OBSESIÓN MILAGRERA

 Estupendo tener una visión trascendente de la vida, todo no se acaba aquí abajo, pero en España nos pasamos. Y la barahunda de visionarios se han puesto las botas, pues la esperanza es un componente de la existencia sin el que es difícil aguantar tanta pena como hay que pasar.

Le he dedicado bastante a los visionarios, tenemos más que científicos o filósofos destacados. Una de 2013

Rescato sobre Ullastres, Calvo Serer, las planchadoras de camisas y la relación ACNP - Opus Escrivae en este post a propósito de don Inda y su perspicacia que caló en 1958 a los Calvo S, Laureano, Ullastres, publicado en 2018.


 LA OBSESIÓN MILAGRERA por Víctor Alba, Los conservadores en España (1981)

Para alcanzar el objetivo de la prosperidad económica en España, que naturalmente no era visto en términos éticos (hacer el bien a la comunidad), sino en términos de eficiencia, pragmáticos, el equipo desarrollista llevó a cabo una política de dos fases. En las dos se quiso obrar milagros. El equipo tenía que hacer frente a la enemistad de los falangistas a los que se desplazaba de su coto de caza predilecto, a la rivalidad de otras corrientes católicas que temían verse anuladas, a la oposición liberal, y más tarde, a la protesta obrera. El apoyo de Franco, no necesariamente inquebrantable, era indispensable, si quería asegurarse en el poder para largo plazo  que el desarrollo económico exigía, precisaba, pues, ofrecer resultados y ofrecerlos rápidamente.

 

Sin duda, esa obsesión con obrar milagros, con repetir en España el “milagro alemán” o el “milagro japonés”, impuesta a la vez por la mentalidad tecnocrática, y por las circunstancias locales, fue responsable en gran medida de los resultados morales, o inmorales, y del fracaso eventual del desarrollismo. No debe olvidarse tampoco que los desarrollistas, por su edad, habíanse formado en el régimen y que trataban con obreros, hombres de negocios, políticos, formados también, como ellos mismos, en un ambiente en que el miedo, la corrupción y la hipocresía oficial se aceptaban como parte normal, “natural”, de la vida nacional.

Posiblemente no hubieran podido actuar de otro modo, pero probablemente no se les ocurrió que hubiese otro modo de actuar.

En la primera fase, la de estabilización como se la llamó, hubo más procedimiento que sustancia. Había que tomar posiciones, con el fin de coordinar toda la política económica, cosa nunca hecha antes. Se nombraron secretarios generales técnicos en la mayoría de los ministerios, casi todos del Opus, y se estableció una oficina de coordinación y programación económica. Se consiguieron objetivos valiosos y se adoptaron medidas necesarias: se simplificó el sistema de cambios, se adoptó el sistema de cobro de impuesto, se adhirió España a la OECD, al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional, se reglamentó el crédito y se trazó un plan de estabilización, al mismo tiempo que se creaba el subsidio de desempleo y se aumentaban las inversiones públicas. Se llegó, pese a que políticamente era improcedente, a pedir el ingreso de España en el Mercado Común Europeo.

Después de nombrarse un comisario del Plan (López Rodó), se nacionalizó el Banco de España con el fin de dar mayor eficacia a una ley de reforma bancaria (que tenía por objeto liberalizar el crédito, puesto que el desarrollo exigía amplios créditos). Se suavizó la normativa para la inversión extranjera y se dio una ley de reforma tributaria. Después de un breve período de inflación y de baja de la peseta, la inflación disminuyó y la peseta subió, al tiempo que los precios descendían algo.

Ullastres contó unos años más tarde que:

“…la estabilización la hicimos en julio de 1959, pero la empezamos a poner en marcha mucho antes. (…) Comprendí que era aquel el momento (de la aprobación del Tratado de Roma) adecuado para lanzarse a fondo y poner orden en la casa. No el orden por el orden, sino el orden como punto de partida para un proceso de desarrollo primero y de integración en Europa después (…) Se anuncian las cuatro fases del proceso: convertibilidad, estabilización, liberalización, integración.”

 

El mismo Ullastres en 1969 señaló que la estabilización era un concepto “que se refiere fundamentalmente a los problemas de tipo coyuntural” que se habría logrado la reactivación cuando se alcanzara el pleno empleo, no sólo de la mano de obra sino también del equipo industrial, pero sin alza de precios; después de eso, según Ullastres, vendría el desarrollo, “que tiene que ver fundamentalmente con el aumento de la capacidad productiva del país”, puesto que la existente ya se habría logrado utilizarla plenamente.

 

La convertibilidad podía tener como consecuencia el hacer innecesaria la corrupción, tan generalizada antes, basada en la compra de permisos de importación. La estabilización podía llevar a la supresión del pluriempleo, la peor forma de explotación, gracias a la contención de los precios.

Pero la segunda fase, la de la liberalización, probó que una regeneración exclusivamente económica no llevaba necesariamente acarreada una regeneración que, dadas las circunstancias, solamente podía calificarse de ética o de costumbres. Con asesoramiento de los expertos de la OCDE y del Banco Mundial se preparó un plan de desarrollo, obra esencialmente de López Rodó.

En julio de 1962, Franco despidió a tres mediocridades falangistas del gobierno y después de confirmar a Ullastres y Navarro Rubio, nombró a Gregorio López Bravo ministro de Industria. El general Muñoz Grandes fue designado viceprimer ministro, de hecho jefe del gobierno; el almirante Carrero Blanco subsecretario y Manuel Fraga Iribarne, profesor de derecho en Madrid, ministro de Información y Turismo.

