MANIFESTACIONES DE CURAS
El uso de la religión para fines ajenos a la extensión de la buena noticia de Jesús es lo más destructivo para la Iglesia Católica. Por ello, he llegado a la conclusión que en el Sodalicio no hay carisma. Solo hay carisma cuando la persona recibe un don del espíritu para toda la Iglesia y sus obras son buenas."
PABLO VI Y OD
Curas viejos y curas nuevos tras el concilio. Casimiro Morcillo, sostén de Escrivá desde antes de la guerra, duró
hasta 1971.
p. 338 de Ramón Garriga, La España de Franco:
"En marzo de 1967 apareció la encíclica Populorum Progressio, considerada como la más radical de las dadas
por Pablo VI. Se pedía emprender sin
esperar más, reformas urgentes y se aconsejaba a los cristianos que lejos
de oponerse a las reformas indispensables que consideran cuestionables, por ejemplo,
el derecho de propiedad o determinadas formas de libertad económica, deben aceptar generosamente su participación en las
transformaciones sociales que hay que realizar; Pablo VI pedía a los
privilegiados que, dando ejemplo, empiecen
con sus propios haberes, señalando la conducta seguida por muchos hermanos nuestros en el Episcopado.
Diremos que el obispo de Talca (Chile), M. Larrain
Errazuriz, había distribuido las tierras de su diócesis entre los campesinos
que las cultivaban; en noviembre de 1967 repercutió en todo el mundo la
decisión del cardenal Leger, arzobispo de Montreal, de convertirse en misionero
en una colonia de leprosos, luego de expresar: “Me he dado cuenta de que Dios
me ha pedido hechos así como palabras”, aclaró que si la Cristiandad
significaba algo para el hombre de hoy, debía consistir en suprimir la
distancia que separaba a los que sufren en silencio, en las tierras
subdesarrolladas, y el bienestar material de que gozan las civilizaciones
tecnocráticas y sofisticadas.
Cuando leí el texto
de Populorum Progressio llegué a la
fácil conclusión de que jamás lograría adaptarse a la línea política y social
que señalaba la Santa Sede y que más
pronto o más tarde Madrid entraría en conflicto con el Vaticano; sin embargo
pensé que las circunstancias ofrecían al Opus Dei, que continuaba manteniendo
en secreto sus verdaderos designios, la magnífica oportunidad de llevar a
término las reformas que se necesitaban para pasar de un régimen prácticamente
autocrático a un sistema moderno a base de justicia y libertad como venían
predicando Juan 23 y Pablo VI.
Mis ilusiones duraron poco tiempo, porque vi claramente que
los tecnócratas opusdeístas dejaban en manos de los nuevos curas la revolución
social y religiosa, para dedicarse ellos a una labor más rentable. En agosto de
1968 anoté que monseñor Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, había
rehabilitado en su persona el título de marqués de Peralta que en 1718 concedió
el archiduque Carlos de Austria a un lejano antepasado suyo (ni siquiera esto
es cierto) y que hacía un siglo que no había sido reclamado por nadie; para
usar el título tenía que abonar al Estado la suma de 150.000 pts.; solo con
este hecho se hizo evidente que Escrivá seguía una conducta opuesta a las
mencionadas del obispo chileno y del arzobispo canadiense.
Pero si los opusdeístas permanecían con los oídos tapados a
las voces que llegaban de Roma, los nuevos curas prosiguieron con
extraordinario coraje y fe su labor de oposición al régimen. Franco, que no
entendió las repercusiones que los acuerdos conciliares tendrían en España, se
encontró un día con la sorpresa de que se había formado un frente que incluía
al clero, estudiantes y obreros.
Contra los dos últimos elementos aún resultaba eficaz el
empleo de los duros métodos del aparato policial montado por Alonso Vega, pero
contra los curas se hacía dificilísimo enfrentar los tricoronios de la guardia
civil con las sotanas sacerdotales. Y si la historia ilustrada de la República
hizo famosa la foto del cardenal Segura, que era custodiado por la Guardia
Civil, enel franquismo se registraron las de los curas huyendo de los garrotes
que manejaban las fuerzas del orden.
Esto sucedió el 11 de mayo de 1966 cuando 130 sacerdotes,
con su sotana negra, participaron en una marcha pacífica y silenciosa que
desfiló por la Vïa Layetana con la intención de entregar un escrito de protesta
al jefe de policía por malos tratos a un estudiante universitario; la
manifestación fue disuelta en forma expeditiva y nada católica por los agentes
policiales, lo que dio origen a unas escenas nunca vistas en el país:
sacerdotes perseguidos por policías.
