CURAS OBREROS

“Curas obreros, la cruz y el martillo” de Antonio Quitián y otros 3 compañeros de fatigas me  parece libro imprescindible como ex Opus, para enterarnos de lo que vale un peine o de lo que valía un cura en la España de ministros santificadores, en qué lado de la trinchera estaban unos y otros, y para la juventud actual que no tiene ni remota idea de la miseria que era el país de sus abuelos y bisabuelos, en especial si vivían en el campo.

 

Tres de los autores abandonaron la clerecía, no así Antonio Quitián, el libro es de 2005 y desconozco si tanto él como sus compañeros siguen con vida, con 80 años no tienen porqué haber fallecido.

Frente a los dilemas que  plantea el vaivén jurídico que nos traemos y las aclaraciones sobre carismas y demás zarandajas, estos cuatro cristianos comprometidos con la realidad social que les tocó vivir ponen los pies en la tierra. También de una educación católica tradicional pudo salir otra cosa que “carne de opus”. Verdaderamente una se siente niña bien que se queja de sectarismo sin haber conocido las penalidades de la gente del campo hace un siglo ni de la clase trabajadora bajo la dictadura.

Seguiré quejándome de haber sufrido sectarismo por supuesto, tan real como la explotación y la miseria a la que estuvieron sometidos millones de españoles en el siglo XX. Sin que el hecho de ser explotado santifique, otro detalle que también queda claro en estos 4 testimonios de curas que en determinado momento decidieron hacer compatible sus obligaciones litúrgicas y pastorales con un trabajo obrero remunerado.

De Antonio Quitián, nacido en 1928 en Guéjar Sierra, destaco la descripción de su infancia en un pueblo en el que se vivía sobre todo del cultivo de la patata en el monte, de su experiencia terrible de República y Guerra civil, pues Granada quedó en zona franquista limítrofe con la zona leal a la república y hubo combates en los alrededores por alguna incursión republicana.

Interesante la biografía que detalla de Rovirosa, el fundador en 1946 de la Hermandad Obrera de Acción Católica. Ingeniero que en su juventud se alejó del catolicismo hasta convertirse junto con su esposa en 1933. Durante la guerra civil en Madrid tuvo la oportunidad de leer y construir su pensamiento social en una biblioteca de los Jesuitas.

 

Acabado el conflicto fratricida y   en plena euforia de nacionalcatolicismo, Rovirosa se marcó el objetivo de reconciliar dos realidades enfrentadas: la Iglesia y el mundo obrero. Su vida cristiana no estaba desconectada de su compromiso social. Hasta el punto de abandonar su puesto de ingeniero en los laboratorios Llorente. Tomando distancias con el capitalismo y el comunismo se propuso crear una organización de Acción Católica obrera hecha de obreros y para obreros con el fin de todos se formen para aceptar libre y dignamente sus responsabilidades de hombres cristianos y apóstoles. 

 

guillermo rovirosa | HOACGuillermo Rovirosa (1897- 1964) beatificación propuesta en 2003

Nada que ver con la hipotética santificación del trabajo que de obreros sabía poco, solo de ministros y empresarios alto standing, escuelas de negocios por el mundo adelante. Si acaso alguna institución en barrio obrero para disimular, pero poca cosa comparado con el grueso de los inmuebles, personal, capital dedicado a las clases acomodadas o que aspiran a serlo.

Antonio Quitián entró en contacto con la formación que HOAC impartía en Granada, escuchó directamente al fundador en 1954. Tenían su círculo de estudio y leían el evangelio, cada participante tenía que comentarlo durante tres minutos sin chuleta, había que aprender a exponer con sencillez, naturalidad, concisión. La metodología HOAC rompía con el esquema tradicional que también nos inculcaron e inculcamos: Iglesia docente, el clero, Iglesia discente, el resto del pueblo fiel que escucha reverentemente en silencio.

 

CURAS OBREROS: LA CRUZ DEL MARTILLO | VV.AA. | Casa del Libro

Antonio Quitián tuvo ocasión de poner por obra lo aprendido en HOAC como párroco de la Virgencica, barrio obrero de Granada ya desaparecido al que llegó en 1966. Diversas comunidades religiosas recalaron en el barrio, Hijas de la Caridad, Compañía de María, Jesuitas, colectivo editorial ZYX…un nuevo espíritu de comunión movía a todas esas personas, había que encarnar en la realidad la cercanía al pueblo, particularmente a los más pobres.

Quitían renunció a la paga que el Estado daba a los curas y de ahí que empezara a ganarse la vida como el resto de vecinos, trabajando en la obra, no en la de Dios, sino en el andamio. Participó en la huelga de la construcción de 1970 en Granada, en la que hubo 3 muertos por disparos de la policía y conoció los famosos bajos de la Dirección General de Seguridad en Madrid Puerta del Sol.

