REFORMISTAS FRENTE A TRADICIONALISTAS
Catolicismo y derechos humanos, la iglesia tiene que reformarse
Heribert Franz
Köck
Cuanto más dinámico parece el mundo humano, la iglesia
católica tanto más se bate en retirada. Sólo si sus miembros se sienten concernidos
por los derechos humanos, se harán las reformas pertinentes.
El periódico «Neue Zürcher Zeitung» lanzó una pregunta a
debate de los lectores el 12 de junio ¿Puede haber una reforma de la iglesia
católica que no rompa la propia iglesia?
El tema es altamente interesante y concierne
a dos importantes preguntas sobre la reforma de la iglesia: ¿La modernización
de la iglesia católica amenaza con romperla? Y en segundo lugar ¿Es preciso
renunciar a la exigida modernización por miedo al cisma?
Los movimientos internos de la iglesia que exigen reformas
habitualmente utilizan palabras como „modernización“ frente a „inadaptación al
espíritu de los tiempos“ o „las verdades eternas no pueden modernizarse“. Por
supuesto que una reforma eclesiástica comporta una modernización, que consiste
en que los eclesiásticos y el derecho eclesiástico formados en un horizonte de
comprensión anterior, sean interpretados de modo nuevo según otras
circunstancias, que se adapten en su forma de expresarse y de relacionarse con
las reglas. Puede ocurrir que esa novedad suponga un retroceso a algo viejo,
pero sería una injusticia callar.
Como respuesta a la primera pregunta ¿La modernización de la
iglesia católica amenaza con romperla? Una mirada a la más reciente historia de la
iglesia nos ofrece un punto de vista. Mientras los reformadores de la Iglesia estaba decididos a
comportarse como activos católicos que se quedan en la iglesia con el lema: “no
marcharse sino avanzar”, el aggiornamiento iniciado por Juan XXIII y puesto en
práctica por el concilio Vaticano II, sin embargo fue saboteado una y otra vez
por la jerarquía romana y se separaron una larga serie de grupos
tradicionalistas, la
Fraternidad de San Pío X es sólo el más conocido de ellos.
Así que no se puede excluir que la modernización de la
iglesia conlleve la amenaza de parecidos cismas por parte de grupos similares; si
se deben tomar en serio las encuestas realizadas a los creyentes sobre la
reforma de la iglesia, no hay que hacer demasiado caso de esas amenazas.
La respuesta a la segunda pregunta, «¿Es preciso renunciar a
la exigida modernización por miedo al cisma?», no debería ser decisiva. Más
bien lo decisivo es que los resultados de la exigida modernización son imprescindibles.
El orden eclesiástico actual es contrario a los derechos
humanos en dos puntos fundamentales, la obligación del celibato y la
discriminación de las mujeres por su exclusión de la consagración sacerdotal, y
como los derechos humanos se basan en la naturaleza humana, esas disposiciones
son contrarias al derecho divino natural. En estos puntos no puede haber ningún
compromiso, ni siquiera un celibato que sólo fuera para „viri probati“. O que
las mujeres fueran admitidas en el orden sacerdotal exclusivamente como
diaconisas; las reglas actuales representan una injusticia, y deben ser
eliminadas sin contemplaciones ni condiciones.
En esta situación se habla de que es preciso ser «tolerantes»
y no dar la espalda a los
tradicionalistas. Pero dejando de lado que cuando se trata de abolir una
injusticia no se trata de intolerancia, es evidente que la posición reformista
no es intolerante, lo es la tradicionalista.
Los reformistas no quieren abolir el celibato, no se trata
de obligar a nadie a casarse. Sólo se
pretende abolir el deber del celibato de manera que cada cual pueda escoger
libremente su estado civil. Los tradicionalistas quieren todo lo contrario,
obligar a los curas al deber del celibato.
Los reformistas no pretenden sustituir el sacerdocio
masculino por un sacerdocio femenino. Sino que cada uno y cada una, quien se
sienta llamado, pueda tener acceso al sacerdocio en igualdad de condiciones,
sea hombre o mujer. Los tradicionalistas por el contrario pretenden excluir a
las mujeres del sacerdocio.
Los reformistas quieren que la forma de celebrar la Eucaristía sea dejado
al criterio de los que en ella participan. Los tradicionalistas pretenden imponer el rito tridentino en latín. Rechazan
todas las reformas litúrgicas habidas tras el concilio Vaticano II.
Los reformistas quieren que en la Iglesia todos puedan hacer
aquello para lo que se sienten capacitados. Por eso los laicos deberían poder
predicar. Los tradicionalistas quieren reservar la predicación para los que han
recibido el Orden sacerdotal, aún cuando
consagración sacerdotal y entendimiento no siempre vayan juntos.
La tolerancia de los reformistas va tan lejos como para
tolerar la intolerancia de los tradicionalistas, cuando se trata de una postura
personal. Lo que no se puede permitir es la mera posibilidad de la intolerancia
activa, es decir que de manera intolerante traten a los demás como menores de
edad o les pongan límites.
Comentarios
http://www.lastampa.it/2017/08/26/vaticaninsider/es/documentos/las-cartas-autgrafas-con-la-renuncia-preventiva-de-pablo-vi-VUT752CWmDPYsGOkoLx4kI/pagina.html