano-socialista durarían poco tiempo. El desgaste y agotamiento de la coalición, debido al fuerte impacto de la crisis económica internacional y a sus divisiones internas, posibilitó su derrota electoral en noviembre de 1933 frente a a los conservadores del Partido Radical de Alejandro Lerroux y a la potente y autoritaria Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), el nuevo partido de masas católico dirigido por José María Gil Robles.

Franco había votado por la CEDA en las elecciones generales al sentirse identificado con su ideario católico y conservador y con su pragmática estrategia política posibilista de reforma legal de la República para hacerla compatible con sus principios. Por eso mismo contempló con sumo agrado el cambio político acaecido, que habría de modificar sus perspectivas profesionales y de reducir su instintiva repugnancia hacia el régimen republicano. De hecho, bajo los gobiernos radicales y radical-cedista del bienio 1934 y 35, Franco se convirtió en el general más distinguido del Ejército español y en el general preferido de las autoridades, fue ascendido a general de división en marzo de 1934. Por esta razón de prestigio profesional, cuando los socialistas convocaron la huelga contra la entrada de la CEDA en el gabinete y estalló la revolución de octubre de 1934 (aprovechada por el gobierno catalán para sus propios fines), el gobierno de Lerroux le encomendó la tarea de aplastar la insurrección con todas las fuerzas militares a sus órdenes, incluyendo el traslado y uso de su amada Legión en Asturias. Esa coyuntura crítica proporcionó a un Franco ya claramente ambicioso su primer y grato contacto con el poder estatal cuasi-omnímodo. No en vano, en virtud de la declaración de estado de guerra y de la delegación de funciones por parte del gobierno, el general fue durante poco más de 15 días un auténtico dictador temporal de emergencia, controlando todas las fuerzas militares y policiales en lo que percibía como una lucha contra la revolución planificada por Moscú y ejecutada por sus agentes infiltrados y españoles traidores. Como declararía ante la prensa en Oviedo tras poner fin con éxito a los últimos focos de resistencia: “Esta guerra es una guerra de fronteras y los frentes son el socialismo, el comunismo y todas cuantas formas atacan la civilización para remplazarla por la barbarie”.

La aplastante victoria que logró en Asturias no sólo le convirtió en el héroe de la opinión pública conservadora sino que reforzó su liderazgo moral sobre el cuerpo de jefes y oficiales, muy por encima de su lugar en el escalafón y de su antigüedad reconocida. Su nombramiento en mayo de 1935 por Gil Robles, nuevo ministro de Guerra, como Jefe del Estado Mayor Central cimentó ese liderazgo de modo casi incontestable.

Resultado de este renovado prestigio público y profesional, Franco fue cortejado por casi todos los partidos de la derecha política. Aparte de sus buenas conexiones con el republicanismo conservador lerrouxista, sus contactos con la CEDA eran inmejorables dada la simpatía demostrada por Gil Robles y la presencia de su cuñado, Ramón Serrano Suñer (Casado con la hermana menor de su mujer) como destacado diputado cedista por Zaragoza. En el caso del monarquismo Alfonsino, las relaciones se mantenían fluidas a través de Pedro Sainz Rodríguez, uno de los ideólogos de la revista Acción Española, al que había conocido en Oviedo(…)Por lo que respecta a Falange Española, el nuevo partido fascista fundado en 1933 por el hijo del ex dictador, José Antonio Primo de Rivera, los contactos habían sido escasos pero reveladores(….)

Dadas estas circunstancias, no resulta extraña la inquietud de Franco ante la prolongada crisis gubernamental que obligó a convocar nuevas elecciones generales para el 16 de febrero de 1936. De hecho, en medio de un contexto de depresión económica, fuerte bipolarización política y agudo antagonismo social, las elecciones dieron la victoria a la coalición de izquierdas del Frente Popular frente a las candidaturas derechistas por ligera mayoría y llevaron al poder al gobierno de republicanos de izquierda presidido de nuevo por Azaña y apoyado en las Cortes por los partidos socialista y comunista.

La apretada victoria del Frente Popular el 16 de febrero de 1936 motivó la primera tentanción golpista seria por parte de Franco, que trató de obtener en los días siguientes la autorización del gobierno y del presidente de la República (el católico y conservador Niceto Alcalá Zamora) para declarar el estado de guerra y evitar el obligado traspaso de poderes. La tentativa se frustró por la resistencia de las autoridades civiles a dar ese paso crucial, por la falta de medios materiales para ejecutarlo y por la decisión del cauteloso Jefe del Estado Mayor de no actuar hasta tener la casi completa seguridad de éxito.

