¿UNA CULTURA FRANQUISTA?

 No sé qué piensan Chapote y Raquel Méndez de la justicia española, sé lo que pienso yo, la justicia, el derecho es un instrumento del poder. Debería de estar al servicio del ideal del mismo nombre y ser igual para todos, pero la realidad deja mucho que desear y cualquiera que haya tenido que ver con ella, en la mayoría de las ocasiones y salvo excepciones, decepciona. 

Si además están ellos por medio como fue mi caso en todas y cada una de las ocasiones en las que he pisado salas de tribunal, siempre como acusada, nunca como denunciante, ya se sabe el resultado sin necesidad de esperar el día de la sentencia. Salvo excepciones. Y espero que las cosas cambien. Aquí mi modestísima contribución que en algo ayude al simple hecho de la biología que puede con todos nosotros, también con ellos, por mucho  los transhumanistas en los que no creo prometan inmortalidad y eterna juventud.

El siguiente texto lo saco de Raymond Carr y Juan Pablo Fusi y nos ilustra sobre el origen de nuestro analfabetismo funcional que nos hace inermes frente al primer propagandista que se presenta como historiador fiable y está al servicio de un partido político. Como si no existiera la investigación ni la historiografía, solo los propagandistas. Los libros nos siguen dando miedo. Nos enseña el peso específico que en esos años tuvieron los seguidores del barbastrense, hombre rústico  y no culto, puesto que ignoraba el "caso Galileo" y enseñaba que era un invento demuestra lagunas impropias de un founder  que se vanagloriaba de hacer apostolado con los intelectuales, al menos al principio.


¿UNA CULTURA FRANQUISTA?

Franco no tuvo a su lado intelectuales de prestigio comparable a los que apoyaron a la República. NO le importó. La bendición de la Iglesia compensó la hostilidad de los intelectuales. La religión católica proporcionó la unidad al régimen franquista.

Pero los efectos sobre la sociedad española fueron considerables. 1939 supuso una interrupción en la vida cultural española floreciente desde la famosa generación del 98 pasando por la generación de Ortega y Gasset o García Lorca.

Mientras duraron los regímenes fascista y nazi, los teóricos del fascismo españoles pudieron enorgullecerse de la “teoría del caudillaje”. Pero tras la derrota del Eje todo ello era absurdo. La sociología, la psicología, las ciencias en general seguían avanzando y no podía crearse una ciencia especial del régimen. Culturalmente lo que se defendía en España era anacrónico.

A pesar de los elementos comunes a los distintos grupos que apoyaron el Alzamiento, los nacionalistas estaban más unidos por lo que detestaban que por lo que defendían.  La política cultural del régimen fue más una política de la censura que una política afirmativa de creación de una cultura propia y original.

Por debajo de la católica unidad o franquista unidad, existían diferencias entre la exaltación viril y poética de la cultura falangista, el piadoso clericalismo de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, el reaccionarismo maurrasiano de los monárquicos procedentes de Acción Española y el neotradicionalismo de los hombres del “Opus Dei”.




El estilo y el contenido de la cultura que el nuevo Estado quería imponer en España encarnó en Eugenio d’Ors (1881-1954). Fue el intelectual de la España nacional, lo que no sorprende ya que fue el más prestigioso de los intelectuales que apoyaron a  Franco. Era un hombre de amplísima cultura, ingenio mordaz, pensamiento asistemático y prosa cargada de aforismos retóricos y ampulosos. …Su “política de misión”, que concebía el Estado como órgano de Cultura para redimir la nación era de 1933. Pero tanto más que sus ideas fue su estilo lo que hizo a D’Ors atractivo a los jóvenes falangistas. Tenía un gusto especial por las ceremonias fastuosas y los símbolos, por el formalismo y los rituales clásicos.

Si él no perteneció al rebaño escrivariano, demasiado mayor para integrar grupo ninguno ni seguimiento ciego, lo hizo su hijo Alvaro, reputado catedrático de Derecho Romano en Santiago y luego en Pamplona. Con numerosa familia en la que menudearon “vocaciones escrivarianas” de todo estilo y condición: numes, supers, agres. Auxiliares no, curas tampoco que yo sepa.

La cultura católica además de ser ingrediente esencial del franquismo contó con iniciativas culturales. La educación y la universidad fueron puestas en manos de la Iglesia. En 1939 se creó el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), sustituto franquista de la Junta de Ampliación de Estudios, iniciativa de la Institución Libre de Enseñanza anterior a la República de la que se había beneficiado Ortega y Gasset.

