LUMINOSAMENTE TRANSFORMADOS
De clara inspiración bíblica, "en tí soy fuerte" .
El teólogo Urs von Balthasar se pregunta en un libro de 1980: ¿Nos conoce Jesús? ¿lo conocemos? y responde:
Tal vez nos parezca extraña la pregunta que planteamos si tenemos en cuentas las tradiciones que conservamos de Jesús. ¿Acaso no queda contestada ya afirmativamente en cada una de las páginas de los cuatro evangelios? Pero, ¿existe quizás alguna diferencia cualitativa entre la manera de conocernos Jesús y la de conocernos otras personas, de suerte que cupiera interrogarse explícitamente acerca de la forma de conocernos?
Si le comparamos, p.e, con el hombre que Jaspers llama "normativo", nos encontramos efectivamente un Sócrates poseyó conocimientos profundos sobre la persona humana. Bajo los estratos del saber superficial o sólo aparente de otros y de sí mismo puedo poner al descubierto la profunda ignorancia de la persona que distingue a ésta de lo divino; y ello en virtud de un daimon, una inspiración casi divina, que le permitía detectar lo recto y lo verdadero.
También Buda llegó sin duda a un conocimiento profundo de la persona humana cuando descubrió, bajo el tráfago de las ocupaciones que la arrastran de una parte para otra, la sed trágica oculta que debe ser saciada, caso de que uno sea capaz de hacer saltar por los aires la cárcel estrecha oscura de su Yo para entrar en la luz de lo ilimitado. Pero, ¿podemos considerar tal conocimiento como suficientemente profundo? ¿Somos, acaso, conocidos cuando alguien pone al descubierto nuestra falta de conocimientos o cuando se nos muestra un camino para liberarnos de nuestro Yo?
Y si tenemos en cuenta las distintas aportaciones de otros hombres "normativos", ¿no nos encontramos con que cada uno de ellos enseña algo distinto acerca de la persona, algo que, hasta cierto punto, puede ser verdadero, pero sin que concuerden unos con otros, y sin que el hombre deje de aparecer en definitiva como una esfinge?
Podríamos aludir también, por otra parte, a los progresos que las "ciencias del hombre" han realizado desde los tiempos de Jesús. ¿No tendríamos que considerar como arcaicos y primitivos sus conocimientos sobre el hombre, si los comparamos con los niveles alcanzados por la psicología moderna en todas sus manifestaciones, en sus métodos, de los que los Evangelios no parecen anticipar absolutamente nada?
Dejando por el momento esta última afirmación a un lado, ¿no prevalece en esta psicología la misma psicología al misma confusión de lenguas, porque detrás de cada teoría y de cada escuela se perfila una concepción distinta de la persona humana? Si preguntamos a Freud, a Adler, a Jung, a Fromm, y a otros por el sentido de la existencia humana, meta última, al fin y al cabo, de toda disciplina práctica, recibiremos otras tantas respuestas divergentes.
¿No sería preciso que cayera desde más arriba de lo humano un rayo de luz sobre el enigma del hombre, de suerte que éste quedara globalmente iluminado? ¿Una luz proveniente de Dios, como la que empezó a brillar en el tiempo de los profetas, que pusiera radicalmente al desnudo lo que preferiría permanecer oculto, y que al mismo tiempo no fuera un juicio condenatorio, sino un estímulo para la superación?
(I believe what you say of me...)
El conocimiento que Jesús tiene de los hombres podría ser la consumación de esta luz que desciende de Dios. Por una parte, descubre el corazón hasta sus últimos recovecos, pues tal es la finalidad de la Palabra divina, más tajante que una espada de so filos: penetra haswta la división de alma y espíritu, de articulaciones y tuétanos, y discierne las intenciones y pensamientos del corazón. Nada creado está oculto a su presencia: todo está desnudo y patente a los ojos de aquel a quién hemos de rendir cuentas (Heb, 4, 12-13).
Pero por otra parte esta luz que cae de arriba no es fría ni inmisericorde. Cuando Jesús se describe a sí mismo como "la Luz del mundo" en la que tenemos que "creer", y la que tenemos que "caminar" "mientras es de día", "para ser hijos de la luz" (Jn 8, 12; 12, 35s).
Su luz descubre y encubre al mismo tiempo; echa el manto del perdón divino sobre la desnudez, hurga en las heridas, pero como el médico, para curar. Ello sucede de modo tal, que intuimos que en nosotros penetra una luz al mismo tiempo humana y sobrehumana; una luz que ilumina desde una fuente absolutamente única; que puede tener efectos múltiples, pero que no dispersa ni divide al hombre, sino que lo reúne junto a la fuente de luz por la que siempre ha suspirado, consciente o inconscientemente. No quedará abandonado en la ignorancia socrática, ni tampoco absorbido en el nirvana, sino luminosamente transformado para él, en "hijo de la luz".
Comentarios
"Letrada Senior en la División española del Tribunal Europeo de Derechos Humanos desde 2001. Responsable del filtraje de las demandas entrantes contra el Estado español y de la redacción de sentencias en casos de Sala y de Gran Sala. También se ocupa del seguimiento de las demandas de medidas cautelares contra España. Licenciada en Derecho por la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona (1999) y Máster 2 en Relaciones Internacionales por el Instituto de Altos Estudios Internacionales y del Desarrollo, IHEID, de Ginebra, Suiza (2002). Desde 2010 participa como profesora invitada en el Máster universitario en Derechos Humanos, Paz y Desarrollo Sostenible de la Universidad de Valencia. Por otra parte, ha participado en diversas formaciones impartidas en Colegios de Abogados sobre la presentación de demandas ante el Tribunal Europeo. Entre sus publicaciones figura la crónica anual sobre la jurisprudencia del Tribunal europeo de Derechos Humanos en la Revista europea de Derechos Fundamentales."
https://editorial.tirant.com/es/autorList/anna-maria-mengual-i-mallol-308407