HABLEMOS DE ESCRITORES. Tecnócratas. STA GULA
Aquí Enrique Murillo, un perfecto desconocido, que va a hablar de literatura. Hoy a sus más de 80 años recuerda su vida literaria y editorial. Y como quien no quiere la cosa nos explica que se fue de Barcelona a Pamplona para estudiar Periodismo, en aquella facultad que era como un colegio, según él. Sin hacer nada obtuvo matrícula y en verano con Félix de Azúa, otro que tal, se fueron a Londres a lavar platos mientras aprendían inglés.
Como López Rodó, la persona que estaba detrás de ese cambio de rumbo, también era miembro de ese instituto secular fundado por Josemaría Escrivá de B en 1928, empezó a correr la idea, especialmente e los círculos falangistas desplazados, de que el OD era una mafia católica que conspiraba para hacerse con el poder dentro del aparato político del franquismo.
Arturo Barea, otro gran escritor con libro recomendable, La forja de un rebelde, vivía en Londres exiliado.
Insisto en "Franco" de Julián Casanova publicado en 2025, también por ser el primer historiador español que no duda en atribuir prácticas sectarias a nuestro grupo de cabecera. Un párrafo que nos dedica, p. 301, hablando de los años 1950:
"Los vestigios autárquicos pesaban todavía mucho, el encarecimiento de productos se había disparado. Las elevadas tasas de inflación y la crisis de reservas, con una inquietante falta de divisas para abordar el pago de las importaciones, resumían los dos grandes desequilibrios de la economía española.
Franco, acostumbrado a no tomar decisiones importantes en el complejo mundo de la economía, tuvo que escuchar las advertencias que le llegaban sobre el peligro de continuar por el mismo camino, por lo que tuvo que permitir una moderada liberalización de la economía. El embajador de EEUU, John David Lodge, creía que la crisis económica podía afectar a la estabilidad política.
El 25 de febrero de 1957, Franco, en estrecha colaboración con Carrero Blanco, que sabía tan poco de economía como su admirado jefe, abordó un profundo cambio ministerial orientado por Laureano López Rodó, exfalangista y miembro del "Opus Dei", a quien Carrero había nombrado poco antes titular de una nueva Secretaría General Técnica. El almirante no era miembro del "Opus Dei", pero se había acercado mucho a la congregación, por medio de López Rodó, desde que descubrió la infidelidad de su esposa, Carmen Pichot.
López Rodó, nacido en noviembre de 1920, procedía de una familia de empresarios catalanes, se unió a Falange Española tras la sublevación militar y se identificó tras la guerra con los elementos centrales de la ideología de los vencedores contra el liberalismo y la democracia.
Franco, según el joven López Rodó que hacía el servicio militar en el Madrid de la posguerra, había propiciado el renacimiento de España y del catolicismo. Se distanció de Falange entre el "Opus Dei" en 1941 y obtuvo su cátedra en Derecho Administrativo en la Universidad de Santiago de Compostela en julio de 1945, cuando solo tenía 24 años, aprovechando, como hicieron muchos de aquellos nuevos miembros del "OD", las plazas vacantes que había dejado la depuración de sus puestos académicos de los enemigos del nuevo Estado.
Su labor académica adquirió una notable dimensión internacional, que consolidó con estancias de investigación y contactos con colegas extranjeros. Quien se presentó a sí mismo como artífice de la nueva política desarrollista de Franco se había inspirado en la legislación administrativa de otros países, incluido el Portugal de Salazar y la Francia de Pétain, y en las teorías estadounidenses de la "gestión científica". Asegurada la paz y la "estabilidad política" con Franco, España necesita un Estado administrativo autoritario.
La reforma de la administración y del Estado y el cambio de política económica fueron los dos ejes principales de la actuación del grupo de tecnócratas que llegaron por primera vez al Gobierno de Franco. El nuevo ministro de Hacienda, Mariano Navarro Rubio, era un abogado católico, miembro del Opus Dei, oficial del cuerpo jurídico militar, que había tenido altos cargos en los sindicatos falangistas. Del Opus Dei era asimismo el nuevo ministro de Comercio, el catedrático de Historia Económica Alberto Ullastres Calvo.
