MOLA, EL SANGUINARIO

Antonio Esquivias.

Otra muestra más de la guardería de adultos en la que nos confinaron, nunca mejor dicho. Gran ejemplo de "comunismo" y pérdida de la individualidad. Control, control, control.  Hombres mayores de 25, todos. Obligados a "dejar su pasaporte en dirección", para que un "encargado" se ocupe de los trámites. Mentalidad laical.


Después de toda una vida santificándote en medio del mundo, sales al otro mundo, al de verdad, en ese que la gente no se santifica, pero sobrevive, y no sabes ni pedir la vez en la cola del "pescado". Inútiles totales. En especial las féminas. ¡Qué batacazos de realidad nos hemos dado los los/las ex de base! Los ex de alcurnia no están tan aislados y tienen colchón....para no dar en duro.

A los ex hay que ir sacándoles la verdad con sacacorchos. Paciencia infinita.

General Emlio Mola, artífice del golpe de 1936

Estoy padeciendo la lectura de "Holocausto español" de Paul Preston. Es  triste e indignante que todos los españoles no estemos al corriente de qué pasó, cómo se llegó la guerra incivil. Deberíamos de informarnos más y avergonzarnos porque no es para menos el horror, la vía real que condujo al conflicto. Opino que sobran documentales del III Reich en la televisión pública española, me gusta verlos para aprender. Y faltan sobre nuestra propia historia que también se las trae. ¿Habrá que esperar otra generación para que estos asuntos sean conciencia nacional, no asunto de una parte contra otra? oligofrenia cultural que nos caracteriza.

Que un cura de aquellos tiempos, sobrevivido, el decente o se iba o moría, pudiera "fundar" algo que se "adelantaba" al concilio y etc...demuestra la ignorancia supina en la que nos hemos criado sobre lo que ha sido y sigue siendo por una gran parte nuestro propio país.

Y parte de la vergüenza tiene que llegarnos del hecho de que para enterarse hay que irse a autores extranjeros. Los de aquí no cuentan o estaban con la gloriosa cruzada. Ya digo, otra generación.

Los que tenían el poder en España, mayormente los terratenientes, grandes propietarios en el sur (Andalucía y Extremadura) no aceptaron las reformas de la república. Reventaban elecciones, pagaban a matones para crear el caos, quitaban a los alcaldes socialistas que querían aplicar la ley, usaron la violencia más descarada contra la gente del campo, jornaleros, braceros, yunteros, que lo único que querían era COMER. Pero con frecuencia los terratenientes españoles preferían dejar pudrirse las cosechas a dar trabajo. "Que coman república", egoísmo, mezquindad, a más no poder. Con la inestimable ayuda de muchos clérigos, y no digamos de muchos militares. Además de la Falange de José Antonio Primo de Rivera, muy minoritaria antes de la guerra, pero que se dedicaban a "armar jaleo", a provocar algaradas, matar gente y echar la culpa a sindicalistas, socialistas, anarquistas. Todo ello por el bien de España y la salvación del país.

Hubo un tal padre Tusquets que escribió un libro sobre los Sabios de Sión. De aquí salió la famosa conspiración judeo-masónica que obsesionó a Franco y a los militares como él. Judíos, masones, comunistas, una entente internacional que querían acabar con la católica España. Todo mentira pero cundió.

Ayudó el ejército español. En especial los militares africanistas que estaban dispuestos a exterminar españoles de izquierdas o republicanos con la misma saña con la que habían perseguido moros en las guerras de Africa. Por cierto, mi abuelo estuvo en esa guerra y se trajo unas fiebres crónicas de por vida
La mentalidad de los militares españoles contra los votantes y activistas de izquierdas era de "exterminio". De ahí el título del libro: Holocausto español. Y donde mejor se demuestra es en sus acciones en los lugares como Navarra donde el golpe del 18 de julio de 1936 triunfó. No hubo resistencia en una región dominada por el tradicionalismo y donde los carlistas llevaban entrenándose desde hacía meses para una asonada contra la república. Sin embargo, Mola se ensañó. 

