Unamuno frente a la República y la Guerra Civil

Trapiello se pone muy pesado, pero lo poquito que hablan los dos profesores franceses es  pertinente maravilla. Ignoraba que Unamuno quiso que el rey Alfonso XIII, tatarabuelo de Leonor, diera cuentas por el desastre de Annual, 10.000 muertos españoles, sin éxito por supuesto. Como no podía ser de otra manera, una vez más, aquí no ha pasado nada. En cursiva van las dos frases que definen y resumen bien nuestra historia.

Traigo la apretada versión que da Juan Pablo Fusi (San Sebastián 1945) de la guerra, otro historiador de fuste. No aficionado repentino ni propagandista al servicio de un partido. Está en Breve historia del mundo contemporáneo, (2013):

 

La guerra española conmocionó al mundo. La guerra estalló el 18 de julio de 1936 parte del ejército español se sublevó contra la Segunda República (1931-1936). Los militares, a cuyo frente apareció desde el 1 de octubre de 1936 el general Franco, se sublevaron porque aducían que la República era un régimen sin legitimidad política y contrario a la esencia católica de España; porque entendían que la concesión de autonomía a las regiones era una amenaza a la unidad nacional; y porque pensaban que las huelgas y los desórdenes que se extendieron por todo el país en la primavera de 1936 revelaban la falta de autoridad de la democracia.

En una España, la España de 1936, en la que, contrariamente a la tesis de los sublevados, no había amenaza comunista, aunque hubiera muy graves problemas políticos, sociales y de orden público, la sublevación militar desencadenó en la zona republicana, como reacción, un verdadero proceso revolucionario de la clase trabajadora (colectivizaciones agrarias, control sindical) bajo la dirección de los partidos obreros y de los sindicatos.

Los militares sublevados creyeron que el golpe de Estado triunfaría de forma inmediata. Se equivocaron. La sublevación militar triunfó sólo en una parte de España. Fracasó en Madrid, Cataluña, Levante, en Guipúzcoa, Vizcaya, Santander y Asturias, en el centro-sur del país y en gran parte de Andalucía y de Aragón. De los 31.000 oficiales que el ejército español tenía en 1935, se sublevaron unos 14.000; y unos 8.500 permanecieron leales a la República (el resto sufrió distinta suerte), que retuvo además gran parte de la aviación y de la marina. La guerra española se internacionalizó desde el primer momento. Alemania e Italia reconocieron a Franco en noviembre de 1936.

Alemania envió ese mismo año la Legión Cóndor (un centenar de aviones con pilotos y mandos alemanes) y unos 5.000 asesores a lo largo de la guerra. Italia mandó unos 70.000 soldados, que entraron en combate a partir de 1937. La URSS puso al servicio de la República unos 2.000 asesores (instructores, aviadores, artilleros…); el total de alistados en las Brigadas Internacionales que combatieron con la República fue de unos 60.000 hombres.

 

La guerra, que en el verano de 1936 era una guerra de columnas y milicias, escaló a una guerra total entre dos ejércitos cada vez mejor equipados y más numerosos –unos 500.000 soldados por cada bando en la primavera de 1937-, en la que artillería y aviación, con bombardeos sobre poblaciones civiles, terminaron por cobrar importancia decisiva. El objetivo inicial de las tropas rebeldes fue Madrid, objeto de diversas ofensivas entre octubre de 1936 y marzo de 1937 –la última, desde Guadalajar, a cargo de tropas italianas-, objetivo fallido cuya resistencia reforzó la leyenda del antifascismo español. Franco llevó luego la guerra al norte.

 

Primero, al País Vasco, al que la República concedió autonomía en octubre de 1936 y donde desde esa fecha gobernaba el Partido Nacional Vasco: Guernica fue bombardeaba por aviones alemanes el 26 de abril de 1937. Tras la caída de Euskadi en junio de 1937, y pese a un brillante contraataque republicano en julio sobre Brunete, cerca de Madrid, Franco se apoderó de Santander en agosto y de Asturias en octubre (tras contener otra importante ofensiva republicana, esta vez en Belchite, en Aragón).

Franco, que tuvo desde octubre de 1936 una completa unidad de mando militar, impuso ahora, en abril de 1937, la unidad política en su zona. El contraste con la evolución política de la República, cuya presidencia ocupaba Azaña desde mayo de 1936, era flagrante. Entre julio de 1936 y mayo de 1937 se formaron hasta cuatro gobiernos diferentes. El fraccionamiento político y militar del norte –Euzkadi autónoma, Cantabria, Asturias- fue, precisamente, una de las causas de su derrumbamiento.