Controlado por el ministro de Educación Ibáñez Martín, fue el baluarte del integrismo católico en su intento por restablecer la unidad entre los principios cristianos y la investigación científica. “El CSIC, dijo Ibáñez Martín, nació, en primer lugar para servir a Dios”. Esta  concepción cristiana fundamentó la  pretendida reconstrucción espiritual de España en particular a través de las “ciencias humanas”. El “Opus Dei” tuvo desde el  primer momento una muy considerable influencia en el CSIC.

Jose M. Albareda, uno de los pasantes del Pirineo en 1937, fue secretario del Consejo hasta 1966, fecha de su fallecimiento. Organizó según el esquema de patronatos e Institutos de la Junta de Ampliación de Estudios y puso al frente de ellos a hombres del “Opus Dei” e integristas conocidos. También contrató mujeres para trabajos femeninos, secretaría y administración, de allí salieron “vocaciones” de numerarias, en el recuerdo Maria Luisa Moreno de Vega o Carmen Tapia.

La aspiración del CSIC fue precisamente la creación de una ciencia cristiana española o, en palabras de Ibáñez Martín, “inyectar nueva savia teológica a todas nuestras actividades culturales, para que la ciencia nacional sea así rotundamente católica y sirva ante todo los altos intereses espirituales de Dios y de su Iglesia”.

En la práctica este confesionalismo se tradujo en la atención casi exclusiva dada por el CSIC al pensamiento católico y en un enfoque marcado por evidentes preocupaciones religiosas. Pero el consejo desarrolló una labor de erudición no enteramente desdeñable.

Arbor, revista general del  CSIC, pretendió ser el exponente del pensamiento doctrinal de la intelectualidad católica del régimen. Fue, ante todo, la revista de los intelectuales del “Opus Dei”. No estuvo abierta como otras de la época, Escorial, al pensamiento liberal: fue portavoz de una filosofía estrictamente católica  y tradicional, explícitamente contrarrevolucionaria y antiliberal.

Calvo Serer y Pérez Embid, escrivarianos de  postín e inspiradores de la revista, entendían que la contribución sustancial española a la historia fue el espíritu de la Contrarreforma y que el catolicismo constituía el elemento sustancial de la historia de España. La base de la unidad de España era la concepción católica de la vida, y era esta concepción, más que los sueños imperiales de los falangistas, lo que el Nuevo Estado debía restaurar. Sólo el catolicismo, entendía Calvo Serer, podría vertebrar a España y devolverle su sentido como nación que habría perdido desde la decadencia de los Austrias en el siglo XVIII.

Arbor fue el portavoz más coherente del pensamiento tradicional católico español. Las dos revistas de los Jesuitas, Razón y Fe y el Mensajero del Corazón de Jesús, se limitaron a temas estrictamente religiosos. Los propagandistas de la ACNP no demostraron colectivamente el mismo interés que el “Opus Dei” por temas históricos y filosóficos. …

El libro religioso tuvo una difusión sin precedentes en la posguerra española: libros como La imitación de Cristo de Tomás de Kempis, el devocionario del padre Vilariño, el misalito de la Editorial Regina, Camino del founder, vidas de santos, comentarios de evangelios…alcanzaron numerosas ediciones.

Paralelamente la filosofía católica reemplazó a la filosofía de Ortega como filosofía oficial de la Universidad española. Lo que por espacio de 25 años se enseñó en ésta fue tomismo y en menor grado, las filosofías de san Agustín y Suárez. La filosofía del siglo XIX y XX era en general totalmente ignorada. El pensamiento de Ortega y Zubiri quedó excluido de la nueva universidad española. Ni siquiera se admitió el existencialismo cristiano de Marcel. En manos de teólogos de segunda fila, es obvio que sin la protección oficial, el neoescolasticismo difícilmente hubiera llegado a monopolizar como lo hizo la universidad.

También el cultivo de la historia se vió afectado por el catolicismo como única dieta. Proliferaron estudios sobre los Reyes Católicos, Cisneros, la obra de España en América, la Contrarreforma… mientras que el s. XVIII fue ignorado y el XIX, siglo del liberalismo, totalmente rechazado. Solo la guerra de la independencia contra la Francia atea y revolucionaria mereció alguna atención.

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