Tras proclamar el estado de guerra el 19 de julio de 1936, Mola dijo en Pamplona: "el restablecimiento del principio de autoridad exige inexcusablemente que los castigos sean ejemplares por la seriedad con que se impondrán y la rapidez con que se llevaran a cabo, sin titubeos ni vacilaciones". Poco después, convocó una reunión con los alcaldes de la provincia de Navarra y les advirtió: "Hay que sembrar el terror...hay que dar la sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros. Nada de cobardías. Si vacilamos un momento y no procedemos con la máxima energía, no ganamos la partida. Todo aquel que ampare u oculte un sujeto comunista o del Frente Popular será pasado por las armas."

Instrucciones como esas revelan la inseguridad de los conspiradores, que nacía tanto de la certeza de que el golpe debería afrontar una enorme resistencia, como de la desesperada determinación para imponer control cuanto antes. En ese sentido, ejercer terror cumplía con objetivos a corto y largo plazo. A corto plazo, se trataba de atajar la resistencia y garantizar que el territorio fuera seguro para los rebeldes. Por esa razón, cerca de la mitad de las ejecuciones se llevaron a cabo en los 3 meses siguientes a la toma de poder de los sublevados en cada una de las regiones. A la larga, en cambio, era el método necesario para la aniquilación de todo lo que significaba la república, ya fuera el desafío específico a los privilegios de los terratenientes, los industriales, la Iglesia católica y el Ejército, o ya fuera, en términos más generales, un modo de librarse de la subyugación de los campesinos sin tierra, los obreros urbanos y, el punto más irritante para la derecha, las mujeres. En resumen, a eso se referían Sanjurjo, Franco, Gil Robles, Onésimo Redondo y otros cuando clamaban  contra la conspiración judeo masónica y los bolcheviques. 

Por tanto, el objetivo del golpe era la aniquilación de la "amenaza". La retórica con la que se insistía en la necesidad de exterminar tales ponzoñas extranjeras, esgrimida desde antiguo por paladines del clero, sería adoptada enseguida por la gran mayoría de la jerarquía eclesiástica. A principios de septiembre, José Alvarez Miranda, obispo de León, llamó a los fieles católicos  a unirse para combatir el "laicismo judío-masónico-soviético"

El 31 de julio tras saber que según la prensa francesa se había designado a Prieto, líder socialista, para negociar con los rebeldes, Mola despotricó: "¿Parlamentar? ¡jamás! Esta guerra tiene que terminar con el exterminio de los enemigos de España". 

Ahí es nada el grado de iluminación de los salvadores que cada poco nacen en nuestro suelo.

El 9 de agosto alardeó nuevamente de que su padre, gran tirador, a menudo jugaba a imitar a Guillermo Tell con su esposa.



La pobre mujer tenía que aguantar en equilibrio piezas de fruta sobre la cabeza y sostener otras en la mano, como blancos para que su esposo demostrara su habilidad con el rifle. Mola le dijo a su secretario, Jose María Iribarren, que una guerra de esta naturaleza ha de acabar por el dominio de uno de los dos bandos y por el exterminio absoluto y total del vencido. "A mi me han matado un hermano pero me la van a pagar". En realidad su hermano Ramón se había suicidado al creer que el alzamiento había fracasado.

Fue en las regiones de España en las que el golpe militar halló poca o nula resistencia donde las verdaderas intenciones de los rebeldes se manifestaron con toda su transparencia. La ejecución de los sindicalistas, miembros de los partidos de izquierdas, oficiales municipales electos, funcionarios republicanos, maestros de escuela y masones, gente en definitiva que no había cometido crimen alguno, constituyó una oleada de lo que Josep Fontana ha denominado "asesinatos preventivos". O como lo definió el comandante de la guardia civil de Cáceres, uno de los que puso en marcha el proceso "una amplia limpieza de indeseables". En Navarra, Alava, dos tercios de Zaragoza y la práctica totalidad de Cáceres, el golpe alcanzó el éxito en cuestión de horas, días a lo sumo. Las excusas que justificaron las matanzas en Andalucía y Badajoz -las presuntas atrocidades de la izquierda o la amenaza de una invasión comunista- no podían emplearse en áreas católicas y dominadas por la derecha. En esencia, el crimen de los ejecutados consistía en haber votado al Frente Popular o cuestionar su condición de subordinados, fueran trabajadores o mujeres.