El plan, contenido en 32 volúmenes, era “modesto para estar al alcance, pero bastante ambicioso para, si se cumplía, llevar al país al despegue económico”, según el propio López Rodó. Su aplicación se inició en 1964 y se fijaba un aumento de la productividad del 5% anual, con un aumento del 6% anual del producto nacional bruto. Durante los 4 años del plan, se esperaba doblar la producción de automóviles de turismo.

El plan era más bien clásico. Se basaba en el establecimiento de polos de desarrollo, unos en lugares desarrollados, otros en provincias hasta entonces casi abandonadas, con exenciones a quienes establecieran nuevas empresas, en amplio crédito, estímulos a la explotación (que dieron lugar poco después a uno de los mayores escándalos públicos del franquismo, el asunto MATESA), y contaba también, aunque no se decía, con los ingresos invisibles por turismo y los ahorros de los emigrantes a Europa. Hasta 1969, los salarios se mantuvieron bastante bajos para que fuera preciso el pluriempleo y para que no se pudiera vivir en el campo, de modo que hubiera que emigrar a las ciudades y polos de desarrollo. Había, pues, capitalización por el procedimiento clásico (y también soviético) de la superexplotación y el subconsumo.

Pero el plan entrañaba, dada la mentalidad creada en los españoles por las características del régimen, severos riesgos de aumento de la corrupción y de destrucción irreversible de bienes intangibles de propiedad común, aire, agua, paisaje. Los ayuntamientos, que nunca habían sido muy honrados, se convirtieron en mercados de permisos de construir y de zonificación urbanística, se destruyeron numerosos edificios de valor artístico, se toleró la construcción de puertos de placer y de rascacielos en las playas, que a la larga destruían los atractivos turísticos, se desbocó la especulación del suelo y, en general, si en las alturas hubo ciertas mejoras de los requisitos de honorabilidad, en las bajuras del régimen se toleró todo menos la aplicación honesta y desinteresada de las normas legales.

Al mismo tiempo, la política social, seguridad social, vivienda, dio pie a nuevas formas de corrupción, que hasta entonces habían sido oficiales y secretas y que ahora se convirtieron en privadas y públicas. El español, por un tiempo, se dejó deslumbrar por los éxitos inmediatos del plan y pasó por alto esos signos de corrupción, que consideraba normales, puesto que los había visto toda su vida.

La gente dio en llamar tecnócratas a los componentes de este equipo, tal vez porque contrastaban con la impericia y la improvisación de los que se habían ocupado antes de los asuntos económicos. Pero esos tecnócratas cometieron errores considerables, como, por ejemplo, suprimir la fabricación del automóvil Seat 600, barato y de bajo consumo, justos unos meses antes de la subida de los precios del petróleo, en 1973, o bien desmontar el molinillo existente para sacar petróleo de la pizarra. Esta política, sostenida a lo largo de más de dos lustros, tuvo por efecto crear las bases del capitalismo español, siguiendo los procedimientos propios del siglo pasado, como ya se dijo, y sin tener en cuenta ninguna de las lecciones del desarrollo del capitalismo en otros países. El resultado fue un capitalismo vacilante, artificial, vulnerable y en constante necesidad de apoyo. Nacido con fórceps, pareció permanentemente de incubadora.

Cuando los desarrollistas hablaban de liberalización se referían exclusivamente a la desaparición de las trabas autárquicas a la actividad económica, pero no a la vida política. Lo afirmado por López Rodó de que podría comenzarse a pensar en democracia cuando el ingreso per cápita fuera de mil dólares anuales ni siquiera se podía tomar en serio, puesto que, o bien los mismos desarrollistas no pensaban llegar a este punto en un futuro próximo, o no se proponían establecer la democracia si lo alcanzaban. Prueba de ello fue la política educativa seguida por el gobierno, de hecho controlada también por miembros del Opus y en la cual no se hizo el menor esfuerzo ni se planeó nada con el fin de preparar a los españoles, ni siquiera a los que estaban en su infancia, para pasar de la condición de súbditos a la de ciudadanos, para enseñarles los mecanismos elementales de la democracia y las responsabilidades de la libertad. Todo quedó en tratar de extender la influencia del Opus en Universidades y escuelas y fomentar la formación de técnicos.

Los desarrollistas eran, pues, conservadores del franquismo y esperaban conseguir su objetivo mediante una reforma económica del mismo. No aspiraban a una reforma política, evidentemente, puesto que consideraban, sin duda, que de efectuarse conduciría a la desaparición del franquismo que ellos querían conservar. Limitados por su concepción estrictamente económica, pensaban en términos de presupuestos y planes, como el hombre de negocios piensa en términos de balances y el ejecutivo en el de distribución de beneficios, pero sin ninguna visión de largo alcance, sin sentido de la historia. Es decir, creían que dando a los españoles cierta comodidad, les abandonaría la nostalgia de la libertad.


Comentarios

Cozumel Reefs ha dicho que…
Franco traicionó y se se cargó a la Falange nada mas acabar la WWII guerra y década del 1940, nunca convivieron con el Opus Dei, ya no existía. El Dr Narciso Perales uno de los fundadores de la Falange y purgado por Franco, fue mi pediatra en Madrid. Hay mucha bibliografía sobre el tema y yo tengo el relato directo del Sr Perales, traicionado, cuando íbamos a su consulta en el complejo Galaxia de Madrid. Que España mas bonita era

Entradas populares de este blog

SEXO EN EL OPUS DEI, TEORÍA Y PRÁCTICA

Otra consulta memorable de Enrique Rojas, supernumerario del Opus Dei y psiquiatra de postín

LISTAS ATRASADAS DE MIEMBROS Y SIMPATIZANTES DEL OPUS Dei