En el último tramo de su vida laboral puso en marcha una cooperativa, la forma de trabajo más equitativa, en la que todos ganan igual y trabajan igual, sin las diferencias subrayadas en sueldos y prebendas que había en la Dictadura y hacia las que estamos volviendo a pasos agigantados. Aunque todo esté más limpio e higiénico que entonces. Muy interesante esa experiencia, también entre los pobres existe la falta de solidaridad, el individualismo, el afán de lucro rápido que hace que el barco se hunda. Pero de todos los embates salió airoso el cura cooperativista.

Angel Aguado narra sus años de seminario, la formación que allí se impartía, tan parecida a la nuestra en muchos aspectos, aunque diferente en otros, había más necesidades. Pero el background autoritario parternalista como se podría llamar a lo que opus nos dio, era similar al de los seminarios españoles antes de Vaticano II.

Destaco el párrafo en el que ya cura párroco empieza a deshacerse de ritualismos cuando lo destinarion a Mecina Bombarón en el corazón de la Alpujarra:

“Lejos de la tutela de los padres espirituales, mi capacidad crítica empezaba  a funcionar. Dejé el rosario porque llegó a parecerme una rutina sin sentido. Bastante más adelante dejé también el breviario al llegar a la conclusión de que los salmos recitados de memoria no constituían ningún tipo de oración. Algo parecido me ocurrió cuando, un verano, siendo subdiácono, marché a trabajar a Alemania. Allí entre el agobio del duro trabajo y los quehaceres diarios, pensé que una larga meditación diaria no debía ser tan necesaria para santificarse como me decía el espiritual de turno. Si ello fuera así, millones de obreros no podían ser santos al faltarles medios tan importante por no poder dedicar tiempo a ella, y, sin embargo, el “sed perfectos” es una exigencia universal.

En Mecina Bombarón, mi labor pastoral consistió en impartir lo que entonces estimaba como doctrina católica sólida, mediante la predicación en la iglesia y la catequesis en las escuelas….En aquel tiempo no se cobraban las clases de religión en las escuelas, pero estoy seguro de que en caso de poder cobrarlas hubiera renunciado a ello. Vivir de la religión siempre me repugnó, y me sigue repugnando, según el dilema de sabor machadiano que dice:

Vivir de la religión, implica indecencia  o fraude

Indecencia si es con fe, y fraude cuando esta falte.

….Fui durante esta etapa, el cura que se enfrentaba a las autoridades caciquiles, unas veces de poder a poder, de modo individual, y otras, levantando al pueblo en pinitos de líder. Ejemplo de aquellas fue mi oposición a que se construyera una cruz de los caídos y a su posterior bendición. Sé que algunos feligreses que me apreciaban no agradó mi postura, sobre todo cuando me vieron tomar apuntes de los acontecimientos, mientras que un canónigo venido de Granada, y sin autorización mía ni del obispo, bendecía la dichosa cruz.”

Manuel Ganivet Zarcos, nacido en Santa Fe en 1943, también fue cura obrero. Entre muchas otras historias vividas cuenta de su trabajo en una empresa de cajas de madera, cuya propiedad ostentaba una familia considerada muy religiosa y cercana a la Iglesia, pero que por propia experiencia no pagaba lo debido a sus trabajadores. Concretamente:

“El entonces arzobispo de Granada, don Rafael García de Castro, se contaba entre sus amistades y con frecuencia, los visitaba en el cortijo donde esta familia veraneaba, que se encontraba situado junto a las naves de la empresa. Parece que lo estoy viendo recibiendo la explicación de los dueños sobre el funcionamiento de la maquinaria. El fue quien bendijo la imagen de una Virgen de Fátima que esta familia había comprado para regalarla a la parroquia y que aún se mantiene expuesta al culto. Ese día, según me contaban, se celebró una gran fiesta en una de las naves adornada para la ocasión.

Quiero pensar que Rafael ignoraba qué clase de patronos eran los que tenía por amigos y visitaba con tanta asiduidad. Creo que de haber sabido que el dinero que se gastaba en comprar imágenes salía de los bolsillos de un grupo de obreros a los que no se les pagaba lo que en justicia les correspondía, él no habría participado en aquella farsa. Pero mis compañeros de trabajo, sobre todo los más adultos, no eran tan crédulos ni bien pensados como yo, y los comentarios que realizaban no eran muy favorables al arzobispo ni a la institución a la que representaba”.

Una constante de estos 4 curas obreros que vivieron en un barrio proletario compartiendo infraviviendas, mucho trabajo y poca comodidad es que todos juntos y por seprado rechazaron más de una vez las bolsas de comida que ofrecían las señoras bien de Granada en determinadas épocas, o los millones ganados explotando a otros que algún empresario vino a ofrecer a la parroquia. No a la mendicidad, no a la limosna calma conciencias que a nada compromete. Sí a la formación, educación, trabajo digno que dé para vivir y sostener una familia. Por supuesto que semejante actitud les valió incomprensiones tanto de los ricos acostumbrados a solucionar de cuando en cuando sus remordimientos como de los pobres acostumbrados a vivir de pedir.