Las palabras que Mola dirigió a los alcaldes navarros evidenciaban que los rebeldes se proponían arrancar de raíz el conjunto de la cultura progresista de la República. La idea quedó expuesta también en una serie de anteproyectos que Mola presentó en la UME: "Es lección histórica la de que los pueblos que caen en la decadencia, en la abyección y en su ruina cuando los sistemas de gobierno democrático-parlamentario, cuya levadura esencial son las doctrinas erróneas judeo-masónicas y anarco-marxistas, se han infiltrado en las cumbres del poder... Serán pasados por las armas, en trámite de juicio sumarísimo, cm miserables asesinos de nuestra patria sagrada, cuantos se opongan al triunfo del Movimiento salvador de España." La destrucción de la República a través de la violencia armada se justificaba apelando a su ilegitimidad, pues aseguraban que se basaba en el fraude electoral y que sus líderes políticos eran parásitos y ladrones que no habían traído nada salvo la anarquía y el crimen.

Cuando una capital pasaba a estar bajo el control de los militares rebeldes, se ponía en marcha el proceso de "pacificación" o "limpieza" del resto de la provincia. Al igual que en el sur, la mortífiera tarea recaía en columnas de civiles reforzadas por guardias civiles y soldados. Los terratenientes locales aportaban vehículos y caballos, y las columnas las integraban empleados de confianza y voluntarios, que podían ser falangistas, carlistas comprometidos, o simplemente personas que trataban de ganarse el favor de los poderosos o borrar cualquier pasado izquierdista. Otros por dinero o por cometer actos sanguinarios.
Las autoridades militares podían haber detenido la violencia en cualquier momento, pero de hecho lo que hicieron fue distribuir armas ampliamente. Puesto que eran quienes arbitraban el orden público, los militares reclutaron a miles de civiles para hacer lo que uno de los líderes de la Falange describió más tarde como el "trabajo sucio". Dar rienda suelta a la represión alentó la sed de matar indiscriminadamente, los crímenes vengativos y el latrocinio bajo la máscara de imponer la justicia. Aun después de la purga de una ciudad o un pueblo se seguía matando sobre la base de las denuncias de quienes habían estado en prisión antes, o incluso para celebrar este o aquel aniversario

(...)El 20 de julio Mola recibió la noticia de que en la carretera a Bilbao se había apresado un camión lleno de izquierdistas que huían de Pamplona. Sin dudarlo rugió por el teléfono: "¡Que los fusilen inmediatamente y sobre la carretera!" Al darse cuenta del silencio sepulcral que había provocado, Mola lo pensó mejor y pidió a su ayudante que rescindiera la orden, mientras decía al resto de los reunidos en el despacho: "Para que uds. vean que aun en estos momentos tan graves no soy tan sanguinario como me creen los izquierdistas."
El 14 de agosto, dijo "Hace un año hubiese temblado de firmar un fusilamiento. No hubiera podido dormir de pesadumbre. Hoy le firmo tres o cuatro todos los días al auditor, y tan tranquilo."

Fue en Navarra donde Mola adquirió plena confianza del éxito del golpe. Los terratenientes ricos, cuyas corralizas habían sido ocupadas en octubre de 1933 por miles de campesinos sin tierra, tenían sed de venganza. Además, los rebeldes contaron desde el principio con el firme apoyo popular de la población local, profundamente católica. En palabras de los cronistas del Requeté, "lo que estaba amenazado no sera sólo la tranquilidad de la digestión y el sueño de los poderosos", sino todo un sistema de valores. Las instrucciones de Mola eran transcritas y distribuidas por Luis Martínez Erro, hijo del director de la sucursal del Banco de Bilbao en Pamplona, que a su vez era el vínculo de los conspiradores con la burguesía local. Con la excepción del clero vasco, la mayoría de los curas y religiosos españoles tomaron partido por el bando rebelde. Desde sus púlpitos denunciaron a los "rojos" y adoptaron el saludo fascista. Bendecían las banderas de los regimientos nacionales por toda la España rebelde y algunos -en especial los sacerdotes navarros- no lo dudaron y partieron al frente. En Navarra el clero había mantenido un estrecho contacto con los conspiradores  militares y carlistas. Avidos de noticias del alzamiento, los curas conspiradores e incluso el obispo de Zamora, habían pasado muchas horas en la tienda de objetos religiosos de Luis Martínez Erro y la sastrería eclesiástica de Benito Santesteban, en Pamplona, entre hileras de sotanas, estantes de cálices y estatuas de la Virgen.


Inmejorable ambiente para conspirar por Dios contra la República









Comentarios

Garate ha dicho que…
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