Algunos diarios comentaron el inusitado hecho sosteniendo
que estas cosas ocurren cuando los curas abandonan las sacristías y se meten en
política; no faltó la réplica verbal, en sermones, porque la censura no dejaba
pasar una palabra escrita, ya que se recordó que Jesús fue el primero en ir
contra la ley, entendido que era la impuesta por los césares, los judíos y las
fuerzas de ocupación. Centenares son los casos de nuevos curas rebeldes que
conocieron el proceso, la cárcel o el destierro por oponerse al franquismo; aquí,
y como caso típico, diremos que en marzo de 1967 ante el tribunal de Orden
Público compareció el sacerdote navarro Vïctor Manuel Arbeloa, de 32 años,
acusado de injurias al Movimiento Nacional; en un artículo suyo aparecido en la
revista Signo, órgano de las
juventudes de Acción Católica, había escrito:
“Yo no soy partidario de ningún asesino; tampoco de los que
asesinaron en Badajoz, de los que bombardearon Guernica, de los que mataron en
las cunetas de Navarra.”
Por estas afirmaciones le pedía el fiscal, acusándole de
calumnias al glorioso Movimiento, cuatro años, dos meses y un día de cárcel, y
10.000 pts de multa. El nuevo cura acusado no contaba con el apoyo del obispado
de Madrid, pero se dio el caso que de Madrid y procdentes de varias partes del
país se presentaron dos centenares de sacerdotes y dos docenas de monjas
jóvenes para asistir al juicio de quien pensaba igual que ellos.
Arbeloa fue defendido brillantemente y el tribunal lo
absolvió por estimar que: “condenar las matanzas de Badajoz, en agosto de 1936,
el bombardeo de Guernica o los asesinatos cometidos en las cunetas de las
carreteras de Navarra durante la guerra civil española, no constituye delito.”
Y en un intento de frenar la agitación de los nuevos curas,
se decidió aplicarles la ley llamada del terrorismo y bandidaje; los primeros
condenados fueron 5 sacerdotes que, acusados de propaganda ilegal relacionada
con el separatismo vasco, buscaron refugio en el obispado de Bilbao y fueron
detenidos a pesar de la protesta del obispo Cirarda; en consejo de Guerra
celebrado el 11 de junio de 1969, en Burgos, se aplicaron las siguientes penas:
A Jesús Naverán y
Alberto Gabicorscoa, a 12 años de cárcel y a Julián Calzada, Nicolás Tellería y
Joaquín Amuriza, diez años. Sin embargo, uno de los sucesos más sonados, tuvo
por escenario la capital española con motivo de la vista de la causa que se
seguía al padre Mariano Gamo, cura párroco del barrio obrero de Vallecas. El
juicio se celebró a puerta cerrada el 18 de diciembre de 1969 y el primer incidente
se dio cuanto 15 abogados con sus togas pretendieron asistir al proceso y se les prohibió la
entrada; en la puerta del tribunal se habían concentrado medio centenar de
sacerdotes y 500 personas simpatizantes del padre Gamo, cuando un grupo de
jóvenes provistos de palos y cadenas agredieron, al grito de curas rojos a Moscú, a los clérigos,
entre los que se hallaba el obispo auxiliar de Madrid, Ramón Echarren; la
policía uniformada que se hallaba en el lugar se limitó a presenciar cómo los agresores, que
se autodenominaban Guerrilleros de Cristo
Rey, atacaban a los curas y simpatizantes del padre Gamo.
El arzobispado dio una nota en la que se consignaba que la
jerarquía eclesiástica “no aprueba ninguna organización denominada Guerrilleros
de Cristo Rey”. Para combatir a los religiosos oponentes, además de los
comandos que actuaban bajo tolerancia de las autoridades, como los Guerrilleros de Cristo Rey, se habilitó en la cárcel de Zamora un
departamento especial para los curas condenados; así se dio el hecho inusitado
de que España, famosa por el número de
sus conventos de frailes y monjas, dispuso de una prisión sacerdotal, donde fueron a parar muchos de los que formaron
la generación que siguió a la que había predicado la Cruzada contra el bolchevismo.
La Santa Sede procedió a nombrar obispos modernos en las
diócesis con revolucionarios. La bomba fue el nombramiento de Tarancón para la
Sede primada de Toledo, dejando en la estacada al candidato de Franco, Casimiro
Morcillo, arzobispo de Madrid, procurador en Cortes, miembro del Consejo del
Reino, amigo de Escrivá y Albareda ¡desde los tiempos de Burgos! Y antes,
puesto que él fue quien firmó los papeles para que pudieran reservar al
Santísimo en la residencia primera que abrieron en Madrid antes de la guerra.
Pablo VI tomó la defensa del clero joven y los estudiantes
españoles con motivo del sexto aniversario de su llegada al pontificado, era el
23 de junio de 1969. Franco calló pero López Rodó aseguró que el Papa estaba mal informado.
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