DOCTRINA SOCIAL. DESARROLLISMO

Tengo una gran dificultad con la llamada Doctrina Social de la Iglesia. Realicé durante unas Navidades, esos días tontos entre una fiesta y otra la asignatura que en ese caso se basaba específicamente en Sollicitudo Rei Socialis, Encíclica de Juan Pablo II de 1987 publicada con motivo del vigésimo aniversario de la Populorum Progressio de Pablo VI. Mi 

dificultad estriba en  ¿cómo clamar justicia frente al capitalismo mediante una encíclica cuando al mismo tiempo de esas publicaciones se estaba utilizando el banco vaticano IOR para blanquear dinero y desviarlo de los impuestos italianos? tan sencillo como pasar de Roma a la Plaza de san Pedro con una bolsa de deportes llena de billetes. 

¿Con qué derecho pueden hablar de doctrina social los que  perseguían a curas y obispos que en América se preocupaban por los más desfavorecidos y compartían sus penas como Helder Camara? En aquellos momentos me parecía excelente todo lo que se dijera frente a las injusticias del capitalismo y del comunismo. No sabía que entre Juan Pablo II y su ejército opusino de choque realizaban conjuntamente el esfuerzo de quitar de en medio obispos "rojos" preocupados por los pobres para poner en su lugar obispos escrivarianos que se llevan mejor con los terratenientes de la zona.

Las encíclicas son interesantes de estudiar pero la historia es cruel.

 Ignorábamos lo esencial, nosotras mismas habíamos entregado nuestra vida a una empresa capitalista más, trabajando gratis, entregando el salario y los patrimoniales y sin derecho a reclamar ni a cotizar porque, nos acabamos de enterar, lo pone en los estatutos de la prela. Se une a estos desmanes capitalísticos los de otras instituciones católicas que también se han caracterizado por desposeer a propios y extraños, como el Sodalicio y el asunto de los campesinos de Piura. 

Es muy difícil en los tiempos que corren erigirse en maestro de moral si no se reconocen los errores y se castiga a los culpables. De momento tanto Sodalicio como Opus Escrivae explotador ahí siguen, superficiales pinchazos han recibido, pero no se les han pedido cuentas. Quienes pretenden servir a la Iglesia como quiere ser servida, vacua y embustera frase, frase tapadera de múltiples desmanes, no se caracterizan por promover la solidaridad y el compartir, sino por recoger lo más posible el dinero fruto del trabajo y el ahorro de los demás "en nombre de Dios".

 Por eso la tertulia Agora Coherencia de 18 de octubre se pone interesante cuando empiezan a mencionar las cifras de los millones que atesoran en edificios y de los dólares que recogían en dinero negro de los supers, limpiecitos de impuestos y fiscalización. Es una sangría para el Estado y para quien tiene la desdicha de caer en sus redes.

EL DESPRECIO DE LA HISTORIA DE LOS DESARROLLISTAS TECNÓCRATAS

Los desarrollistas eran todo lo contrario de historicistas. No pudieron, pues, situar su política en el contexto del franquismo, porque comenzaron por aceptarlo como algo caído del cielo, sin raíces en el pasado. Franco no era conservador, ni liberal, ni revolucionario, ni reaccionario. No tenía ideología, fuera de una vaga inspiración retrógrada, más ceremonial que ideológica, y de un sentimiento religioso más supersticioso que teológico. “Regenerar” no significaba nada para él por la simple razón de que no sentía por el país  y sus habitantes ninguna emoción capaz de moverlo a adoptar posiciones definidas. Antes y después de julio de 1936, fue un burócrata de alta graduación, cuyas normas de conducta, como para todo buen burócrata, eran el oportunismo y el autoritarismo. No le importaba la existencia de la masa neutra, pasiva, indiferente, tal vez ni siquiera se daba cuenta de ella, puesto que, en el fondo, pertenecía a la misma.

En todo caso, dadas las características de su régimen no tenía interés ninguno en sacar a la masa de su pasividad, sino al contrario, en acentuarla. Lo ideal para él hubiese sido que todo el país se convirtiera en un pantano, y estuvo muy cerca de lograrlo. En esto se vería que su régimen, a pesar de las apariencias, no era fascista, sino una dictadura clásica. En ésta, en efecto, el dictador considera que quienes no están contra él, están con él, mientras que en totalitarismo se califica de enemigo a cuantos no son activamente amigos.

Su política indica claramente que no era un “regenerador”, ni siquiera en intención. Pero las circunstancias le indujeron a aceptar una política que, sin proponérselo, tenía algunas rasgos del regeneracionismo, aunque fuese solamente un “regeneracionismo” material, sin preocupación ninguna por las consecuencias humanas, culturales, morales, del mismo, y aunque no partiera de la convicción de que España necesitaba regenerarse. En esto, Franco se diferenciaba de Primo de Rivera.

