APOCALIPSIS

 Lo he visto en La decadencia de Occidente de O. Spengler, libro en el que se comparan las distintas civilizaciones y se estudian sus respectivas raíces religiosas hasta el agotamiento. En referencia a Jesús, raíz religiosa de la nuestra, me ha chocado tanto la contextualización que quiero dar cuenta. Nada que ver el predicador galileo ni con el catolicismo como lo hemos conocido y vivido ni mucho menos con su versión

escrivariana, supuesta "fe" ansiosa de poder establecido y por ello necesitado de la mentira.

Todo lo contrario, Jesús predicador apocalíptico, que sentía y predicaba la inmediata llegada del Reino de Dios.

En las antípodas de nuestro cristianismo instalado y social. No digamos de los clérigos defensores del plandemio- farsa tiránico que padecemos oficialmente y se está cargando nuestra convivencia y vida corriente y moliente, sin afanes "escaladores".

Iba por los márgenes, sin ser un reformador social, sino un predicador apocalíptico:

El valor incomparable que eleva el cristianismo joven por encima de todas las religiones (...) es la figura de Jesús. Quien por entonces oyera y leyera la historia de la Pasión acaecida poco antes (...) había de considerar como harto vacuas y mezquinas todas las leyendas y sacras venturas de Mitra, de Isis y Osiris. 

Aquí no hay filosofía ninguna. Las sentencias, que algunos de los discípulos conservaban palabra por palabra en la memoria, son las de un niño en medio de un mundo extraño, decadente, enfermo. Nada de consideraciones sociales, nada de problemas  ni sutilezas. Como una isla de paz y bienaventuranza, la vida de esos pescadores y artesanos a orillas del lago de Genesaret flota en medio de su época, la época del gran Tiberio, lejos de toda historia universal, sin la menor sospecha de los negocios de la realidad, rodeada del fulgor que destellan las ciudades helenísticas con sus templos y teatros, con la refinada sociedad occidental(...) Cuando los amigos y compañeros llegaron a edad senil y el hermano del crucificado presidía el círculo de Jerusalén, se formó con los dichos y narraciones que circulaban por la pequeña comunidad un cuadro de conjunto, tan conmovedor, que hubo de crearse  para él una forma  propia de exposición, sin precedente ni en la cultura antigua ni en la arábiga: el EVANGELIO. El cristianismo es la única religión de la historia universal en la que una vida humana del presente inmediato llegó a ser símbolo y centro de la creación entera.

Una excitación extraordinaria, como la del año 1000, conmovió entonces toda la comarca aramea. Despertaba el alma mágica. Lo que en las religiones era un presentimiento, lo que en tiempos de Alejandro se bosquejaba en contornos metafísicos, se cumplía ahora. Y este cumplimiento provocó con indecible fuerza el sentimiento primario del terror. Uno de los últimos engimas de la humanidad, de la vida toda en movimiento, es esa ecuación entre el nacimiento del yo y el surgir del terror cósmico. Cuando ante el microcosmo se descorre el macrocosmo amplio, prepotente, como una sima de realidades y actividades extrañas bañadas en luz, se encoge y recoge en sí mismo, temeroso, el débil y solitario yo. 

Nunca el adulto, ni aun en las horas más sombrías de su vida, vuelve a sentir aquel terror de la propia conciencia vigilante, aquel terror que a veces sobrecoge a los niños. (...) En este orto de la conciencia mágica, todavía temerosa, oscura, incierta a sí misma, la mirada fue a posarse sobre el próximo final del mundo.

Todo espíritu se sintió sobrecogido por un estremecimiento de revelaciones, de portentos, de últimas perspectivas en el arcano de las cosas. Se pensaba y se vivía en imágenes apocalípticas. La realidad se tornaba apariencia. Se hablaba en secreto de rostros extraños y horribles; se leían libros enmarañados y confusos que al punto eran comprendidos con inmediata certidumbre. De comunidad en comunidad iban esos libros que no puede decirse que pertenecieran a una religión determinada. 

