CRÍTICAS A LA TECNOCRACIA

Una figura de nuestra historia que se merece atención, desde la política y la literatura. Qué grande fue Unamuno. Capaz de cuestionarse a sí mismo. Por ejemplo cuando apoyó a los "ordenadores" del 18 de julio, a los que venían a ordenar, y a los meses se dió cuenta de su candidez. Un pasional, no un intelectual, decía de sí mismo. Han tenido que venir estos dos a descubrir su correspondencia. No tragó con Annual, no era digno "hacer borrón y cuenta nueva" tras el desastre. Se complementan estupendamente el historiador y los estudiosos de las cartas de bilbaíno. Todo ello en los años en que nuestro santo founder pululaba por allí buscando fama. El español famoso y digno de memoria de la época fue Unamuno. No el iluminati. No lo tuvo fácil, "ser bocazas" frente al rey Alfonso XIII le valió exilio en 1924.


¿POR QUÉ SE CRITICABAN LOS PLANES DE DESARROLLO PARA ESPAÑA DE LOS ESCRIVARIANOS?

Las críticas a los planes se referían sobre todo a su desprecio de las consecuencias sociales de ese desarrollo y a su perspectiva limitada a la meta estrecha de aumentar la producción sin tener en cuenta la visión más amplia de las necesidades y el bienestar del conjunto de la sociedad.

Los planes no resolvieron los problemas de vivienda creados por la emigración a los centros industriales: las metas fijadas para la construcción de viviendas económicas y subvencionadas no se alcanzaron jamás, y las viviendas “libres” subieron de precio a velocidades espeluzantes en manos de especuladores, distorsión que el tercer plan reconoció pero no remedió.

 

Todos los planes hacían hincapié en que uno de sus objetivos era crear una sociedad más justa mediante la redistribución de los ingresos; pero la aspiración quedó reducida a un mero deseo piadoso, y no llegó a informar la política. Los planificadores creían que cualquier redistribución de los ingresos había de frenar el desarrollo al limitar las inversiones. 

Mientras los sueldos y el nivel de vida de la clase trabajadora subían espectacularmente, su participación en la renta nacional (cada vez mayor) crecía menos espectacularmente, hasta los años 70. Los impuestos seguían siendo regresivos. Hubo que esperar el presupuesto de la democracia en 1977 para que los impuestos directos, que penalizan los ingresos más elevados, produjeran los mismos ingresos que los impuestos indirectos sobre el consumo de toda la población. El gobierno había estimulado las inversiones y la formación de capital doméstico permitiendo que aumentaran los beneficios y manteniendo bajos los sueldos hasta que la presión desde abajo se hizo irresistible.

 

Ullastres sostenía que los aumentos de sueldos conducían a la inflación, y que la inflación era el “agente comunista” encargado de destruir las economías occidentales. “Lo único que no ha evolucionado como era de esperar, observaba el cardenal Herrera en 1968, es la justicia social”. Los trabajadores con empleo estable y que podían confiar en reajustes de sueldo favorables vivían relativamente bien, pero los marginales seguían padeciendo la falta de justicia social.

La conclusión de Salustiano del Campo en su Crítica a los planes de desarrollo que reforzaban el crecimiento económico, descuidaban el cambio social y frenaban el cambio político.

Esto es lo que querían los planificadores: el crecimiento debía resolver automáticamente lo que el s. XIX había llamado la “cuestión social” y la prosperidad debía hacer que la gente olvidara la política. Pero la crisis de los años 70 mostró que eran vanas esperanzas.


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