Esa política, la de los desarrollistas, adoptada con el fin de mantener las estructuras del franquismo y no para cambiarlas tuvo por consecuencia que la enclenque y timorata burguesía española cambiara de carácter, se hiciera capitalista. Pero en el capitalismo del s. XIX no podían dar frutos las técnicas de los desarrollistas (inevitables en una política concebida para mantener el franquismo y no para sucederlo). En el mundo industrial estaban ya superados estos métodos de capitalización.

De ahí que el desarrollismo acaso, pese a sus autores, condujera al empleo de nuevas técnicas, que forzosamente debían llevar, a su vez, a que se abrieran fisuras en el edificio del franquismo.

En efecto, con el mejoramiento del nivel de vida y la constatación de que algunas cosas podían cambiar, puesto que estaban ya cambiando, vino la inquietud por el estado de cosas en otros terrenos. Las “liberaciones” individuales se contagiaron a una parte de la juventud, la curiosidad intelectual despertó en las universidades, la insatisfacción por el precio del consumismo empujó a los trabajadores a huelgas (ilegales). Se fue haciendo evidente que sin cambiar los mecanismos del poder, el desarrollismo no satisfacía la impaciencia que él mismo había provocado involuntariamente.

Hay que insistir en este adverbio. Los desarrollistas no se proponían modernizar el sistema político, sino sólo el económico. No tenían una política “regeneracionista” ya se dijo. Pero las consecuencias de su política fueron las mismas que si lo hubiese sido. Lo que las fluctuó fue que era solo una política económica que no afectó a la personalidad del país, sino solo a su bienestar. Pese a ello, creó las condiciones para una verdadera política “regeneracionista” una vez que Franco dejara de ser un obstáculo insalvable a la misma. Pero antes se intentaron otros caminos que el de la simple espera a que la biología actuara  por su cuenta.

Esta situación habrían podido preverla los desarrollistas si hubiesen estudiado la historia política en general y la de España en particular. El simple análisis de la experiencia de Primo de Rivera hubiese debido bastar para que comprendieran que la modernización material escueta no puede dejar de conducir a un deseo de modernización intelectual, moral, social, deseo que el franquismo no podía satisfacer de ningún modo sin poner en peligro su propia existencia.

Una rápida lectura de textos políticos elementales les habría hecho descubrir, por ejemplo, lo que Tocqueville dijo en El antiguo régimen y la revolución:

“La experiencia nos enseña que el momento más peligroso para un mal gobierno es aquel en que se empieza a reformar. Solamente un gran talento puede salvar a un príncipe que emprende la tarea de aliviar a sus súbditos tras una prolongada opresión. El mal que se sufría pacientemente como inevitable, resulta insoportable en cuanto se concibe la idea de sustraerse a él. Los abusos que entonces se eliminan parecen dejar más al descubierto los que quedan, y la desazón que causan se hace más punzante: el mal se ha reducido, es cierto, pero la sensibilidad se ha avivado.”

 

Un autor que como católicos no podían ignorar, Chateaubriand, les habría debido advertir, también, como lo hizo a la duquesa de Angulema en una carta escrita hace más de un siglo:

“Los gobiernos absolutos que establecen telégrafos, ferrocarriles, líneas de vapores, y que al mismo tiempo quieren retener los espíritus a nivel de los dogmas políticos del s. XVI son inconsecuentes, a la vez progresivos y retrógrados, y se pierden en la confusión resultante de una teoría y de una práctica contradictorias.”

 

El desarrollismo despertó a muchos españoles indiferentes, acobardados, corruptos o simplemente pasivos. Al darles algo, les hizo desear más, y como para lograr más era necesario poder reclamar y poder reclamar exigía el derecho a protestar, a sugerir, a  presionar, inevitablemente la masa neutra se vio poco a poco empujada a tomar partido, a salir de su neutralidad. Mejor dicho, una parte creciente de la masa neutra, pues a la muerte de Franco todavía una mayoría del país estaba sumida en la inopia en que viviera siempre.

Los desarrollistas no se percataron de esto o lo atribuyeron a los habituales “agentes subversivos” o “ideologías exóticas” sin darse cuenta de que, aunque hubieran existido unos y otras, que no existieron en grado apreciable, encontraban en los años sesenta y setenta un eco que no hallaron en los años cuarenta y cincuenta. Nunca, al parecer, se preguntaron a qué se debía esta diferencia.

Otros se hicieron la pregunta. Pero al darse cuenta una respuesta pasaron por alto también las lecciones de la historia indicadas por Tocqueville y Chateaubriand; o bien, pensaron que, no habiendo alternativa, había que arriesgarse, con la esperanza, de que por una vez  y por aquello de que “España es diferente”, no valieran tales lecciones en un hombre de alta cultura y muy conocedor de la historia quien personificó ese riesgo que bien puede calificarse de “regeneracionismo” político del régimen.


Comentarios

Anónimo ha dicho que…
El problema no es blanquear impuestos, Hacienda es la mafia y no pagar a la mafia es una honra. El problema es que ese dinero proviene del crimen internacional organizado.

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