No puedo dejar de transcribir el himno compuesto por este Manuel Ganivet Zarcos que tras 15 años acabo secularizándose y contrayendo matrimonio civil, porque no llegaba la dispensa de Roma:

“Fui ordenado sacerdote a los 28 años, muy consciente y convencido del paso que daba. Fue una decisión muy meditada, deseada, acompañada de unos sentimientos de satisfacción personal y alegría. Siendo muy consciente de todos los compromisos que adquiría en aquellos momentos. Por esta razón nunca consentí solicitar la nulidad de mi ordenación, ya que de haberlo hecho, habría conseguido antes la secularización, pero no habría conseguido engañarme a mí mismo.

Cuando 15 años después abandono el sacerdocio, mi decisión tampoco era el resultado de uan crisis momentánea, sino el resultado de 3 años de reflexión personal…

Ser sacerdote para mí, a finales de los años sesenta, era la manera más radical de sguir a Jesús y de proclamar su mensaje en una sociedad muy concreta, como era la española, con una dictadura, cercana a los 40 años.

Ser sacerdote en aquellos momentos implicaba para mí traducir el mensaje evangélico a una práctica capaz de cambiar las estructuras dominantes en el plano personal, social y político. Ser sacerdote para mí significaba una forma distinta de hacerse presente en la realidad concreta: optando por los más marginados, renunciando a toda voluntad de poder; solidarizándome con todos aquellos movimientos, aunque fuesen ajenos a la Iglesia e incluso contrarios a ella, que luchaban por una sociedad más humana y por consiguiente más fraterna y cercana a los planes de Dios.

Ser sacerdote suponía oponerse, sobre todo a través de la práctica, a la corriente mayoritaria del clero y de los cristianos más practicantes, para quienes la función del sacerdote quedaba prácticamente reducida a la celebración de los sacramentos, al fomento de prácticas religiosas y al ejercicio de la caridad mediante limosna.

Ser sacerdote, por último, implicaba para mí vivir y presentar el Reino de Dios no como algo futuro, que Él nos tiene preparado para después de esta vida, sino como una realidad que hacemos presente todos los que con buena voluntad nos esforzamos por conseguir un mundo con menos injusticias y sufrimientos.

Después de mi ordenación estas vivencias me animaron a trabajar como sacerdote obrero en los barrios más marginados de Granada capital. Durante los 6 últimos años del franquismo las continuas tomas de postura junto a muchos militantes cristianos, políticos y sindicales en defensa de los más pobres y de una sociedad más justa y democrática, irremediablemente nos conducirá a un enfrentamiento frontal con las autoridades y defensores del Régimen, y a que muchas de nuestras actuaciones sean puestas en tela de juicio por un sector no pequeño del clero”.

Por cierto que los 3 ex sacerdotes aluden al “Opus Dei” en distintos momentos como uno de los bastiones del franquismo en su versión desarrollista de la segunda etapa. Los cristianos que ponen el culto, el rito y el logro del poder por encima de otras consideraciones.

“Las autoridades eclesiásticas con más visión de futuro en aquellos años pensaron que el Régimen era un gigante con pies de barro a punto de desmoronarse. Bien por convencimiento o bien por oportunismo político, se apresuraron a abandonar el carro de aquellos con los que habían caminado dentro durante todos los años de la dictadura. En estas circunstancias, los sacerdotes que en las distintas diócesis españolas se oponían abiertamente a la dictadura, son momentáneamente aceptados por un pequeño grupo de obispos, que se encontraban en la misma onda, y sólo soportados por la mayoría de ellos”.

Y aunque fueran compañeros de luchas, huelgas y detenciones en no pocos momentos, los 3 aluden a los militantes comunistas, muy jerarquizados, convencidos de ser la vanguardia del proletariado pero esperando siempre órdenes para actuar. Mientras que los cristianos comprometidos que rodeaban a estos curas actuaban y tomaban decisiones en Asambleas sin jefes. Una especie de anarquismo redivivo en versión cristiana, tras el exterminio sufrido en la guerra civil de la CNT, la FAI y demás organizaciones que tanto calaron en Andalucía.

No fue un camino de rosas y sufrieron particularmente de un obispo que llegó en la época Juanpablista, de aquellos a los que había que abrir la puerta del coche para que tomara asiento o descendiera de él. También padecieron agresiones en el barrio del Almanjáyar, cuando se les encargó la parroquia que nadie quería con razón: droga, delincuencia, basura y enfermedad. José Ganivet alude a la visita del Papa en 1982 celebrada en este barrio en la que no se contó para nada con la parroquia del lugar. Muy diferente a lo que ocurrió en el céntrico templo de las Angustias.

 

En definitiva, un trozo de historia de España y de la Iglesia en España que no se debería de olvidar, real como la vida misma. Menos mal que no solo damos para organizaciones montadas por visionarios estafadores. Uf.

 

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