Tienen matices pérsicos, caldeos, judaicos, pero recogen en realidad todo lo que interesaba a los espíritus de entonces. Los libros canónicos son nacionales: los libros apocalípticos son internacionales en el más estricto sentido. (...) Pero tampoco son poesía. Semejan esas terribles figuras que hay en los pórticos de las catedrales románicas, que no son "arte", sino terror petrificado. Todo el mundo conocía esos ángeles y demonios, esas ascensiones al cielo y descensos de seres divinos al infierno, el hombre primario o segundo Adán, el Salvador, el enviado de los últimos días, el hijo del hombre, la ciudad eterna, el Juicio Final. (...)

En el pueblo casi no había una religión determinada, sino una general religiosidad mágica que llenaba las almas y que formado por perspectivas y orígenes de lo más variado. Se aproximaba el fin del mundo. Se le esperaba. Se sabía que "Él" había de aparecer ahora, Aquel de quien hablaban todas las revelaciones.  Surgían los profetas. 

Se formaban cada día nuevas comunidades y circulos, en la convicción, o de conocer mejor la religión propia o de haber encontrado al fin la verdadera. En esta época de tensión formidable, de tensión creciente, próximo el nacimiento de Jesús, se originaron comunidades y sectas, y entre ellas la religión mandea de salvación, cuyo fundador u origen ignoramos. Al  parecer era cercano al judaísmo sirio, a pesar de su odio contra el judaísmo de Jerusalén. Hoy van descubriéndose los fragmentos de sus libros maravillosos. 

Por doquier el término de esperanza es "Él", el hijo del hombre, el salvador enviado a las profundidades, el salvador que ha de ser también salvado. En el libro de Juan de los Mandeos, el Padre, erguido en la morada de la perfección, envuelto en luz, habla a su hijo: "Hijo mío, sé mi mensajero: baja al mundo de las tinieblas, en donde no hay rayos de luz." Y el hijo exclama: "Padre grande ¿en qué he pecado, que me envías a lo profundo?". Y por último: "sin defecto he ascendido y no habrá en mi defecto ni falta alguna". 

En la base de todo esto se encuentran todos los rasgos de las religiones proféticas y el tesoro de las profundas sabidurías y figuras que se habían reunido  desde entonces en la apocalíptica. Ni un soplo de pensamiento y sentimiento antiguo ha penetrado en este submundo de lo mágico. Los comienzos de la religión nueva se hallan indudablemente perdidos para siempre. 

Juan Bautista 2 - MVC

Pero hay una figura histórica del mandeísmo que aparece con sorprendente claridad, figura trágica en su querer y su morir, como el mismo Jesús: es Juan el Bautista. Casi desprendido del judaísmo y rebosante de odio profundo al espíritu de Jerusalén, (...) predica Juan el fin del mundo y la proximidad del Barnasha, del hijo del hombre, que ya no es el prometido mesías nacional de los judíos, sino que el trae el incendio del mundo.

A Juan fue Jesús y se hizo su discípulo. Tenía 30 años cuando el despertar iluminó su pecho. El mundo de las ideas apocalípticas llenó desde entonces su conciencia. EL otro mundo, el mundo de la realidad histórica, yacía en torno suyo como mera apariencia, como algo ajeno e insignificante. Sentía la certidumbre inmensa de que Él iba a venir y a poner término a esa realidad irreal. Y defendió y propagó esa convicción, como su maestro Juan. Todavía los más viejos evangelios recogidos en el Nuevo Testamento nos dejan vislumbrar esa época en la cual Jesús no tenía conciencia de ser otra cosa que un profeta.

Pero hay un momento en su vida en que le sobreviene primero un vislumbre y luego la suprema certeza: "Tú eres Él".

Fue un secreto que al principio casi no se confesaba a sí mismo. Luego se lo dijo a sus más íntimos y acompañantes, los cuales compartieron con él la sacra embajada hasta que se atrevieron a manifestar la verdad ante el mundo entero en el viaje fatal a Jerusalén. 