Como López Rodó, la persona que estaba detrás de ese cambio de rumbo, también era miembro de ese instituto secular fundado por Josemaría Escrivá de B en 1928, empezó a correr la idea, especialmente e los círculos falangistas desplazados, de que el OD era una mafia católica que conspiraba para hacerse con el poder dentro del aparato político del franquismo.
Después de la guerra civil, el Opus Dei reclutró a jóvenes de las nuevas élites en ascenso, con el nuevo mensaje de "santificación" del trabajo profesional y de dedicación "ascética" a la vocación elegida. Desde 1957, y hasta enero de 1974, esos miembros de la Obra ocuparon los principales puestos de la administración del Estado, en la política económica y en los planes de desarrollo desde un supuesto apoliticismo. Impulsaron una política agresiva de crecimiento económico orientado a la exportación, de racionalización de la administración del Estado y de integración de España dentro del sistema capitalista mundial, con un horizonte futuro de "instauración", no restauración, de la monarquía. Su evangelio fue la racionalización, el desarrollo y la eficacia, sin democratización política, el desarrollo y la eficacia, sin democratización política y sin abandonar nunca el marco de la estructura política autoritaria.
Representaban los intereses del capital y de la racionalización capitalista, y como su fuente de legitimidad para controlar el poder eran sus conocimientos económicos y jurídicos, expertos como eran en economía y derecho, pasaron a la historia con el nombre de "Tecnócratas".
LA GULA del SANTO
El cuadro de su acendrada personalidad quedaría incompleto sin hablar de la gula, de esa falta de comedimiento en el comer y en el beber, de ese apetito exagerado por los manjares del gusto, por esa glotonería manifiesta.
Era un exquisito. "El Padre solía beber agua de Solares, pero después de hablarse de aquel fraude que se corrió sobre dicha agua, al Padre le llevan con él a donde vaya agua mineral francesa, que ha sustituido definitivamente a la anterior. Para él y a las casas que visita - continúa el testimonio de la asociada“ - se traslada cada vez todo un equipo de personas especializadas que son las encargadas de servirle (comedor, cocina, planchado, limpieza, etc.) a él y sólo a él. Yo he tenido que dar por inservible un colchón para el Padre, expresamente comprado para él y sin estrenar, porque le faltaban tres centímetros de ancho de las medidas establecidas y hubo que sustituirlo por otro nuevo. A América se han mandado melones en avión expresamente para el Padre, porque al Padre le gustan y allí no los hay.
Aparentemente era austero en las comidas "aunque se ingeniaba para ocultar esa austeridad cuando tenía invitados". Su dieta de diabético le hacía sufrir porque le encantaba comer y beber bien. En las casas por donde iba se extremaban las atenciones.
Había frutas. Muchas naranjas, aunque no fuese la estación, por si el Padre pedía un jugo, docenas de cajas de bombones por si le apetecía uno, cajas de vino de marca "que si sois discretas y pillas me serviréis en jarra". El perfeccionismo doméstico debía llegar al máximo con el Padre quien a veces echaba las correspondientes broncas. En una ocasión pidió la séptima tortilla porque las seis anteriores no estaban a su gusto.
María del Carmen Tapia comentó que todo aquello con lo que Escrivá de Balaguer comía, o de lo que comía, tenía que ser de gran calidad. Los platos eran de la mejor porcelana, los cubiertos de plata.' Según un arzobispo al que llevaron allí a comer en 1965, durante la última sesión del Concilio Vaticano, la vajilla era chapada en oro. El arzobispo (aunque entonces era sólo obispo y recién consagrado) es un hombre de una considerable conciencia social. Le fue imposible conciliar los platos de oro con la vida cristiana que él esperaba en un hombre de tal distinción en la Iglesia. También le fue imposible comer aquellos alimentos exquisitamente preparados y perfectamente servidos.
En público no probaba los licores pero "se refería a sí mismo diciendo que, para fundador bueno, el que venía embotellado" y esta frase la interpreta su biógrafo que la decía porque se consideraba a sí mismo "fundador sin fundamento".
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