FALSAS FAMAS

 

Los ex declaran sus verdaderos sentimientos cuando eran: toda esa lista de cosas que a él le molestaba a mí me entusiasmaba y emocionaba, creía en ello.

Vaya "rajada",  difícil especificar: "me llamo Feliciano Maldonado,

soy cirujano plástico y esto es lo que ocurre en el servicio de cirugía de dicha clínica de postín". Menudo paso sería si alguien estuviera en condiciones  en firmar nombre, apellidos, DNI, semejante declaración. Imposible sospechar tal nulidad, inepcia, chifladura e interés exclusivo por hacer caja como cualquier empresa capitalista cuando vivíamos en el entusiasmo y la fe en el maravilloso decorado presentado.

Un par de testimonios como este y la historia carismática cae por su propio peso. El mal árbol solo da frutos malos. La raíz de toda la parafernalia que gastan infecta cualquier "iniciativa", de paso alguien se cura un catarro, pero el fondo sigue siendo infumable. 

Tan inútiles en el campo médico como en el económico. España salió adelante gracias a los millones de emigrantes andaluces, extremeños, murcianos, gallegos que salieron a "conquistar" Europa y no como el Cid, y a los millones de turistas más los millones de dólares de inversión y créditos extranjeros. ¿Qué hacían ellos mientras tanto desde el gobierno?




LOS PLANES DE DESARROLLO

La historia juzgará la eficacia de los gobiernos españoles, explicaba López Rodó, no por los acontecimientos superficiales que figuran en las crónicas de los periódicos, es decir, por su actuación política, sino “por el volumen de bienes que hayamos podido producir”.

Nada irritaba tanto a los críticos del franquismo como el triunfalismo estadístico del régimen, a medida que España iba acercándose al ideal de sus consejeros extranjeros, es decir, una floreciente economía neocapitalista integrada en el mercado mundial: entre 1960 y 1970, los triunfalistas podía enorgullecerse de que el PNB había aumentado a razón de un 7,5% al año, y de que los ingresos por habitante habían pasado de 300 a 1500 $.

El milagro económico era objeto de incesantes ataques por parte de los oponentes del régimen, en buena parte porque la economía era una novedad puesta de moda y el único sector en que las críticas eran más o menos toleradas.

 

Los logros del régimen, sostenían los críticos, no tenían nada que ver con las iniciativas a lanzadas a bombo y platillo por el gobierno, con  sus tres Planes de Desarrollo; el desarrollo a partir de una base baja era inevitable y lo único que hacía la política del gobierno era distorsionar sus procesos. Sus triunfos eran ficticios y frágiles, un simple regalo a Franco y sus tecnócratas que debían agradecer al auge europeo de los años 60, un regalo que eran incapaces de administrar en beneficio de un desarrollo sólido.

Por el hecho de depender de esas ganancias inesperadas, no resistiría una recesión europea, cuando los ingresos procedentes del  turismo, de las remesas de los emigrantes y de los préstamos extranjeros dejaran de llegar. Finalmente, el desarrollo se había conseguido a expensas de “los de siempre”: los trabajadores y las regiones pobres de España. España, en  suma, había dejado de estar subdesarrollada; como dijo Julián Marías, ahora estaba “mal desarrollada” y la culpa era del gobierno.

 

(…) Los planificadores españoles simplemente tomaron prestado el procedimiento francés, en bloque y en sus pormenores. Hasta los títulos de las instituciones y los procesos básicos se copiaron, traduciéndolos simplemente del francés al español.

El principio básico estuvo claro desde el principio: estimular la inversión privada productiva, cualesquiera que fueran los costos sociales. Preocuparse de la redistribución de los ingresos personajes y aun tratar de    compensar  los desequilibrios regionales no habría servido más que para retrasar los procesos de desarrollo….

El modelo de desarrollo de los tecnócratas entrañaba una distribución desigual de los ingresos y un crecimiento desequilibrado. Era apostar por los fuertes: el inversor privado rico y las regiones prósperas.

Tanto López Rodó como Ullastres tenían fe en el desarrollo desequilibrado: gastar el dinero público en regiones pobres, donde no había ni infraestructura ni mano de obra calificada para un despegue industrial era tirar dinero bueno a cambio de moneda falsa. Las regiones pobres se beneficiarían más eficazmente de los efectos de las inversiones en zonas donde los beneficios fuesen más elevados.

…Los polos no fueron concebidos para crear puestos de trabajo en regiones atrasadas: atraían industrias de capital intensivo, y creaban 7000 puestos  de trabajo en una época en que 100.000 personas dejaban las tierras. Los polos fueron un instrumento de propaganda tendencioso y barato más que una solución eficaz a los problemas económicos que tenían planteadas las regiones más pobres.

A juicio de sus críticos, los planes en el mejor de los casos eran puras declaraciones formales de buenas intenciones con escasos efectos prácticos; en el peor simples estudios de mercado, el camuflaje protector detrás del cual los agentes del capitalismo monopolista y de las compañías multinacionales iban a dominar la vida económica española.

 

Quizás animaron a los empresarios, los planes crearon un “clima”. Pero los aumentos del  PNB se registraron antes de que el primer plan entrara en vigor. En los planes se  subestimaban ciertos factores ( el éxodo rural y la demanda de acero, p.e) y no se dirigían otros (los niveles de inversión pública). Una vez que España quedó expuesta a las corrientes del comercio mundial y a las consecuencias erráticas de un mercado más libre en el interior, hubo que abandonar la planificación y sustituirla por simples políticas de stop go para salvar a la economía de la inflación y de los déficits de la balanza de pagos.


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