Cataluña quedó paralizado por la dualidad de poder  que existió desde julio de 1936 entre el gobierno autónomo catalán presidido por Luis Companys y el poder de hecho ejercido por el Comité de Milicias Antifascistas de Cataluña bajo control de la CNT y la FAI, la Federación Anarquista Ibérica, dualidad que culminó en mayo de 1937 con el estallido en Barcelona de una guerra civil dentro de la guerra civil, cuando milicias de la CNT-FAI y del POUM (el Partido Obrero de Unificación Marxista, un pequeño partido filotrotskista) se enfrentaron con las fuerzas del gobierno central que, ante la situación, trataban de imponer su autoridad y recuperar los puntos y edificios estratégicos controlados por las milicias (crisis que se saldó con la reafirmación de la autoridad del gobierno pero que provocó la dimisión del primer ministro, Largo Caballero, sustituido por un gobierno por un gobierno presidido por Juan Negrín, en el que los comunistas eran ya la clave del poder. Andrés Nin, el líder del POUM, fue secuestrado y asesinado por policías comunistas).

Tomado Teruel tras duros combates (diciembre de 1937-febrero de 1938) el ejército rebelde avanzó luego, en la primavera de 1938, por el Ebro hacia el Mediterráneo, operación que partió en dos el territorio republicano. Fracasado el contraataque republicano (22 divisiones, 250.000 hombres) en el río Ebro, ya en julio de 1938, en la batalla más larga y dura de la guerra, Franco ocupó Cataluña (enero de 1939).

 

Aunque la República aún retenía Madrid, la Mancha, Valencia y el sudeste del país, la guerra estaba decidida. 500.000 personas, Azaña entre ellas, habían salido para el exilio tras la caída de Cataluña: solo Negrín y sus asesores comunistas creían posible la resistencia. El 4 de marzo de 1939, el teniente coronel Casado, jefe del Ejército del Centro, se sublevó contra Negrín y formó un Consejo Nacional de Defensa –el Consejo que presidió el general Miaja y en el que Besteiro figuró como consejero de Estado-  para negociar la paz con Franco. Madrid fue escenario durante varios días de violentos combates entre fuerzas de Casado y fuerzas de Negrín, en los que murieron 2000 personas.

 

Franco no quiso negociación alguna. Exigió la rendición incondicional: sus tropas entraron en Madrid el 28 de marzo de 1939. Había ganado la guerra. Murieron en ella unas 300.000 personas (en torno a 175.000 en el frente; unas 60.000 en la zona “nacional”; otras 30.000 en la represión en la zona republicana), devastó numerosos núcleos urbanos y miles de edificios, y destruyó el 50% del material ferroviario y una tercera parte de la ganadería y de la marina mercante. Franco ejecutó a otras 50.000 personas en la inmediata posguerra.

 

La guerra, como era inevitable, condicionó decisiva y dramáticamente la experiencia colectiva de los españoles. La complejidad moral del conflicto no escapó a nadie: al revés fue captada, consciente o inconscientemente, al hilo mismo de acontecimientos, en el fuego del combate.

Picasso, por ejemplo, empezó a pintar el Guernica el 1 de mayo, unos días después del bombardeo y lo terminó en 5 semanas de creatividad frenética. La operación preparatoria de la ofensiva sobre Brunete en mayo de 1937 antes referida sirvió de marco a Hemingway para Por quien doblan las campanas.

La revolución obrera de Barcelona y su liquidación en mayo de 1937 propiciaron el tema del libro de Orwell, Homenaje a Cataluña.

Azaña, el presidente de la República española, dictó la versión definitiva de La velada en Benicarló, su novela sobre la guerra, que aparecería en 1939, mientras permanecía aislado, y tal vez en peligro, precisamente en Barcelona y durante aquellos mismos días, 3 a 7 de mayo de 1937.

Malraux estuvo trabajando en La esperanza, que salió en diciembre de ese año, igualmente desde el mes de mayo, un mes, pues, prodigioso para la creación literaria y artística, el mes en que Picasso empezó el Guernica y Malraux la Esperanza, Azaña terminó La velada en Benicarló, y Orwell y Hemingway encontraron las experiencias decisivas para construir sus respectivos testimonios sobre la guerra.

 

 

 


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