Hoy hay pruebas de la pureza y sinceridad de sus pensamientos, de la duda una y otra vez sentida de si quizá no se habrá engañado. Llega a su tierra. Acude todo el pueblo. Reconocer al antiguo carpintero que ha abandonado su trabajo y se indignan. La familia se avergüenza de él y quiere sujetarlo. Allí cuando ve todos los rostros conocidos mirándole, se confunde, vacila y la fuerza mágia se debilita en su alma (Marcos 6). En Getsemaní se mezclan las dudas sobre su misión y el terror indedible del porvenir, y en la cruz la quejumbrosa llamada a Dios que lo ha abandonado.

Aun en estas últimas horas vive sumido en un mundo apocalíptico. La realidad que los soldados romanos veían era para él objeto de admiración y extrañeza, una apariencia engañosa. Era su alma el alma pura y genuina del campo sin urbes. La vida de las ciudades le era por completo ajena. ¿Vio realmente y comprendió en su esencia histórica Jerusalén en donde entró como hijo del hombre? Es lo que hay de conmovedor en sus últimos días, el choque de los hechos con las verdades, de los dos mundos que nunca han de entenderse. No supo nunca lo que le pasaba.

Así anduvo predicando y anunciando la buena nueva por su país. Pero este país era Palestina. Había nacido en el imperio antiguo y vivía ante los ojos del judaísmo de Jerusalén, y tan pronto como su alma se desviaba de la contemplación interior y del sentimiento de la misión, para mirar en torno, tropezaba con la realidad del imperio romano y del fariseísmo. La repugnancia que le inspiraba ese ideal rígido y egoísta (...) es el carácter primero y más permanente de sus predicaciones. Sentía horror a ese fárrago de fórmulas intelectualistas que se jactaban de ser única vía de salvación. Sin embargo era solo otra clase de religiosidad que disputaba el derecho a su convicción.

Era le ley frente a los profetas. Pero cuando Jesús fue conducido ante Pilato, el mundo de los hechos y el mundo de las verdades se enfrentaron sin remedio ni avenencia posibles, con tan terrible claridad y gravedad simbólica, que ninguna otra escena de la historia universal es más impresionante. La  discrepancia esencial que ya existe en toda vida solo por serlo, solo por ser existencia y conciencia, recibe aquí la forma más alta imaginable de la tragedia humana. 

Jesús-ante-Pilato - RM Joven

En la pregunta ¿qué es la verdad? está encerrado el sentido de toda la historia, la exclusividad de los hechos, la preeminencia del Estado, el valor de la sangre, de la guerra, la omnipotencia del éxito, el orgullo de un destino grande. A esto no contestó Jesús, pero su silencioso sentimiento replicó con la otra pregunta decisiva de toda religiosidad ¿Qué es la realidad? Para Pilato la realidad lo era todo, para Jesús nada.

No puede ser otra la contraposición de la religiosidad a la historia y sus potencias. La religión no puede juzgar de otro modo la vida activa y si lo hace, ha dejado de ser religión y ha caído en el espíritu de la historia.

Mi reino no es de este mundo: he aquí la última palabra, la que no admite ulteriores interpretaciones. Por ella puede cada cual saber donde, por nacimiento, se halla adscrito: a la existencia que se sirve de la conciencia o a la conciencia que subyuga a la existencia; al acto o a la tensión, a la sangre o al espíritu, a la historia o a la naturaleza, a la política o a la religión. Aquí no hay más que: o esto o lo otro, y no cabe honrado acomodamiento. (...) El político nato desprecia las consideraciones supramundanas de ideólogos y éticos...Para el creyente, la ambición y el éxito son pecaminosos, carecen de eterno valor...