Cuando el jefe de gobierno le sugirió el día 18 que los militares actuaran por su propia iniciativa, Franco le contestó con plena sinceridad: “El ejército no tiene aún la unidad moral necesaria para acometer esa empresa.”

En consecuencia, Franco tuvo que resignarse a contemplar el retorno al poder del reformismo azañista, que como medida preventiva ordenó el 21 de febrero su traslado lejos de Madrid, a la importante pero distante comandancia militar de las Islas Canarias. Era un revés profesional y político muy considerable, que le afectó profundamente. También le preocupó la persistente crisis política experimentada durante el primer semestre de 1936, al compás de la actuación decididamente reformista del gobierno del Frente Popular, que tuvo que hacer frente de nuevo a una doble oposición de tenaza. Por un lado, la deriva revolucionaria del sindicalismo anarquista, secundado por la facción radical del movimiento socialista, que socavó la crucial cooperación entre el republicanismo burgués y el socialismo reformista como pilares de la coalición gobernante y sus apoyos interclasistas. Por otro, la convergencia de los partidos de derecha en torno a una estrategia opositora reaccionaria que cifraba todas sus esperanzas en una intervención militar para atajar la crisis y desalojar del poder al reformismo democrático y al espectro revolucionario que percibían tras él.

En virtud de su jerarquía e influencia, Franco estuvo desde el primer momento y con su habitual prudencia en contacto con la amplia conjura antirrepublicana que se estaba fraguando en el seno del Ejército bajo la dirección técnica del general Mola desde Pamplona. Definitivamente perfilado a lo largo del mes de abril y mayo, el plan Mola consistía en orquestar una sublevación simultánea en todas las guarniciones militares para tomar por asalto el poder en pocos días y previos aplastamiento enérgico de las posibles resistencias en las grandes ciudades y centros fabriles. Las vacilaciones de Franco para comprometerse definitivamente en la conjura (que enervaban al resto de comprometidos) procedían sobre todo del temor a las consecuencias de su fracaso (“No contamos con todo el ejército”). Muchos años después confesaría a su primo y ayudante las razones de su cautela con bastante sinceridad:

“Yo siempre fui partidario del movimiento militar, pues comprendía que había llegado la hora de salvar a España del caos en que se hallaba con los socialistas y todas las fuerzas de izquierda, que unidos marchaban decididamente a proclamar una dictadura del proletariado (….) lo que yo siempre temí fue que por falta de acción conjunta del Ejército se repitieria lo del 10 de agosto de 1932.”

Pese a su escepticismo inicial, Franco logró de sus compañeros de armas conjurados que el hipotético levantamiento no tuviera perfil político definido, ni monárquico ni de otro tipo y fuera únicamente “por Dios y por España”. También insistió reiteradamente en que la operación fuera obra exclusivamente militar y sin dependencia de ningún partido derechista: “No se tuvo en cuenta para hacer el Movimiento a las fuerzas políticas”. No encontró ninguna oposición porque todos los conjurados compartían ambos juicios, como muy pronto proclamaría el general Mola, director técnico de la conspiración:

(La reconstrucción de España) hemos de iniciarla exclusivamente los militares; nos corresponde por derecho propio, porque ése es el anhelo nacional, porque tenemos un concepto exacto de nuestro poder.”

Finalmente, ya fuertemente impresionado por el mov. Huelguístico de mayo y junio de 1936, las dudas de Franco que tanto enervaban al resto de conspiradores fueron barridas tras el asesinato el 13 de julio de 1936 del líder monárquico José Calvo Sotelo, perpetrado por un grupo de Guardas de Asalto que pretendían vengar la muerte en Madrid de uno de sus mandos filosocialista en un atentado falangista ocurrido el día anterior. Asumiendo que ese magnicidio demostraba que el gobierno republicano carecía de autoridad real y que el poder estaba abandonado en la calle, Franco se preparó para cumplir su función dentro del plan golpista: dominar las Islas Canarias y pasar inmediatamente a Marruecos para ponerse al frente de las mejores y más aguerridas tropas españolas, el Ejército de Africa.

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