Un príncipe que quiera mejorar la religión en el sentido de fines políticos es un loco. Un predicador que quiera asentar la verdad, la justicia, la paz en el mundo de la realidad es tb un loco. No ha habido fe que cambie el mundo como no hay hecho que pueda refutar una creencia. No hay conciliación entre el tiempo dirigido y la eternidad intemporal, entre el curso de la historia y la predominancia de un orden divino, en cuya estructura las palabras "decreto de Dios" significan la máxima causalidad....Tal es el sentido último de aquel momento en el que Jesús y Pilato se encuentran frente a frente. En el mundo histórico, el romano dejó crucificar al Galileo: era su sino. En el otro mundo, Roma caía maldita y la cruz se alzaba como signo de salvación, era la voluntad de Dios.

La religión es metafísica y no otra cosa: "credo quia absurdum". La metafísica conocida, desmostrada o tenida por tal, es mera filosofía o erudición. Aquí me refiero a la metafísica vivida, a lo impensable como certeza, a lo sobrenatural como hecho, a la vida en un mundo irreal, aunque verdadero. Ni un momento Jesús ha vivido de otra suerte. No fue un predicador moralista. Considerar la moral como último sentido de la religión es no conocer la religión.(...) Las sentencias morales que en alguna ocasión enuncia si no son meras atribuciones posteriores, sirven tan solo para la edificación. No contienen doctrina nueva. Había entre ellas refranes que todos conocían. 

La doctrina de Jesús era una revelación de las últimas cosas, cuyas imágenes llenaban de continuo su mente, orto de la era nueva, venida al mundo del enviado de Dios, juicio final, un nuevo Cielo y una nueva Tierra. Nunca tuvo otro concepto de la religión, ni existe otro en ninguna época de verdadera interioridad. La religión es toda ella metafísica, doctrina del allende, conciencia en medio de un mundo cuyos primeros planos se destacan e iluminan merced al testimonio de los sentidos; religión es vida con y en lo suprasensible, y cuando falta fuerza pura para tal conciencia, cuando falta energía aún solo para creer en ella, entonces la verdadera religisón se acaba. ¡Mi reino no es de este mundo! Solo quien sepa la gravedad de este conocimiento puede comprender sus más hondas sentencias.

Más tarde las épocas urbanas, incapaces de tales perspectivas, han referido al mundo exterior un mundo de religiosidad y han sustituido la religión por sentimientos de humanidad y la metafísica por predicaciones morales. En Jesús encontramos justamente lo contrario. "Dad al César lo que es del César", es decir, someteos a los poderes del mundo de los hechos, aguantad, sufrid, no preguntéis si son justos. Lo importante es tan solo la salvación del alma.

"Ved los lirios del campo", es decir, no os preocupéis de riqueza ni de pobreza, que una y otra encadenan el alma a los cuidados de este mundo. "Hay que servir a Dios o a Mammón", Mammón quiere decir la realidad entera. Mezquina y cobarde es toda interpretación que excluya de esta exigencia la grandeza que en verdad atesora. Jesús no habría percibido diferencia entre el trabajo por la propia riqueza y el trabajo por la comodidad social de todos. Su horror a la riqueza, la renuncia a la propiedad que practicó la primitiva comunidad cristiana de Jerusalén revelan la máxima oposición a todo "sentimiento social"....Tiene que existir algo ante lo cual toda ventura terrenal desaparezca en nada. Es la diferencia entre Tolstoi y Dostoievski. Tolstoi, el urbano, ha visto en Jesús un éticosocial y como todo Occidente civilizado que no pudiendo renunciar aspira a repartir, ha rebajado el cristianismo primitivo a movimiento socialrevolucionario.

Dostoievski que era pobre, pero en ciertas horas, casi santo, no pensó jamás en mejoramientos sociales. ¿De qué le serviría al alma la abolición de la propiedad?

Comentarios

Magí Ribas Alegret ha dicho que…
https://www.alertadigital.com/2021/10/15/una-monja-catolica-situa-al-papa-francisco-como-el-lider-de-un-complot-globalista-para-el-control-de-la-poblacion-a-traves-de-las-vacunas-covid/

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